Por Tito Zegarra Marín.
No
se sabe con precisión cuándo ingresó el chocolate a Celendín y en qué momento
la cocina hogareña se llenó de su dulce aroma. Es probable que fue a inicios
del siglo pasado, cuando los propietarios de los valles que caen al río Marañón
al saber del valor alimenticio del cacao, comienzan a traerlo a Celendín.
Versiones
orales señalan que, a partir de esos años, el cacao fue trasladado en pesados
costales atados sobre el lomo de acémilas, desde los valles: Tupén, San Lucas,
Santa Rosa, Bombón, El Zapote, Granadilla, Punta Arenas, Cocabamba, Tuén, San
Lucas, Mapish, Huanabamba, Púsac y San Vicente. Entre los propietarios de esos
valles que trajeron el cacao hasta Celendín, destacan Isaías Barrera Ocampo y Rodolfo Salazar (cacao de Cocabamba y Tupén).
Para
transformar al cacao en chocolate se recurrió primero, a técnicas artesanales:
selección de las pepas de cacao, secado, tostado y molido en batán de piedra.
Luego se utilizó pequeñas máquinas de moler de alcance familiar y, desde los
años 60, molinos eléctricos. Actualmente, son tres centros de molienda a los
que acuden cerca de medio centenar de pequeños chocolateros.
El
chocolate celendino, desde esos años ha ido creciendo y ganando mercado, básicamente
porque el cacao es un fruto vegetal casi único en su género: de color oscuro o
negro, aroma exquisito y textura aceitosa. Por ello, el chocolate en poco
tiempo se posesionó en el comedor familiar, amplió su venta y consumo, se hizo
famoso y comenzó a salir a otros lugares.
Sin
embargo, la modernidad ha facilitado industrializar chocolate en Lima y otras
ciudades, que, ventajosamente, compite con el nuestro. Lo cual no está mal, pues
nosotros también producimos dentro de estándares industriales de calidad, caso
las chocolaterías Chocosol, Shilicolate y El Gallego. Las cuales hacen todo lo posible
para competir y demostrar que el chocolate celendino es más exquisito e
íntegramente natural.
Sin embargo, con el ingreso a Celendín de
cacao producido en la región San Martín, de color amarillento, de menos calidad
y a menor precio, se está afectando al buen sabor y prestigio del chocolate
celendino. Pues, al utilizar dicho cacao, total o parcialmente, se obtiene un
chocolate poco agradable y cada vez de menor venta. Cuidado, el prestigio y
futuro del chocolate celendino está en juego.
Es pertinente también aclarar algunos prejuicios,
creencias y rumores que describen al chocolate como grasoso, difícil de digerirlo
y dañino para el hígado. Craso error, su consumo por décadas nos dice que el
chocolate de cacao oscuro es digestible y alimenticio, protege el sistema
cardiovascular y funciona como antioxidante. Nuestros ancestros nunca dejaron
de tomar el chocolate y ello, precisamente, fue base de su fortaleza y buena
salud. Como anécdota, mi padre, hasta el último día de su vida, 97 años, tomó
chocolate y siempre con yapa.
No puedo dejar de mencionar a la Universidad
Nacional de Cajamarca. Los dos últimos años y en el marco navideño ha donado a
su personal chocolate, cuya etiqueta decía “hecho en Celendín”, pero sin
dirección y marca inexistente; por lo mismo, de mala calidad. Es loable sí, preferir
al producto celendino, pero al auténtico; de lo contrario, pareciera haber algo
turbio.
A pesar de la competencia, ideas infundadas y
escollos ocasionales, el chocolate celendino seguirá sobresaliendo como
producto vegetal nutritivo, saludable y aromático. Al lado del sombrero de paja:
símbolos preclaros de identificación celendina.
*Publicado en el Nuevo Diario de Cajamarca
el 01/12/2021
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