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martes, 19 de enero de 2010

La Tierra del Recuerdo

Por: Nazario Chávez Aliaga.

Para mí – pese a lo rancio de las cosas oficiales – el nombre de Huauco será inmutable, hasta cuando yo no sea. ¡Qué hermoso! ¡Qué bello! ¡Qué grande! Es el pueblo que sabe conservar la grandeza de su pasado heroico, sus usos, sus costumbres, el ritmo, el estilo de su vida, y, sobro todo, su historia, engrandeciéndola y enalteciéndola.
Huauco. No se concibe que un pueblo que tiene derecho a vivir su propia sangre, su propia vida, sus creencias, su amor y sus padecimientos lo lleven a otra piedra bautismal, a remolques, a ponerle otro nombre, desnaturalizándolo por completo. No encuentro la finalidad del propósito. Si con cambiar el nombre a un pueblo se consiguiera su grandeza y el mayor bienestar de sus hijos, en buena hora, cámbiese el nombre a todos los pueblos del Perú. Por mí me mantendré fiel al nombre de mi tierra, el Huauco, por la raíz histórica que la define y por el mandato ancestral y enérgico de su glorioso pasado.

Hecha esta aclaración, mejor dicho, terminado el diálogo, cabe hacer algunas recomendaciones a la gran familia huauqueña, porque no sólo de pan vive el hombre, también vive de sus nobles virtudes, que orientan el buen vivir de los pueblos. Recordarles su deber es una obligación. Se ha dicho, con bastante exigencia, que la vida de un pueblo es la riqueza de su historia. Pueblo que no tiene historia, no es pueblo, es apenas un proyecto de pueblo, un remedo de pueblo. Un pueblo que no ayuda, no fomenta si no está muerto, esta moribundo o en trance de muerte. Un pueblo que no recoge y conserva su tradición, es un pueblo que no tiene derecho a llamarse pueblo.

Hay que aprender a mantener actitudes dignas y enérgicas. La verdad no está en quien la dice y la proclama, sino en quien mira y descubre la luz de la alborada o la sombra negra, que viene al obscurecer la realidad viva del hombre. No hay cosa más desolada que una ilusión que se frustra. Todo cuanto significa este consejo, está orientación para el mejor vivir de un pueblo, mi entusiasmo y mi responsabilidad insobornable crecerá a niveles superiores. Hay que rendir homenaje al brazo vengador de la miseria. Brazo del pueblo.

Por quererlo así y sentirlo así y anhelarlo así, la tierra del Huauco, mi tierra admirable, de excelencias clamorosas, de encrucijadas históricas, de gracia y ternura, de sangre renovada, estuvo conmigo en mi recuerdo, cuando visité los países de América, Europa y Asia, con motivo de las jiras presidenciales del doctor Manuel Prado, en mi condición de Secretario General de la Presidencia de la República del Perú. En ellas, tu, tierra inolvidables del Huauco, estuviste, en mi recuerdo, junto a mí, llena de orgullo y majestad, en los palacios de los Emperadores, en los tronos de los Reyes, en las tumbas de los Papas, en los frescos de Miguel Ángel, en las Catacumbas; en los Jardines Sagrados del Vaticano; en los coros de las Catedrales; en los parlamentos; en los cabildos; en los magníficos Centros de Cultura helénica y greca, y en las galerías colosales, contemplando absorto los esplendidos murales de Diego de Rivera, la casa abandonada donde vivió y murió León Trostky, con la bandera enhiesta de la Revolución permanente.

También estuviste junto a mí, al lado de Sumo Pontífice que nos bendijo, en las arcadas, en las famosas tullerías, en los arcos triunfales de los Césares, en la Capilla Sixtina, y oíste conmigo las dianas de la Revolución Francesa, las inmortales sinfonías de Beethoven, y en todo cuanto deslumbrante y poderosos, tú y yo, emocionados, veíamos absortos la grandeza de un pasado que vive todavía, de u pasado inmortal en la plenitud de sus glorias. Creo no haberte dado un solo instante de disgusto. Te dí cuanto tuve, mejor dicho te devolví cuanto tú me diste a manos llenas durante mis ochenta años. Llevé tu nombre conmigo y conmigo volvió tu nombre del Huauco, lleno de gozo y de jerarquía; y llevé conmigo, también en secreto la memoria, la plegaria, la oración, el adiós, la bendición y el ruego de mis muertos que viven todavía, entre rosas blancas del cementerio humilde, de esa tierra querida del Huauco.

Fuente: Autobiografía, Nazario Chávez A.; Lima Enero de 1973.


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