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martes, 18 de octubre de 2011

Huellas: HE AQUI LA HISTORIA DEL SEÑOR DE LOS MILAGROS



Entre las imágenes sagradas que venera el pueblo de Lima, ninguna hay más digna de nuestros cultos como la que representa a Cristo Crucificado y que la férrea devoción de nuestro pueblo ha bautizado como "El Señor de los Milagros" y que se venera en el Altar Mayor del Templo de las Nazarenas.

¿QUIEN PINTO LA IMAGEN?
Según refieren las crónicas, la pintó un humilde esclavo angolés sobre un tosco muro de adobes, mal revestido y enlucido, en la que ahora es la pared que hace fondo al indicado Altar y con singular perfección que al presente se admira en ella, sin más arte que el natural ingenio con que Dios lo dotara.

Hoy, después de tres siglos, la figura del Cristo se conserva sin alteración, y, al contemplarla, el cristiano experimenta una sensación incomparable.

Al tenerla ante los ojos, el más incrédulo siente devoción y respeto, y, después de orarle, lo primero que se le viene en mente, es suplicarle le conceda algún milagro.

Al contemplar y admirar la imagen, nos hace recordar al anónimo pintor de brocha gorda que en el año de 1651 la trazó en el muro que tierra del local, un inmundo corral en un suburbio de la Lima antigua. Y es suburbio era el barrio de Pachacamilla, poblado por negros, cuyos festejos se- religiosos escandalizaban a la sociedad de aquellos tiempos.

Un vecino del lugar, Andrés Antonio de León, al ver la imagen en completo abandono, conmovido empieza a hacerle la limpieza. A orarle y suplicarle que le hiciera el milagro de curarle un tumor maligno, lo que realizo, esparciéndose la noticia por todo el vecindario.

Sucedió que un buen día, pasó por el lugar un vecino del barrio, llamado Andrés Antonio de León, quien sorprendido y compadecido al ver la imagen del Cristo en un andrajoso corralón, conmoviéndose de tal manera que postrándose humildemente de rodillas, prometiéndole al Cristo Crucificado, hacerle diariamente la limpieza y guarecerlo de las inclemencias de la intemperie. Le puso por techo una provisional ramada y por altar un poyo o grada de adobos, adornándola con velas y flores, según sus recursos económicos. Esto despertó la veneración de los corazones de los demás moradores del lugar. Este buen hombre vivía cerca del corralón, por la Parroquia de San Sebastián, y todos los días, después de hacerle, placentero, la limpieza, se hincaba reverente ante la imagen y oraba largo rato a la vez que le pedía suplicante que le curase de un tumor maligno que amenaza con su vida.

EL PRIMER MILAGRO
Todas las veces que don Andrés Antonio de León visitaba la imagen, pedía esa misma gracia. Y fue así corno el tumor fue desapareciendo lentamente hasta que el buen hombre quedó completamente curado del terrible mal. La noticia cundió en el barrio como reguero de pólvora, y esto hizo que fueran muchísimas más las manos que velaran la imagen y que cuidaran de ella, hasta que un día, poniéndose de común acuerdo los fieles, acordaron rendirle homenaje todos los viernes con cánticos y rezos. Los músicos, con arpas y cajón, acompañaban las oraciones de don Andrés Antonio de León y de los demás vecinos que lo imitaban en su devoción.

EL BARRIO DE PACHACAMILLA
Sin embargo, fue una cofradía fundada un año antes (1650) la que dio origen a la imagen que cada año se venera en el Perú y América. Y fueron unos negros de costa Angola los que se agremiaron y constituyeron la cofradía, levantaron una tosca ramada en el barrio de Pachacamilla y allí celebraron sus reuniones.

Pachacamilla se llamaba el barrio porque los indios que lo habitaban habían sido llevados de de Pachacamac por el conquistador del Perú y fundador de Lima, don Francisco Pizarro.

Las reuniones que celebraban eran reuniera escandalosas y poco docentes. "Es una gente ordinaria de negros", decían los "blancos" de la señorial, refiriéndose a la susodicha cofradía con tono evidentemente despectivo.

