Por José Luis Aliaga Pereyra.
A mis padres y hermanos, quienes elogiaron y
elogian la sinceridad de mis cartas... A Moisés Rojas y Carlos Aliaga, mis
amigos siempre amigos.
A Olindo Aliaga, José Sánchez y Práxides
Aliaga, quienes empujaron mi carro, ignoro si fue porque me vieron condiciones...
A Edwin Silas, mi hijo, a quién aburrí con mis
lecturas...
Y principalmente a mi pueblo querido, mi Sucre,
al que le debo todo
A todos: CON MUCHO AMOR.
PRESENTACION
Refiriéndose al pueblo
francés Romain Rolland dice: "No
escribió ninguna Odisea, pero vivió una docena de ellas". Acaso no
podemos decir lo mismo de Sucre, sus héroes son mejores que sus poetas.
Carátula. |
El Milagroso Taita
Ishico; cuento repartido en cinco títulos, nos recrea con deleite, tiene sabor
a miel. De cada una de sus partes emana una fuerza extraña que tiene su origen
en el espíritu de su autor, quién lo narra sin artificios, ni afectismos; sólo
aflora su sed de autodidacta empecinando en mostrar, circunscrito al ambiente
religioso, la vida y problemas de nuestra compleja realidad, cruenta a veces,
pero siempre deslumbrante.
El motivo principal
gira en torno a San Isidro Labrador, cuya fiesta santoral es el 15 de mayo; el
escenario es Sucre, pueblo con profunda veta católica y el personaje central el
ama de llaves de la iglesia una señora perteneciente a lo que podríamos llamar
la alta sociedad sucrense.
La trama y motivación
del cuento se mantienen vivas; desde "La
Escapada del Taita Ishico", hasta "La
Fiesta".
El cuento satiriza y
llama la atención a un pueblo creyente que se pasa la vida fisgoneando. Así se
nota como en una radiografía, cuando dice:
"El juicio se había
iniciado y la estrecha calle Simón Bolívar, bullía colmada de curiosos; niños,
jóvenes y adultos se habían dado cita y esperaban el resultado".
Las preocupaciones de
Doña Bondad por la fiesta, no son sino sahumerios para mantener viva la llama
votiva del pueblo, que se está dando cuenta de la inutilidad de quemar dinero
traducido en pólvora.
La imaginación del
autor se presenta muy aguda en toda la descripción del relato; sobre todo en el
manejo del personaje don Ishico que lo encontramos, ora conversando con su
similar San Antonio de Pencas, ora
haciendo de testigo ante el juez mofletudo, ora escogiendo los toros para la
fiesta. San Isidro también se escapó por los dominios de don Alejandro, todo
esto es lo que sugiere el cuento, escrito en cinco partes, con algunas
pinceladas de la realidad monda y lironda.
Alolin.
I- LA ESCAPADA DEL TAITA ISHICO.
Eran las tres de la
mañana y doña Bondad no podía dormir; daba vueltas y más vueltas, haciendo crujir
su cama estilo virreinal. Se encontraba inquieta. Algo le impedía conciliar el
sueño. Era como si alguien la estaría llamando; como si alguien la estaría
necesitando y estuviera esperándola con la seguridad de que acudiría a su
llamado. De pronto su mente se llenó de interrogantes, preguntas a las cuales
no podía dar respuestas. ¿Quién podría necesitarla a ésas horas de la
madrugada? ¿De dónde podrían venir ésas llamadas que las sentía fuertes y hasta
desesperadas? Cada instante que pasaba, su preocupación aumentaba, ahora
parecía como si la tomasen de la mano y le dijesen: ¡Bondad ven, vámonos,
acompáñame! Y fue en esos momentos en que ya no aguantó más. Se vistió y abrigó
rápidamente, envolviéndose con un pañolón grueso de color negro disponiéndose a
salir.
