Autor: Onésimo Silva Reyna
Sea cual sea la tesis
real sobre el origen del hombre, lo cierto es que el Horno sapiens, el ser vivo
superior a los demás, por haber sido dotado de la facultad del pensamiento
(vale decir de la inteligencia) en su devenir histórico debía, a pesar de las
contradicciones existenciales, haber logrado las metas superiores y positivas,
acordes con su poder mental, de tal modo que los grandes valores humanos, como
el equilibrio social, el desarrollo integral de la persona, las conquistas
científicas y técnicas, habrían librado a la humanidad del caos, inseguridad,
odio y conflictos que amenazan con una destrucción masiva, el holocausto total,
cuya inminencia ya no son capaces de negar ni sabios, ni sociólogos, ni
políticos, ni religiosos, ni ateos, ni filósofos, sin cometer, si lo
intentaran, falsía, demagogia, que no calan fácilmente con sus variedades
retóricas en las mentes de las multitudes actuales.
Si bien es cierto que
este vertiginoso avance del conocimiento humano, de una parte ha alcanzado
logros de indiscutible valor social, poniendo al alcance y usufructo de la
sociedad las maravillas de su inspiración creativa, inventando y descubriendo
incalculables elementos y máquinas, desde las más simples a las más
sofisticadas; avanzadas formas de trabajo técnico; todo para satisfacer las
múltiples necesidades vitales del hombre; de otra parte, a caso la más
acentuada y negativa, es la invención y acopio extraordinarios de elementos de
destrucción, de deterioro moral, de corrientes ideológicas destructivas y
secesionistas, a cuya aparición aterradora han concurrido, aparte del súper
pensamiento de los sabios, los desvalores individuales y colectivos de la
codicia afirmada en envidia, la injusticia, el sensualismo desbordante, la
explotación mezquina y troglodita del hombre, el odio y resentimiento
colectivos, el menosprecio al doloroso drama que implica la pobreza. En fin,
sería de no acabar al nombrar la proliferación y vigencia de las bajas pasiones
que, al día, han conducido a las mayorías a una situación de desconfianza,
caos, miseria moral y material, cuyo último capítulo sería tal vez verdadera
catástrofe y destrucción total de la humanidad.
Claro, que muchos que
se tomen la molestia de leer estas reflexiones, bien pueden calificarlas de
tremendistas, pesimistas, antisociales y algo peor, pero resulta que lo
afirmado antes son verdades tristes y trágicamente tangibles y objetivas,
porque se las ve, se las escucha y hasta se las palpa, pese a las insanas
intenciones de tergiversarlas o negarlas de llano.
Ahora bien: surge la
inevitable pregunta: ¿Quién o quiénes; qué fuerza o fuerzas; cómo y cuándo nos
salvaríamos de este crudelísimo estado de cosas?
Habría que atenerse a
los políticos; pero, al paso que van los aconteceres, si confiamos en ellos...
¡Dios nos coja confesados...! Porque ellos, universalmente, son los que más que
conducir, mangonean el estado actual; en vez de gobernar en función de las
mayorías, "administran" el desorden, la desigualdad, los acomodos
personales, y no pocas veces la injusticia y el irrespeto irreverente a los más
elementales Derechos Humanos.
Se hace urgente un
cambio radical de las formas y métodos de vida humana: sabios, gobernantes,
letrados, iletrados, es decir el pueblo en masa, requiere una nueva concepción
de la existencia, acorde con los auténticos valores éticos. La tarea ha de
resultar ardua, costosa; pero debe ser ya, sin más demora, iniciada y
practicada sin desmayos ni renunciamientos.
Toca a los maestros, a
los padres de familia, a las fuerzas vivas de la sociedad, empezar una cruzada,
cuyos albores, de repente, se van vislumbrando en los horizontes, pues que la
historia del hombre está inmersa en los planteamientos de la Dialéctica, según
la cual: todo cambia en el cosmos y la vida; nada es eterno; más que Dios; el
bien será el imperio que derrote y reemplace al mal. Y, finalmente, la síntesis
de todo lo expuesto, que va en el título añejo que encabeza este breve tema, se
convertirá en este otro, que alguien, un día no muy lejano escribirá:
"El hombre... El hermano
deveras del hombre".
De la Revista El Labrador, mayo 1999.
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