A pesar de la aparente
bonanza Económica que vivía el país, allá por s años 80, en cierto modo,
estaban Muy de moda el cambio domiciliario.
Esto implicaba
necesariamente, estar en la boca de todo el vecindario.
Los radios casetes
tocaban incesantemente, una de esas melodías pegajosa del futbolista cantante
Julio Iglesias.
A esa melodía que
tenía en pindingas a toda la ciudad " a veces si, a veces no... reñíamos
por tonterías..."
No muy lejos del radio
casete, un parroquiano insistía, tozudamente, en adquirir las melodías de
Segundo Rosero.
A pesar de la
existencia de los edictos municipales que prohibían la compra o difusión de la
música ecuatoriana. Por un milagro inexplicable, estas melodías se escuchaban,
a cada instante, sin tener en cuenta las continuas incursiones del enemigo a la
Cordillera del Cóndor. En cambio los bohemios de aquella época, se relamían una
y otra vez, por no encontrar los "siete espíritus del guayacán" el
rompe calzón o el " chuchú", exótico. Una buena mesa, ya sea en un
bar, discoteca o en un muladar, eso sí, con bastante música "
cebollera" y chiringuito, a montones.
Por ese entonces, las
"polillas de las noche" merodeaban a sus ocasionales clientes
disputándose celosamente las sobras de la noche.
En ese tiempo, le tocó
vivir al perrito lector, Chocolates, que husmeaban desde lejos, ese mundo duro
y salvaje de los seres humanos. Sus escasos seis meses de vida, le daban una
estampa de campeón del barrio, ese garbo de "dandy" romántico con que
recibía a los amigos de su amo.
Algunos ladridos
cortos y suaves cuando se trataba de niños pequeños, algunos trotecitos y
saltitos, a discreción, cuando se trataba de recepciones algún personaje
importante de la ciudad.
De rato en rato, una
mirada de niño resentido cuando llegaban tarde a la cena, entonces bajaba la
colita, sus ojos azulados, apenas, miraban el suelo.
De éste modo,
inconsciente, daba dos vueltas sobre su hermoso cuerpo y descansaba,
plácidamente, sobre las alfombras aterciopeladas, con una típica actitud de filósofo
existencialista.
Al día siguiente, de
un verano sin término amaneció, muy inquieto ladrando sin parar un momento
persiguiendo a esa bola de fuego que emergía en el lejano horizonte.
Tratando de asir con
el hocico, de este modo, pretendiendo darle un manotazo con efecto para lograr
un gol olímpico al arco iris.
Fueron tanto y tanto,
sus ladridos que empezó a despertar a todo el vecindario.
Al abrir sus puertas y
ventanas, viendo solo a Chocolate, jugando alegremente, volvieron a quedarse
dormidos.
Una falsa alarma
pensaron todos. En cierto modo algarabía de un cachorro juguetón, nada más.
Se dijo para sí misma,
la abuelita de la casa; caminando y destejiendo las ilusiones de ese día.
Chocolate, el perrito
juguetón volvió a la carga con esa soberbia de Mariscal de guerra, fijándose,
altivamente, en el estante de libros. De buena gana, husmeó como un buen
sabueso inglés con toda esa distinción de una " loor"
De repente de un
zarpazo sacó abruptamente "La Divina Comedia", "El
Decamerón", "La 'liada" y "La Historia del Tiempo"
Entonces, se puso a
hojear con esa meticulosidad de un lector asiduo disfrutando a sus anchas de las
ilustraciones y viñetas. De rato en rato, un deleite incorporable, observaba
las pinturas de Picasso, Dalí y El Greco.
De repente, una súbita
rabieta le empezó a invadir mordisqueando y humedeciendo las celebérrimas
páginas del Infierno, pasando luego al Purgatorio y culminando con el Paraíso.
Experimentado ese
goce, casi mefistofélico, de la Santa Inquisición.
No contento con su
soberbia actuación de emir, furiosamente, arrancó los capítulos de la mitad del
Decamerón. De hecho aterrorizados, corrían los aldeanos; los príncipes sorprendidos
buscaban un lugar donde permanecer; las abadesas con los labios pintados se
escondían una a una tras los árboles.
Mientras tanto los
héroes de la mitología griega, Aquiles, el semidiós: Patroclo, el héroe troyano
y la pundonorosa Helena, sintiéndose en peligro subiendo en el dorso del Ícaro.
No contento con todo
esto, dio un pequeño resultado enviando de esta manera, al túnel del tiempo, a
la obra de Stefan Hawing.
En una actitud de
increíble acrobacia, hizo una pirueta de ballet, haciendo huir al Jaguar, al
Boa, el Poeta Alberto, quienes corrían despavoridos sintiendo ese huracán un
poco húmedo que salía de rato en rato, de ese mítico lector, erudito como era
Chocolate, sabio entre los sabios.
Sin darse cuenta, de
tanto ir y venir, Chocolate, el perrito lector, metió las patas traseras y el
rabo en un balde de pintura.
A la voz de "paso
de desfile" pasó y volvió ante la tribuna oficial, dejando sus huellas
sobre la pintura de Picasso y a la voz de "rompan filas" chicoteó con
un color de acero fino los últimos cuadros del Greco y Dalí.
Al final, solo se
contemplaba un remolino de papeles de carátulas humedecidas y de litografías
chamuscadas esparcidas por todo el estudio.
Mientras tanto, en la
orgía de su obra, imperecedera, Chocolate, el perrito lector, dormía
plácidamente sobre sus patitas delanteras, alborotando de cuando en cuando, a
las moscas con algunos ladridos largos y cortos (*).
(*) "Crónicas de
un Desmemoriado"
De la revista El Labrador, mayo 2000.
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