Doña Bondad era la
encargada de la iglesia, por falta de párroco, y sus pasos la llevaron hasta
allá. Ayudada con una linterna de mano, por carecer de energía eléctrica el
pueblo, abrió el portón de ingreso, como si estaría segura de que allí
obtendría la solución a su inesperado insomnio, y se dirigió al altar del negro
Ishico. Vaya sorpresa: ¡El altar estaba vacío! No podía creerlo. ¡Ella misma
había cerrado con llave la iglesia y esa misma noche había cambiado de traje al
milagroso sembrador de espigas! ¿Cómo podía estar su altar vacío? ¿A quién se
le ocurriría robar al Taita? Buscó las cosas de valor y que podrían ser objeto
de hurto; y todo absolutamente todo se encontraba en su lugar, tal y como,
ella, lo había dejado. Era imposible que fuesen ladrones sacrílegos. Tampoco
podría ser gente poseída por el demonio, por que todo estaba en riguroso orden.
Luego de rezar, por un
momento, continuó indagando; tratando en lo posible, de hallar un indicio y
obtener la buscada respuesta. Así pasaron largos minutos, y de repente, para
aumentar, ¡aún más!, su sorpresa, se detuvo ante las huellas de unos zapatitos
bastantes conocidos por ella... Sí; las huellas bajaban del altar, y para colmo
llegaban hasta la puerta de la iglesia. No podía salir de su asombro ¿Qué
dirían en el pueblo si acudiría al señor Alcalde e indicaría los hechos? ¿Qué
opinarían los vecinos si, por lo menos denunciaría a la policía la pérdida de
don Ishico? Y peor aún; ¿Cómo la calificarían si les dijera que, ella,
sospechaba que el agricultor milagroso había bajado y que, por sus propios
medios se había retirado de la iglesia? ¿Acaso no la tildarían de loca? ¿Acaso
no se reiría el pueblo entero de ella?
Nuevamente se
arrodilló y rezó, un tanto resignada. , ¿Qué podía hacer? ¿Es que el Taita la
necesitaba? ¿Cuánto tiempo podía durar la escapada de don Ishico? ¿Y cuántos
días podría ocultar su desaparición? ¿Acaso estaba interrumpiendo su regreso?
¿O qué estaba ocurriendo con el Taita? Todas estas preguntas, pasaron en
cuestión de segundos por su preocupado cerebro. Al fin, se decidió, ir a
buscarlo por todo el pueblo. Pero: ¿Por dónde empezar? Pensó en algún enfermo
grave o en la gente humilde. Quizás el Taita, compadecido, haya bajado del
altar para dedicarse, por la noche, a realizar milagros y curaciones. O
simplemente quería salir de la iglesia en una fecha que no sea la del mes de
mayo. ¿Qué le diría al vecino al tocar su puerta? ¿No está don Ishico en tu
casa? ¿No has visto al Taita? ¡No lo encuentro en la iglesia! Conforme
imaginaba sus preguntas; también desechaba sus ideas e intenciones y estuvo
caminando por todas las calles del pueblo. Quizás se dijo, ya fue descubierto y
se haya armado un alboroto. ¡Pero nada! Cansada ya; por Minopampa, se dirigió
al Oratorio; y se acordó que por allí, la última procesión de mayo, la vaca
brava casi lo desgracia y el pobre se salvó de milagro; sus fieles y cargadores
lo dejaron solo y el animal salvaje pasó por su lado sin ni siquiera mirarlo.
Al continuar buscando; observó una lucecita en la capilla del Gringo de Pencas,
y allá se encaminó cautelosa, para no ser descubierta. Por suerte, no había un
alma, ni por las calles, ni por el campo. Haciendo un círculo por el frente de
la nueva plaza de toros, bordeando una especie de sequia grande, se acercó de
puntillas por la parte posterior; llegando a la puerta principal. Casi se
desmaya, al ver lo que sus ojos se negaban a creer: Don Ishico y el Gringo de
Pencas se hallaban sentados, uno frente al otro, y dialogaban como dos buenos
amigos. Doña Bondad afinó los oídos, para poder escuchar lo que decían:
- -
Tú debes
solucionar eso Ishico- le indicaba el Zarco - tú tienes muchos fieles y tu
fiesta se llena en el mes de mayo; todas las generaciones te visitan y llegan
desde muy lejos todos los años.