Sin embargo, los rumores de que estos negros de casta Angola habían mandado pintar la imagen del Cristo Crucificado, revelaba que sí tenían cierto fin religioso, y su devoción no puede ponerse en duda, pese a lo estentóreo de sus reuniones.

EL CURA DE SAN MARCELO VISITA LA IMAGEN
Ante tal suceso y que día a día iba cobrando mayor fuerza, intervino el cura de San Marcelo, llamando José Laureano de Mena. El galpón negrero donde se levantaba la imagen de Pachacamilla estaba dentro de su jurisdicción. Por eso, inter- vino. Las reuniones de los viernes, por otro lado, eran nocturnas y se realizaban como un gesto eminentemente popular, informal, aunque sincero.

El Párroco solicitó ayuda a la superioridad eclesiástica. El Conde de Lemos era el Virrey de turno. Se dictó un auto para presenciar con todas las de la ley la reunión de un viernes.

Y fue así como el citado párroco, el promotor Fiscal del Arzobispado José de Lara y Galán, y el notario eclesiástico Juan de Uria, fueron hasta aquel barrio y vieron cómo cerca de doscientas personas se congregaban allí ante la imagen; los músicos tocaban una especie de lamentación, no había orden en el rito; el sacristán mayor de la Parroquia, licenciado José de Robledillo, presidía, al parecer, la ceremonia, por lo cual fue duramente reprendido.

El promotor Fiscal del Arzobispado increpó duramente al sacristán mayor por su presencia en esas reuniones de los viernes.

ORDENAN BORRAR LA IMAGEN
La superioridad eclesiástica decretó que la imagen fuera borrada; prohibió además, ese tipo formal de celebraciones.

El Promotor del Arzobispado, un notario, un pintor y una autoridad policial se apersonaron hasta el muladar de Pachacamilla, y llegaron hasta el muro donde estaba pintada la imagen del Cristo Crucificado. Corrían los días de setiembre de ese mismo año. Dos escuadras de soldados acompañaban a la comitiva que iba a oficiar de verdugo.

El Promotor dijo al pintor que procediera a borrar la imagen.

SUFREN DESMAYOS AL PRETENDER BORRAR LA IMAGEN
Obedeciendo la orden, el pintor sube la escalera e intenta borrar la imagen, pero al proceder, sr; le paraliza el brazo y sufre un desmayo, cayendo a tierra. Después de ser atendido y al reponerse, vuelve a querer hacerlo, pero otra vez, sufre el síncope. Subió la escalera otro hombre y le sucede le mismo. Ordenan a un tercero para que lo haga, y éste, como los anteriores, cae, también, desmaya do. Las autoridades, al ver frustradas sus intencio­nes, piden voluntarios para que lo hagan, pero, entre los presentes, parece que sintieron un terrible temor en su alma y se niegan rotundamente a hacerlo.

Todo ello ocurrió durante un momento en que el día era claro, primaveral, sin seriales de tormenta.

Los tres hombres no pudieron borrar la imagen. Parece como si una fuerza sobrenatural les había impedido hacerlo. Y los curiosos que no eran pocos, murmuraban al comienzo, y clamaban después, que esa era la voluntad del cielo; que la imagen del Cristo Crucificado no fuera borrada. El Promotor del Arzobispado, furioso, negándose a admitir la voluntad del cielo y de la multitud, iba a llevar adelante su cometido, cuando de improviso se desató una torrencial lluvia. Y tanto la comitiva como los curiosos huyeron despavoridos de aquel lugar,  dejando en paz el muro donde estaba pintada sagrada imagen.

EL VIRREY CONDE DE LEMOS ORDENA SE SUSPENDA LA ORDEN DE BORRAR LA IMAGEN
Lo ocurrido fue elevado en un parte al Señor Virrey. El Conde de Lemos estaba con un ligero achaque, pero al conocer el informe quiso ir hasta el muladar donde estaba la imagen, para conocerla. Así lo hizo, apenas se repuso del ligero achaque. Y el resultado fue halagador para los fieles que presenciaron, la visita de la autoridad máxima en esos tiempos.

El Virrey, al ponerse frente a la imagen, quedó inmensamente sorprendido, y, como obedeciendo una orden sobrenatural, exclamó, a grandes voces, que quedaba suspendida la orden de borrar la imagen.

