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viernes, 15 de junio de 2012

Crónicas: EL PERRITO LECTOR

Por: Herbert Reina Zegarra.

A pesar de la aparente bonanza Económica que vivía el país, allá por s años 80, en cierto modo, estaban Muy de moda el cambio domiciliario.

Esto implicaba necesariamente, estar en la boca de todo el vecindario.

Los radios casetes tocaban incesantemente, una de esas melodías pegajosa del futbolista cantante Julio Iglesias.

A esa melodía que tenía en pindingas a toda la ciudad " a veces si, a veces no... reñíamos por tonterías..."

No muy lejos del radio casete, un parroquiano insistía, tozudamente, en adquirir las melodías de Segundo Rosero.

A pesar de la existencia de los edictos municipales que prohibían la compra o difusión de la música ecuatoriana. Por un milagro inexplicable, estas melodías se escuchaban, a cada instante, sin tener en cuenta las continuas incursiones del enemigo a la Cordillera del Cóndor. En cambio los bohemios de aquella época, se relamían una y otra vez, por no encontrar los "siete espíritus del guayacán" el rompe calzón o el " chuchú", exótico. Una buena mesa, ya sea en un bar, discoteca o en un muladar, eso sí, con bastante música " cebollera" y chiringuito, a montones.

Por ese entonces, las "polillas de las noche" merodeaban a sus ocasionales clientes disputándose celosamente las sobras de la noche.

En ese tiempo, le tocó vivir al perrito lector, Chocolates, que husmeaban desde lejos, ese mundo duro y salvaje de los seres humanos. Sus escasos seis meses de vida, le daban una estampa de campeón del barrio, ese garbo de "dandy" romántico con que recibía a los amigos de su amo.

Algunos ladridos cortos y suaves cuando se trataba de niños pequeños, algunos trotecitos y saltitos, a discreción, cuando se trataba de recepciones algún personaje importante de la ciudad.

De rato en rato, una mirada de niño resentido cuando llegaban tarde a la cena, entonces bajaba la colita, sus ojos azulados, apenas, miraban el suelo.

De éste modo, inconsciente, daba dos vueltas sobre su hermoso cuerpo y descansaba, plácidamente, sobre las alfombras aterciopeladas, con una típica actitud de filósofo existencialista.

Al día siguiente, de un verano sin término amaneció, muy inquieto ladrando sin parar un momento persiguiendo a esa bola de fuego que emergía en el lejano horizonte.

Tratando de asir con el hocico, de este modo, pretendiendo darle un manotazo con efecto para lograr un gol olímpico al arco iris.

Fueron tanto y tanto, sus ladridos que empezó a despertar a todo el vecindario.

Al abrir sus puertas y ventanas, viendo solo a Chocolate, jugando alegremente, volvieron a quedarse dormidos.

Una falsa alarma pensaron todos. En cierto modo algarabía de un cachorro juguetón, nada más.

Se dijo para sí misma, la abuelita de la casa; caminando y destejiendo las ilusiones de ese día.

Chocolate, el perrito juguetón volvió a la carga con esa soberbia de Mariscal de guerra, fijándose, altivamente, en el estante de libros. De buena gana, husmeó como un buen sabueso inglés con toda esa distinción de una " loor"

De repente de un zarpazo sacó abruptamente "La Divina Comedia", "El Decamerón", "La 'liada" y "La Historia del Tiempo"

Entonces, se puso a hojear con esa meticulosidad de un lector asiduo disfrutando a sus anchas de las ilustraciones y viñetas. De rato en rato, un deleite incorporable, observaba las pinturas de Picasso, Dalí y El Greco.

De repente, una súbita rabieta le empezó a invadir mordisqueando y humedeciendo las celebérrimas páginas del Infierno, pasando luego al Purgatorio y culminando con el Paraíso.

Experimentado ese goce, casi mefistofélico, de la Santa Inquisición.

No contento con su soberbia actuación de emir, furiosamente, arrancó los capítulos de la mitad del Decamerón. De hecho aterrorizados, corrían los aldeanos; los príncipes sorprendidos buscaban un lugar donde permanecer; las abadesas con los labios pintados se escondían una a una tras los árboles.

Mientras tanto los héroes de la mitología griega, Aquiles, el semidiós: Patroclo, el héroe troyano y la pundonorosa Helena, sintiéndose en peligro subiendo en el dorso del Ícaro.

No contento con todo esto, dio un pequeño resultado enviando de esta manera, al túnel del tiempo, a la obra de Stefan Hawing.

En una actitud de increíble acrobacia, hizo una pirueta de ballet, haciendo huir al Jaguar, al Boa, el Poeta Alberto, quienes corrían despavoridos sintiendo ese huracán un poco húmedo que salía de rato en rato, de ese mítico lector, erudito como era Chocolate, sabio entre los sabios.

Sin darse cuenta, de tanto ir y venir, Chocolate, el perrito lector, metió las patas traseras y el rabo en un balde de pintura.

A la voz de "paso de desfile" pasó y volvió ante la tribuna oficial, dejando sus huellas sobre la pintura de Picasso y a la voz de "rompan filas" chicoteó con un color de acero fino los últimos cuadros del Greco y Dalí.

Al final, solo se contemplaba un remolino de papeles de carátulas humedecidas y de litografías chamuscadas esparcidas por todo el estudio.

Mientras tanto, en la orgía de su obra, imperecedera, Chocolate, el perrito lector, dormía plácidamente sobre sus patitas delanteras, alborotando de cuando en cuando, a las moscas con algunos ladridos largos y cortos (*).

(*) "Crónicas de un Desmemoriado"

De la revista El Labrador, mayo 2000.



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