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martes, 8 de diciembre de 2009

A la memoria del Dr. Clodomiro Chávez Mariñas, hijo predilecto de Sucre

Prof. Onésimo Silva Reyna.

Estas remembranzas de mi niñez son hoy, mitad eso: remembranzas; mitad, reflexiones.


Aquella mañana, que va haciéndose más etérea en la lejanía del tiempo, los pobladores del Huauco, hombres, mujeres y niños parecían un hormiguero inusitadamente alborotado. Corrían de un lado a otro; comentaban en tono febril algo de especial interés; excitados, se daban órdenes y contraordenes mutuamente; gritos e interjecciones, algunos de ellos demasiado impuros, se oían por doquier. En fin, algo muy especial estaba pasando, o por pasar, en ese pueblecito, ordinariamente tranquilo y plácido.

Los niños alcanzamos a comprender, escuchando a los mayores, de qué se trataba: Era que ese día debía llegar a la tierra natal el hijo más querido de entonces, el brillante y predilecto, el “Benjamín” del Huauco, el doctor José Clodomiro Chávez, después de larga y sentida ausencia.

Hacia la una de la tarde, más o menos, casi toda la población estaba reunida en “La Toma”, anhelosa y expectante… Por ahí, un viejecito ochentón echó al viento su comentario filosófico: “Hoy, ni las sombras de los cuyes se han quedado en las casas…”

De pronto, cuando los grupos formados seguían comentando y haciendo cábalas, alguien gritó: - ¡Allí están…! ¡Ya llegan…!

Todas las miradas se volvieron hacia el zigzagueante cuesta de “Lo Amarillos”, por donde fueron apareciendo, uno tras otro, los jinetes que escoltaban al doctor. En medio de la cabalgata, montando hermoso alazán, ondeándole al viento el albo pañuelo que llevaba atado al cuello, erguido y apolíneo, luciendo hermoso poncho “pampero”, brotándole por los ojos esmeraldinos, en una amplia sonrisa, la felicidad desbordante al verse de nuevo en su querida e inolvidable tierra, llegaba el doctor Clodomiro Chávez, el Dilecto.

Lágrimas, abrazos, besos, gritería, confusión, hurras, todo fue el marco con que la maternal Patria Chica recibía a su hijo querido, tanto tiempo ausente.

Momentos después, aquella delirante caravana recorría las calles “Cajamarca” y “Samuel O. Haya”, bajo tupida lluvia de flores y arcos, previa y artísticamente confeccionados para la triunfal llegada.

Horas después, asomado al balcón de “su querida tienda”, que da a la Plaza de Armas, “la tienda de sus inquietudes y cavilaciones” de estudiante destacado en glorioso colegio “San Ramón” de Cajamarca, “La tienda de sus esparcimientos y devaneos adolescentes”, el doctor Clodomiro se dirigía a sus paisanos con vos potente y firme, no exenta de emoción, más o menos en estos términos:

“De nuevo estoy con ustedes en esta tierra querida e inolvidable…

“Pueden imaginarse la inmensa dicha que me embarga al retornar al solar de mis ensueños, después de sufrir prolongado ostracismo al que me condenó el gobierno de turno…

“Por haber cometido, y seguir cometiendo, el imperdonable crimen de amar y defender la justicia, la verdad y la democracia…

“Por mi imperdonable de no comulgar con el dolo, el engaño, el hurto y la desvergüenza…

“Cuando no con la estulticia de más de un político que medra en las altas esferas del gobierno.

“Vengo, hermanos del Huauco, desde las lejanas pampas argentinas, después de haber peregrinado por el vecino país de Chile, donde tuve que ganarme el sustento vendiendo clavos...

“Pero vengo con el mismo amor e interés por mi pueblo y por ustedes, que nunca se borraron, ni en mis horas de vigilia ni en mis horas de sueño, ya que siempre estuvieron en mis pupilas, delante siempre de tantas imágenes en aquellas tierras lejanas y ajenas…

“y quiero que sepan, hermanos, que desde adolescente solía treparme por la escarpada cuesta a lo alto de nuestro hierático Huisquimuna. Lo hacía con frecuencia, porque me sentía impulsado por una especie de fuerza sobrenatural y telúrica, que me llevaba siempre allí…

“sentado sobre una roca hermana, mientras descansaba mi fatiga física, me ponía a contemplar incomparable belleza de nuestra campiña fielmente ponderada por propios y extraños; pero la belleza inesperada, ajada y maltrecha en la época pluvial, cuando la laguna de todos los años, durante seis meses, asfixiaba y devoraba los sembríos, cual mensajera fatal del infierno…

“Desde entonces, queridos hermanos míos, nacieron en mi mente y corazón una idea y un sentimiento que han ido creciendo en mí, paralelos al correr del tiempo, hasta convertirse en una obsesión que me arrebata…

“El sentimiento es de odio a serpiente maldita”, como la suelo llamar; la idea, la de cercenarle la cabeza, aniquilarla y desaparecerla…

“Y he jurado tantas veces, cuantas he visto orgullosa y prepotente, ondulando año tras año su odiosa piel grisáceo-negruzca, que no pararía hasta acabar con ella, me cueste lo que me cueste...”

Grandes aplausos se escuchan en la repleta plaza.

