Escribe: Gutemberg Aliaga
Zegarra.
Histórico toro...
Más bien, toro de
leyenda...
Había cumplido seis
meses y su pelambre era fina, suave y brillosa; de color mulato.
La madre, también una
legendaria vaca negra, que un día cualquiera de esos, de lluvia, viento y sol
cerró para siempre los ojos a la vida, dejando al atribulado huérfano
comprometido con su destino.
Allí estaba la
pobrecita patitiesa y con los ojazos vidriosos y ausentes.
El crío, ajeno a su
tragedia, trataba de ahuyentar a un perro impertinente, ansioso de festín.
En el azul del cielo
se dibujaban ya las siluetas de unas aves negras con picos tonos, que
merodeaban el cadáver.
- ¿Y ahora? - plañía
Julcamoro, caporal de la hacienda Malat - ¿Qué será de tu vida, pobre huérfano?
La menuda gana que
estaba cayendo, a la luz de un sol mortecino, intensificaba la brillantez casi
metálica del crío.
- ¡Brillante! -
exclamó el cholo caporal - ¡Brillante te llamarás!
Y este fue acaso el
origen en síntesis del torete que, años después, se convirtiera en el
"toro de capa" más admirado en las festividades del Patrón Isidro. El
Brillante llegó a héroe de inolvidables jornadas en la Plaza de toros de Sucre.
Huérfano y solo,
plenamente libre, empezó a recorrer los potreros. Se lo avistaba buyando,
subiendo y bajando esmeraldinas lomas, comiendo de lo mejorcito; irrumpiendo en
las quebradas o recortando airoso su esbelta figura contra el espejo celeste
del cielo.
Tal vez el torete
añoraba a su fogosa madre, batiéndose airosa con un puma hambriento, al que
ahuyentó con coraje de pura sangre.
Claro que no encontró
potrero fijo. Se hizo badulaque y renegado también.
Tres rodeos se
realizaron, siendo el brillante el único ausente. Menudearon entonces las
cábalas: Quizás algún león hambriento o un talalán traicionero habían dado fin
a su aventurera existencia.
Una tarde, cuando
menos lo esperaba, Julcamoro lo avistó en una huaylla cercana.
Pasmado se sintió el
cholo: ¡Cómo había crecido el bandido! ¡Vaya la estampa de aquel mancebo,
lejano descendiente, quien lo negaría, tal vez de un Miura lejano!
- ¡Por fin te veyo, zambito!
- gritó - Corriendo luego después hacia su choza para dar la buena nueva a su
familia. Reunió a varios indios y planeó una emboscada, porque lo quería para
padrillo.
Días después, en el
centro de una hoyada, Brillante rumiaba impávido, ajeno a las malignas
intenciones de la indiada.
Luego estalló la
gritería india y se desgranó una briosa caballada desde las lomas cercanas,
agitando serpenteantes maromas que, de momento, aturdieron al solitario. Las
astas blanquinegras, que destacaban arrogantes y seguras, se sintieron
presionadas por gruesos lazos. Mas dio un salto acrobático hacia un matorral
cercano, desapareciendo cuesta arriba.
- ¡Pshhhh, carajo!,
fue la frase interjectiva de los decepcionados indios, que volvieron cabizbajos
a sus hogares.
Pero las intentonas
por cogerlo continuaron hasta que, una mañana brumosa, en un encañonado
difícil, lo sorprendieron sus captores. Esta vez con más eficiencia actuaron y
lo llegaron a coger.
Pero ya el Brillante
habla señalado con acuarelas bien definidas su peligrosidad a cuantos
caminantes, muchas veces desprevenidos, alcanzaban a encontrarlo en la ruta.
Algo más, Brillante dizque se hizo un toro asaltador. Se esparció esa suerte de
comentario por los confines cercanos hasta quedar prácticamente sellados los
caminos a Tallambo, especialmente para quienes por primera vez lo recorrían.
El Brillante era el
magno tirano y dictador en sus extensos dominios.
- Allá en aquella
falda estuvo esta mañana - comentaba Julcamoro a sus dos extraños visitantes.
- Nosotros quisiéramos
llevarlo a toda costa a Sucre para la corrida del Patrón- replicaron decididos
los recién llegados.
- Creo que no podrán,
señor, nosotros fuimos varias veces a lacearlo y traerlo, pero nada.
- El bárbaro no se
aguanta pulgas y es un asesino.