Algo más: los vecinos solicitaron que el muro fuera trasladado a la sede parroquial, pero esto no se llegó a hacer en ese entonces, ya que al parecer todos pensaban que era voluntad del cielo que el muro no fuera tocado ni movido de su lugar.

El Virrey dispuso que se levantara un techo sobre el muro y ordenó se hicieran otras mejoras.

Así fue el origen del Señor de los Milagros venerado tan sólo por los miembros de la cofradía o por los vecinos del barrio de Pachacamilla.

EL TERREMOTO DE 1655
Cuatro años después de haber sido pintada la imagen, sobrevino en Lima el famoso terremoto de 1655. Aconteció que en casi toda la ciudad las paredes se vinieron abajo. En Pachacamilla todo era escombros. Pero la imagen del Cristo crucificado permaneció en pie, ni siquiera un rasguño había sufrido la imagen. No puede negarse que había mucho de providencial en ello.

Era del día sábado 13 de noviembre y a las 2 y media de la tarde que comenzó el largo, tremendo remezón. Las paredes más robustas se mecían y doblegaban. Los pobladores salían despavoridos de sus viviendas; las cruces más firmes en las peanas, caían. La tierra se abría en terribles grietas y bocas. Muchos monumentos nacionales fueron abatidos por la fuerza del sismo.

Sin embargo el débil muro de Pachacamilla, donde estaba pintada la imagen, sí fue respetado por el movimiento telúrico. Y esto llamó poderosamente la atención de los fieles sobrevivientes, que acudieron prestos a venerarla.

UN EXTRAÑO ECLIPSE
La luz del sol bañaba con su claridad las calles y plazas de la ciudad, pero mientras se realizaba el acto descrito, el cielo con rapidez semejante sólo con la de un eclipse, se nubló y una lluvia como nunca suele caer en Lima comenzó a caer sobre la ciudad.

Semejante demostración de poder divino que se produjo en ese día a las cuatro de la tarde, despertó ferviente y general devoción al Señor de los Milagros (así se le comenzó a llamar desde entonces).

Y, como consecuencia de esa devoción, se le edificó una hermosa Capilla que el 14 de Setiembre de 1671 se inauguró cantándose con toda solemnidad la primera misa.

UN ACAUDALADO ESPAÑOL DON SEBASTIAN ANTUÑANO Y RIVAS, DONA LOS TERRENOS PARA LA IGLESIA DE LAS NAZARENAS
Continuaba la devoción ya tan autorizada a la Sagrada Imagen de Jesucristo Crucificado, cuando en 1684 el acaudalado español don Sebastián Antuñano y Rivas, natural de Vizcaya, es movido por esa ferviente devoción al Señor de lo Milagro; en su
lecho de moribundo, ofreció su vida y sus bienes al señor.

Pocos días después, ante la perplejidad de los médicos que lo atendían y que lo habían desahuciado, Antuñano recuperó la salud y deseoso de propagar su devoción y de ofrecerle el más cumplido homenaje, compró para el mejor logro de sus deseos, todos los terrenos adyacentes a la Capilla del barrio hasta nuestros de Pachacamilla, donde vinieron más tarde varias religiosas, que, con lámparas encendidas en amor a este divino Señor, perpetuarán su culto hasta nuestros días.

DOS TERRIBLES TERREMOTOS, EN 1687 Y EN 1749 DEJARON A LIMA, EN ESCOMBROS PERO NUEVAMENTE LA IMAGEN QUEDO INTACTA
El 20 de octubre de un terrible 1687, Lima fue sorprendida terremoto a las cuatro de la madrugada y fue tan recio que no dio tiempo a nadie para ponerse a salvo en lugar abierto donde poder esquivar el desplome de los muros y techos.

A las seis y media de la mañana volvió a temblar nuevamente la tierra, pero esta vez el movi­miento que no llegó a tener la violencia del primero lo superó en duración, de modo que fueron muy pocos los edificios que lograron mantenerse de pie.

En memoria a este espantoso terremoto se establecieron rogativos y procesiones al Señor de los Milagros en los días inmediatos al aniversario del suceso.