- -
No
Zarquito - reprochaba don Ishico- no juzgues por la cantidad de gente. Piensa,
que de los muchos que llegan, pocos son los que ingresan a la iglesia; luego,
saca tu cuenta, de los que ingresan a la iglesia, contados son los que lo hacen
con fe y con desprendimiento; tú no te imaginas, amigo, que hay personas que ni
en el momento en que elevan sus oraciones, dejan de ser mezquinos y me piden
favores, que me siento tentado de rechazarlos. Hasta los regalos que me hacen,
algunos lo dan como si me estarían pagando, para que luego, les devuelva con
algún milagro.
- -
Un momento
mi querido Ishico-interrumpió el Zarco de Pencas -no olvidemos que nosotros
somos los milagrosos y que ellos son débiles humanos y más puede el placer, la
vanidad, el egoísmo; siendo muy pocos los que sacrifican su vida para con los
demás. Quizás necesiten de algún escarmiento- terminó reflexivo.
-
- Tú me estás
dando la razón hermano; y no hay que fiarse mucho de las fiestas y regalos. Hay
que ingresar en el corazón de aquellos que, aunque pocos, luchan porque éste
mundo terrenal cambie y sean todos bienvenidos en el paraíso. Hay que ingresar
y darles toda la fuerza espiritual que necesiten.
- -
Aunque mi
función es la misma - explica el Gringo- las personas acuden a mí, por lo
general, para amancebarse y no creas Ishico, hay muchas pecadoras y todas me
piden lo mismo: novios ricos; hasta hay de las que tienen su novio rico y su
novio pobre, por si acaso; y cuando se acercan a mi capilla, no pueden
decidirse con quién ir y se confunden en rezos y ruegos, que me hacen sentir
como tú. Comprendo las ganas que tienes de decirles su verdad y, a veces, hasta
su futuro.
-
Doña Bondad
estupefacta, al escuchar la conversación de los milagrosos, no quiso
inmiscuirse más en ello, retornando complacida a su casa.
El puntual kikirikí
del ajiseco, desde su gallinero, despertó sobresaltada a doña Bondad; quién
luego de recorrer con la mirada, las paredes blancas de su cuarto, se preocupó
en comprobar si todo era fruto de un fantástico sueño. Se calzó las importadas
pantuflas de cuero, y sus pies la condujeron mecánicamente hacia un viejo y
grande baúl forrado, en su interior, con papel decorativo antiguo, al cual
abrió lentamente: Doblado, junto a dos frazadas de algodón y con olor a
naftalina, se encontraba el pañolón negro, sin señal de haber sido usado
aquella agitada noche. Doña Bondad colocóse de rodillas, y cubriéndose con el pañolón
el rostro, suspiró profundamente, pronunciando el nombre de don Ishico El
Labrador Milagroso.
II.- EL JUICIO.
La noticia alborotó al
pueblo y a sus autoridades; quienes prometieron denunciar a la causante del
escándalo, dijeron que le retirarían su confianza y que las llaves del convento
pasarían a otras manos.
Todo sucedió como lo
anunciaron: El Juez de Paz, cursó un oficio al Comandante de Puesto; y al
término de la distancia, condujeron a doña Bondad a su despacho. Fue el guardia
Rudas, el encargado de cumplir la orden.
Doña Bondad, lo supo,
por labios del benemérito, y es que los chismes son así; pasan de boca en boca
y como en las sacadas de vuelta, el marido es el último en enterarse.
El Juez y el señor
Alcalde, habían intercambiado palabras al cruzarse por la Plaza de Armas.
Luego; el primero, bajó apurado a su despacho, y como siempre, abrió su oficina
silbando, para después tararear la misma canción; mientras con el plumero,
limpiaba las dos apolilladas bancas, que con el polvo, daban trabajo al
asearlas. El Juez, esperaba este caso con mucho interés, ya que los
denunciantes eran las propias autoridades, y el cargo: "ATENTAR CONTRA LA
FE DEL PUEBLO" era, contra la señora más querida y respetada del lugar.