- Eso es problema
nuestro. Sentenciaron los comisionados.
- Bueno allí lo
tienen. Pues si lo chapan, lo llevan, no hay problema, - respondió Julcamoro.
- ¡Es hermoso el
bandido! ¡Será la muerte!
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Mes de mayo en todo su
esplendor, días de deslumbrante sol; noches tachonadas de estrellas; mayordomos
y fieles en general a todo vapor. La fiesta religiosa se realizaría mañana
mismo.
Mientras, una veintena
de voluntarios alistan caballos y lazos para ir a traer al Brillante.
Minutos después, la
garganta de la Quintilla engullía a la comitiva. Abajo en el pueblo aleteaba
fuerte la esperanza de tenerlo.
Bravos los sucrenses
lograron su cometido. Y dos días después, por la bajada de Vaquero, en medio de
densa polvareda, camina el prisionero, hirviéndole la sangre y con infinitas
ganas de despanzurrar a los traidores que le acababan de destrozar su libertad,
alejándolo de su querencia.
Por fin, después de
penosa caminata, por el ojo de la Quintilla asoman el guapo Brillante, como
desafiando al nuevo horizonte y la comitiva numerosa que trasuntaba alegría
desbordante.
Más de un jinete se
destaca a la vanguardia del grueso del pelotón para prevenir a las gentes que,
a pesar del pánico latente, se arremolinaban en calles, esquinas y puertas para
contemplar al bicho esperado.
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Primera tarde de
toros. 3 p.m. El toril, como coloso guardián de los bravos, aguanta
impertérrito las acometidas y cabezazos de los bravos. Los bramidos se filtran
en las venas, arterias y capilares de los fisgones.
Se escucha, abanicando
el ambiente, las notas de una alegre marinera, a cuyos acordes una pequeña
mancha de garbosos jinetes exhiben una linda y coqueta "moña" que,
alada mariposa de múltiples colores, se verá prendida en el lomo del ansiado,
minutos después.
En el palco oficial,
una voz de barítono declama los versos, dedicados al Brillante por un vate de
Conga de Urquía.
En el fondo del redil
pastaba sin embarazo;
hoy me encuentro en el
toril,
preso de este odioso
lazo.
Abandoné mi potrero
por lucir en esta
plaza;
admirará el Huauco
entero
lo valiente de mi
raza.
Soy Brillante
asaltador
y asalto con mucha
suerte;
sepa el torero traidor
que hoy mismo le doy
la muerte.
Las montañas y las
peñas
escucharon mi bramido;
viví metido en las
breñas
porque muchos me han
temido.
He luchado con el oso,
con el tigre y el
león;
hoy lucharé con un
mozo,
al que abriré el
corazón.
Hermosa copla
pueblerina que, apenas terminada, dio paso a un ruido procedente del toril.
Brillante acaba de pisar la arena, rasca iracundo y brama con rabia homicida.
El torero, más por miedo que por arte, paso a paso, midiendo el peligro y sus
temores, avanza hacia el bicho. Este lo descubre y embiste raudo, apenas dando
tiempo para que el diestro lo reciba con un pase de Verónica, que el público
aplaude. Pero, ¡Oh decepción!, vuelve el burel al ataque y el
"indiestro" se ve levantado por los aires, sobre los pitones del
bravo, cayendo aparatosamente al santo suelo, donde queda quieto, mientras
gritos de espanto revientan en el aromático espacio del ruedo, a la par que
sacan al infeliz torero hacia el salvavidas más muerto de susto que herido.
Allá, en su dominio,
Brillante sigue rascando y bramando.
Repuesto el matador,
vuelve al coso, esta vez armado de bermeja muleta, con la cual logra una faena
inolvidable, pues el toro tallambino se comportó con bravura, pureza de sangre
y juego limpio que encantó a los millares de personas que atestaban los
tendidos.
Después sucedió el
retorno al lar añorado. Y Brillante, como ufanándose de su odisea, se veía casi
siempre junto a hermosas terneras que le hacían todo género de festejos e
insinuaciones.
Doce lunas han pasado
desde aquella gloriosa tarde en que el Brillante dejara tras su debut el recuerdo
fantasioso de su primera faena.
De nuevo se ha
prendido en Sucre la antorcha de la feria patronal. Dos semanas antes, hacia el
primero de mayo, han llegado los pirotécnicos que engalanarán las noches de
vísperas, incendiando con estallidos multicolores el cielo de Sucre.
