Por Tito Zegarra Marín.
Vista de la pampa El Común y al fondo el cerro Guashag. Fotografía: Panoramio de KmrojasA. |
Siendo aún niños, recordados
maestros y familiares mayores, metieron en nuestra cabeza, los nombres de
los tres cerros más grandes
que se elevan por los alrededores de la
bella campiña donde se asientan
las localidades de Sucre, José Gálvez y Jorge Chávez: Lanchepata, Guishquimuna
y Guashag. Desde ese entonces, algo de respeto y temor nos inspiraban, pues sus severas pendientes
hacían imposible escalarlos, menos
llegar a la cima. Solíamos escuchar que cuando Guashag se enojaba, es decir, se veía cargado
de densos nubarrones, oscurecido y amenazante, la caída de tempestades,
duraderas y totales, eran inevitables.
Con voluntad y satisfacción hemos recorrido, paso a paso y pacientemente, a todos esos cerros y sus prolongaciones, pero faltaba el más elevado y afamado: Guashag. En estos días secos de agosto se presentó la ocasión, sábado 18, conjuntamente con los amigos Práxedes e Idelso y en el marco de un tiempo nublado y opaco, marchamos tras él. El caserío de Macas, al que pronto llegamos, se encuentra al pie, y desde allí iniciamos la lenta subida. Nos extrañó observar que más allá de la carretera que atraviesa a ese poblado se extienden importantes áreas de tierras cultivables, aunque carentes de agua.
El Guashag está dividido en dos cuerpos o niveles. El primero se eleva a más de la mitad de su altura, y entre ambos existe o los separa una regular pampa hundida, totalmente seca, silenciosa y con tres casitas de piedra y techo de paja a sus costados, de nombre un tanto extraño, “Ánimas Potrero”. No fue difícil llegar hasta allí y poco a poco vibrar ante el panorama paisajista cada vez más espléndido y reconfortante. Pero para el segundo nivel la subida se complicó un poco, no existen caminos y en la práctica había que hacerlos. Son laderas áridas y rocosas, lastimosamente casi exentas de flora y fauna, donde la práctica cruel de caza de venados, al parecer, ya no se da, en buena hora.
Después de más de tres horas y algo agotados nos posesionamos de la cima a 3420 m.s.n.m., y desde allí visualizamos la impresionante campiña, luminosa, verduzca y salpicada de sauces y eucaliptos; en sus costados, además de las tres localidades capitales de los distritos que daban la imagen de estar correctamente delineadas, se divisaba, casi escondidos, a los pequeños y finos villorrios de Cusichán, El Paraíso, El Torno, Chaquíl, Pencas, Conga de Urquía y Macas ; y a lo alto, nos asombró la espectacular magnitud de los cerros que lo circundan y protegen, sobre todo del que posábamos. Será por eso, nos pusimos a pensar, que Guashag significa en quecha defensor o guardián, tal vez en alusión a su posición altiva que parece vigilar a esa encantadora meseta altoandina. Aunque en medio de ello, no pudimos evitar nuestra indignación al ver extensas áreas, donde había algo de vida vegetal y animal, totalmente quemadas equivocadamente promovidas por campesinos ansiosos de lluvias.
Y en dirección horizontal, fue grato observar a Oxamarca y las compactas cumbres donde se asienta La Chocta; a los cerros Quillimbash y Cumullca con cortes y aberturas ocasionados por la construcción de la carretera asfaltada; a la ciudad de Celendín y sus picachos azulados en cadena hacia el norte, pasando el río La Llanga. Y a nuestras espaldas, dirección oriental, un penetrante hilo plateado deslizándose por entre las faldas andinas que se precipitan de la cordillera central: el río Marañón, sobre él y un poco arriba, territorios y pueblos de los chachapoya a los que hemos recorrido y siempre extrañamos.
Creo haber vivido una experiencia más de las muchas (alrededor de 100), entre pequeñas y medianas, realizadas a lo largo de más de una década; pero ésta, trajo a la memoria nuestras correrías por la cumbres de los territorios de los chachapoya, muchas de las cuales, como Guashag, parecían colocarnos al borde de la infinitud de la naturaleza, haciéndonos meditar sobre las cosas maravillosas que muestra y esconde, e invitándonos a amarla y cuidarla de verdad. Imaginamos a esa portentosa e insondable laguna (Huaucococha) que hacen miles de años cubrió toda la campiña; e imaginamos también, para cuando ya no estemos, a esos descomunales cerros totalmente reforestados y llenos de vida. Después de 7 horas, ya en el sitio El Isco, atravesando sus pampas soleadas, alzamos la mirada, el Guashag se reflejaba imponente entre las nubes.
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