1
Ambula por el vetusto panteón general, donde yacen cientos, talvez miles y ciemos de miles de cadáveres y, entre ellos, abuelos suyos, padres suyos, tíos suyos. Hay cruces de las más antiguas: toscas, contrahechas y aquéllas de una sola piedra demasiado primitiva: y las más recientes con letras al estilo de algún basto carpintero. Todas aparecen como empuñaduras de espadas a medio clavar en la tierra... Allí el pino que desgajó el rayo y los pequeños promontorios de las nimbas frescas.
2
En una de ellas, un niño cubre con su casaca raída una cruz para que puedan consumirse dos velas que el viento apaga caprichosamente. Quien ambula lo ve muy triste:-¿Estás velando?
– Sí, señor.
-¿Y quién está aquí? - Mi abuelito.
-¿Recién ha muerto?
-Si, ¿No pué fuimos a pedirle ayuda para enterrarlo?
-¿Si? ¿Y les di algo?
-Nada. Dijo que el negocio estaba muy malo y salimos.
-¿Y tus padres?
- Hace meses también murieron en el terremoto de Nueva Cajamarca.
Así como al pino, un rayo interior zanja su ahora en dos estruendos que ruedan sin fin entrechocándose. No recuerda que este niño hubiese pedido su colaboración. Yo le vi en la semana, el día, la hora: siempre colabora él con todos. ¡Qué raro! Que precisamente esa vez no lo haya hecho. El rayo parece comprometer cielo, tierra y humanidad... Una niña se acerca y luego de saludarlo, se postra en la tumba y velan los dos críos. El hombre, saco al brazo, planta de ganadero, con mirada cejijunta se aleja. La tarde se viste de lluvia y desde lontananza se precipita hacia el sur.
3
En un dos por tres, gruesamente chirapea, esfumando tejados, eucaliptos, lejanías. Y ese rayo sobrepasa a una víbora: envenena, roe, aullando todo a la vez, en una exhalación inexcusable de pesar, sinsabor, angustia. ¿Por qué habló al niño y no pasó de frente? ¿Por qué su respuesta encasilla un vuelo?... Abre otra vez su comercio y al hacerlo, entregase a una inmensa dentellada de remordimiento. Entran en eso tres mujeres una muchacha, una joven u una de inedia edad. La joven pide colaboración para una mujer que, dando a luz a un fenómeno, ha muerto. La llegaron a la posta con convulsiones y preclamsia por la presión demasiado alta.- ¿Un fenómeno?
- Sí, señor. Chiquito pero la cabeza enorme, aplanada, tan grande que el esfuerzo mató a la madre.
- ¡La mató...!
- Y no hay con que enterrarla.
- ¿Y el fenómeno también ha muerto?
- Todavía, pero dice el doctor que solamente tendrá unas horas.
- ¿Lo han visto ustedes?
- ¡Sí- corean- es algo horrible...!
El hombre que había abierto su comercio, ahora abre el cajón de su escritorio y .sin contar entrega una suma a la muchacha, a la joven y a la otra. Se marchan. Pero esa imagen de los niños en el cementerio, del anónimo abuelito sepultado del fenómeno insepulto, lo paranovan con zarpazo helado, ora de la vida ora de la nada...
De la revista El Labrador, mayo 1993.
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