“Aquí me tienen por eso y para eso, queridos hermanos del Huauco…

“Vengo a comenzar, entre ustedes y con ustedes, mi campaña electoral…

“Mi propósito, como hijo y político del Huauco, es llegar a una representación parlamentaria, para así contar con las fuerzas políticas y económicas necesarias para cumplir mi cometido…

“Tengo fe en que el triunfo ha de coronar la tarea por emprender pero si no fuera así esta vez, pues seguiré con ustedes en la lucha hasta conseguir el éxito. Que no será, lo juro, el éxito mezquino y frívolo del político que busca solo el acomodo personal y egoísta, sino el de todos ustedes que se verían, de una vez y por todas, libres de este flagelo que trae la desgracia, al destruir el pan nuestro, después de tantos afanes y sacrificios para ganarlo…”

Chávez, en aquella ocasión, no alcanzó la victoria electoral; pero en una segunda intentona logró ser diputado por nuestra provincia de Celendín, durante su gestión gubernamental del doctor Manuel Prado Ugarteche.

Y desde su escaño, una de sus primeras obras a favor de su tierra fue la desecación de la laguna del Huauco.

Promediaba el año 1940 cuando la obra en mención culminaba y, desde entonces, los habitantes de Sucre, José Gálvez y otros comarcanos vecinos, vienen gozando de las bondades de una campiña sin mayores riesgos de inundación para sus labores agrícolas y pecuarias.

Pero…

Aquí viene el pero…

Si el doctor Clodomiro Chávez, hace años falleció, viviera hoy y viese si sus auténticos anhelos y su sueño de prodigar el pan a su pueblo se cumplen hoy, tal como lo esperó y sonó… ¿Qué diría…? ¿Cuales serian sus reflexiones…? ¿Cuál su juicio crítico sobre la situación actual…?

Todos los de hoy, de la generación contemporánea, conocemos históricamente la sabiduría y don de justicia social con que nuestros mayores ejecutaron la parcelación de la campiña, en beneficio incuestionable de las mayorías. Porque tal vez no hubo una sola familia que no tuviera su pequeña parcela para su particular beneficio. Por otra parte, el sistema de explotación de la tierra, basado en la agricultura principalmente, permitía que los pobladores del Huauco, todos sin excepción, tuviesen excelente provisión de maíz, frijoles, chiclayos, zapallos, caiguas, amén de la abundante producción del nudillo y agashul, que sin trabas ni medidas por parte de los propietarios (caso de invadir lo ajeno), propiciaban la cría, a nivel de todos lo cuyeros, de ricos y pobres, de incontables cuye, a la para que dé inmensos chanchos, “redondos” de puro gordos, y de pletóricos corrales de aves, en que las gallinas, “como pavas”, ya que el maíz superabundaba, era tentadora promesa para los epicúreos festines de San Isidro, San Antonio y el Carnaval.

¡Ay…! ¡Qué tiempos aquellos…!

Entonces nuestra campiña, en “tiempo de maíces”, lucía su edénica belleza. Niños y viejos no sabíamos, a ratos, qué nos sentíamos más encantados: Si con la celestial orquesta de huanchacos, pishgos, santarrosas, turriches, quindes y otros más pajarillos del Señor, que traviesos revoloteaban entre la tupida floresta; o con el perfume paradisíaco del choclos, frijoles y toda suerte de menudas yerbas, que saturaba el ambiente; o con los furtivos devaneos y flirts de mocitas que de, “achaque de ir a la yerba” para sus rucos engreídos, acudían a sus citas amorosas en medio de aquel, como Edén, rindiendo culto a los dioses Cupido o Eros… según.

Este es el festival de los maíces duraba seis meses casi siempre y culminaba con las pingües cosechas de mayo, en las que, durante todo el mes, por las calles del pueblo desfilaba una interminable procesión de acémilas conduciendo gigantescos costales de la cosecha, con la que se llenaba casi todos los “altos”, en los que las vigas, en su origen derechitas como reglas, tornábanse barrigonas, de soportar tantísimo peso. Y eso que las guayungas, aparte, aliviaban el peso de los altos.

Se vivía como en los glorioso tiempos bíblicos del Egipto de José, el hermano vendido.

Actualmente, por obra de los cambios inevitables que se producen en los pueblos, no solo en el país sino en el mundo, cambios que no siempre favorecen a las mayorías, como sería de esperar, sino a muy contados, la población de Sucre es muy consciente de que muy pocos son los privilegiados por la obra que Clodomiro Chávez mandó ejecutar, por cierto, con otras miras y objetivos.

Es de esperar que un nuevo sistema de explotación de la campiña; con nuevos planteamientos, nuevos criterios, nuevos proyectos y nuevas técnicas, variase en beneficio de las mayorías, sin menoscabar, valga la salvedad a los contados propietarios de ella.

Y que así, tocará a su fin la vigencia de lo que sentencio, casi catalíticamente, un recordado profesor del “Andrés Mejía Zegarra”, nuestro centro educativo de entonces, al avistar por primera vez el paso de la primera camioneta de la entonces denominada “Nestlé”, cruzando una bocacalle, rumbo al Común, a recoger la leche. Dijo en esa ocasión el aludido maestro.

- Acaba – Preciados colegas – de hacer su arribo a nuestra tierra la primera camioneta de la Nestlé.

¡Acaban de arribar a Sucre el hambre y la miseria…!

Fuente: Revista el Labrador N° 1, año 1992.

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