"Bishojo" es un personaje célebre para la turba de pilluelos que lo
rodean, constantemente por todas las calles que aquél recorre. El que menos
quiere trabar amistad y conversar con el célebre "cuetero".
En los urpos las
chichas han empezado a hervir hace días.
Tres
"agencias" han transportado a una buena masa de sucrenses procedentes
de distintos confines.
La banda de músicos
"La Julcanera" deja escuchar sus vibrantes piezas de todo tipo:
pasodobles, valses, boleros, rumbas, marineras y huaynos.
Y de nuevo, culminando
una nueva jornada de pesquisa y traslado, los sudorosos jinetes de siempre
irrumpen por la "Toma" conduciendo vencedores al famoso Brillante,
preso de varias maromas de seguridad, pero ardiéndole la mirada de odio salvaje
y ansias locas de venganza.
Y allí lo tenemos en
la primera tarde de toros: Hosco pero hermoso; desconfiado pero valiente;
calmado, pero peligroso, resignado a la suerte de su encierro, listo para el
aviso del trompeta.
En los tendidos los
palcos asisten a una dura competencia de lucimientos, orlados con pañolas,
colchas y tapetes, a cual más hermosos y llamativos.
Una abigarrada
multitud se halla expectante y bulliciosa.
El Juez de Plaza y su
"corte de gorrones" han llenado el palco oficial.
El ruedo se ve de
pronto despejado de heladeros, fotógrafos y enamorados, que van tomando sus
emplazamientos.
El trompeta rasga el
espacio con su ansiado ta - ta - taaaaaagáa, que anuncia la salida del burel.
Algazara y tumulto en
el toril. Y de pronto aparece el testuz del Brillante, albigris y desafiante la
gallarda cornamenta. Se libra de palos y maromas y paso a paso, como alelado se
planta en el ruedo. Unas décimas de segundo mira a todas partes como buscando
al enemigo retador.
Detrás de los
burladeros los diestros y sus cuadrillas miran, temen, desconfían y luego se
animan.
Y empieza la secular
lucha del toro y el hombre, espectáculo cautivante para unos; abominable y
criminal para otros.
Brillante baja la
cabeza, rasca con sus fuertes pezuñas, taimado, mira, echando como chispas por
los ojos.
"Maravilla",
el matador del año, avanza con pasos cautelosos, después, claro está, que sus
peones han probado al bicho con dos o tres arremetidas que ellos han burlado
posesos de terror, y en fulmínea carrera hacia los burladeros.
Brillante embiste; el
diestro recibe en tan mala forma y peor cálculo que se ve impulsado por los
aires como un pelele. Cae pesadamente, se revuelca en la arena y hunde, más por
instinto que por destreza, la cara, tratando de evitar nuevas embestidas. Los
peones corren presurosos y sacan del apuro a "Maravilla".
- ¡Ese animal tiene
que morir! ¡Qué muera!, es el grito unánime de los espectadores. ¡Qué se lo
mate! ¡Qué mueeeraaaaaaa!
Después de un breve
suspenso vuelve "Maravilla" al ruedo, más de fuerza que de ganas, a
cumplir el inapelable mandato del Juez: a matar el toro.
Y allá los tenemos
después del tercio de banderillas, en el cual "Poma" ha deslucido la
tarde con su miedo sin precedentes.
El uno frente al otro,
odiándose, temiendo el hombre y atacando el toro, burlando en un sin fin de
citas y estatuarias, culminadas con una más bien risible suerte de desplante.
Hasta que llega la
"hora de la verdad". El diestro se cuadra. Brillante se ha aquietado
y mira fijo a su rival. Las patas delanteras alineadas y juntas. Todo bien. El
diestro levanta lentamente el trapo rojo con la mano zurda, mientras la derecha
levanta el estoque y apunta al centro de la "cruz". Como un destello
el torero carga hacia el toro; éste medio embiste y el estoque se hunde en un
punto algo ladeado del centro., Se ha hundido hasta la empuñadura.
Brillante ha saltado
al impacto de la estocada, que ha sido certera. Luego trastabilla, se arrodilla
y, como pidiendo con la mirada mortecina perdón al mundo que lo rodea, cae
lentamente..., muy lentamente.
---Fin---
Fuente: Revista El Labrador N° 1
año 1992.
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