Transcurrieron doce años y siendo el Instituto Nazareno sólo Beaterio, consagrado al culto del Señor, a solicitud de la comunidad, la Santa Sede aprobó el 26 de agosto de 1727, por Bula del Papa Benedicto XIII que erigiera con gran solemnidad en monasterio de clausura el 18 de marzo de 1730 al tener de dicha Bula en la forma que hoy se encuentra.

Al cuidado de ese magnífico tesoro están consagradas hasta hoy las Religiosas Nazarenas Carmelitas Descalzas, de vida contemplativa.

Otro terrible terremoto que sacudió a la ciudad de Lima el 2 de octubre del año 1749, derribó gran parte de las cercas y oficinas del Monasterio y puso en total ruina su Capilla, con el repetido prodigio de conservación intacta de la Sagrada Imagen del Señor de los Milagros.

En el año 1766 se dispuso la reedificación de la Capilla.

LA PROCESION DEL SENOR DE LOS MILAGROS RECORRE LAS CALLES DE LIMA DESDE HACE TRES SIGLOS, SEGUIDA DE UNA MULTITUD INIGUALABLE EN TODO EL MUNDO
Desde hace tres siglos la procesión del Señor de los Milagros viene recorriendo los jirones y avenidas más importantes de la ciudad, todos los años.

Su procesión por la gran cantidad de devotos que la siguen se ha convertido en la más grande del mundo y el lienzo que es una copia del Cristo Crucificado que fuera pintado por un negro esclavo de la Cofradía, recorre la ciudad tres días íntegros, rodeado a todas horas de una gigantesca muchedumbre que lo venera.

Sus andas que pesan 1,040 kilos en total son cargados por los hermanos que se van turnando a trechos cortos.

Y es tan grande la gran masa humana de devotos que en prueba a su agradecimiento al Señor Crucificado, le han ido dejando año tras año milagros de oro y plata, que con ello se ha fabricado el marco de sus andas que pesan 450 kilos.

Y como si esto fuera poco en el interior del Convento de las Nazarenas hay unos doce costales llenos de milagros y las joyas más valiosas son guardadas en una caja fuerte por las religiosas.

Las figuras de la Virgen y de San Juan fueron añadidos más tarde y en 1671, por disposición del Conde de Lemos, se pintaron en la parte superior las figuras del Eterno Padre y del Espíritu Santo, las cuales se trabajaron al óleo y con el mayor cuidado, a fin de asegurar su duración.

INNUMERABLES MILAGROS
Consolidado el culto al Señor de Pachacamilla, y levantada su Iglesia con todas las de la ley, pasemos ahora a ver la realización de los milagros y las maravillas.

El milagro mayor no sólo consiste en la conservación de la Imagen a través de los siglos. No consiste en que la imagen se mantenga idéntica. Consiste también en la vana tentativa que hubo para borrar esa imagen en el galpón aquel de los negros. Y, sobre todo, el milagro del Santo Cristo que nos ocupa, consiste en haber hecho posible miles de curaciones en favor de sus fíeles.

Vamos a narrar aquí unas cuántas de esas curaciones milagrosas.

Rosa Angélica Castro, allá por el año 1920, que había quedado tullida de ambas piernas, salió caminando del templo de la Encarnación, después de haber clamado la misericordia de la imagen. Muchos devotos presenciaron este extraordinario acontecimiento. La misma favorecida, ex paralítica, se presentó al Arzobispo y le narró el milagro.

En 1922, Rosa Oquendo y Corina Ferreyra, ambas paralíticas, caminaron y pudieron unirse a la procesión de octubre, cuando la imagen pasó delante de ellas.

FINADA, OUE LA ESTABAN VELANDO, SE LEVANTA DE SU ATAUD, AL PASAR POR SU CASA LA SAGRADA IMAGEN

El caso de una pobre mujer, la que fue pr5.cticamente resucitada, no deja de llamar la atención, no deja de hacer reflexionar. Cuando se encontraba dentro de un ataúd y era velada por sus familiares, al pasar la sagrada Anda del Señor de los Milagros, se levantó, y lo primero que atinó a decir, fue: "Gracias, gracias, Señor de los Milagros".

Quienes se hallaban llorándole en esos momen­tos fueron testigos de este hecho milagroso.

Del Folleto Historia del Señor del los Milagros, novenas, plegarias, canticos y oraciones. Editorial Inkari. 







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