El guardia Rudas, un
tipo aparentemente correcto, había aceptado las condiciones de doña Bondad y
caminó detrás, como a cincuenta metros de ella, para que así, nadie sospechara
de qué iba detenida. La señora, ignoraba que el pueblo entero cuchicheaba a sus
espaldas; y que, disimuladamente, se reunía por las inmediaciones, de aquella
oficina en cuyas paredes de adobe, colgaba un antiguo escudo patrio de latón
pintado; en donde se podía leer claramente: "JUZGADO DE PAZ DE PRIMERA
NOMINACION - SUCRE". Y allí ingresó, la encargada de la iglesia con la
cabeza erguida y con la conciencia limpia.
-
- ¿Jura
decir la verdad y nada más que la verdad? - preguntó el Juez en ceremonioso
tono.
- -
¡Sí juro!
- respondió doña Bondad, quién no comprendía el porqué del juramento. Ella
jamás había mentido y no necesitaba jurar, para decir la verdad. Pero así es la
justicia de los hombres, pensó en voz alta.
El juicio se había
iniciado y la estrecha calle Simón Bolívar, bullía colmada de curiosos: niños,
jóvenes y ancianos se habían dado cita y esperaban el resultado. La mayoría de
ellos, resentidos, porque doña Bondad, aseguraban, mentía al afirmar que había
visto al Taita Ishico y al Gringo de Pencas dialogar a alta3 horas de la
madrugada.
- -
¡Nosotros
tenemos la prueba y no se podrá Ud. negar!- dijo el Juez malhumorado, mostrando
un pequeño folletín blanco, que había circulado por todo el pueblo; y que,
llevaba un título con letras mayúsculas: "LA ESCAPADA DEL TAITA
ISHICO".
-
- Yo, no lo
niego señor Juez, y ese folletín fue escrito por un vecino a quién conté lo
sucedido.
- -
¿Y cómo es
posible que nadie la haya visto? - el Juez habló casi gritando - ¿Usted
recorrió todas las calles del pueblo y piensa que voy a creer que nadie se
percató de ello?
- -
Así es
señor Juez; suena raro, pero no había un alma, ni por las calles, ni por el
campo.
- -
¡Es
imposible, tiene que haber algún testigo!
- -
No señor
Juez; no tengo ningún testigo.
- ¡Entonces, es usted
una mentirosa y además una cínica!- el Juez se puso de pie como impulsado por
un resorte, y agitando los brazos, señaló una y otra vez a la señora;
acusándola directamente.
En la calle; se
escuchaba el griterío de la gente, y en el juzgado, el Juez, disponíase a
dictar sentencia.
De pronto; sin que
nadie lo notara, se presentó un campesino, vestido de poncho largo y de un
sombrero grande, que cubría la mitad de su rostro.
- -
Señor
Juez; soy el testigo que anda buscando, y puedo afirmar que la señora dice la
verdad y por lo tanto no miente.
- ¿Y quién es usted?
¿Cómo se llama? - encaró el Juez arrugando la frente.
-
- Eso no
importa señor Juez, soy una persona como todos ustedes; pero principalmente,
soy el testigo de la señora Bondad.
- -
Pero; ¿De
dónde salió usted? ¿Dónde vive? ¿Y a qué se dedica?
-
- Señor
Juez, como le repito, eso no importa; lo importante es que vi a la señora
Bondad, deambulando por las calles del pueblo, y como todos la conocen, me
causó sorpresa verla caminar a ésas horas; fue por ése motivo, que a
escondidas, la comencé a seguir, llegando hasta la Capilla del Zarco de Pencas,
observando lo que todos ya conocen.
El Juez incómodo, salió
hasta la puerta de su despacho y trató de explicar, a la multitud que
aguardaba:
-
- Señores -
les dijo - se ha presentado un testigo; quién manifiesta haber visto, todo lo
que ya conocemos.
Las personas, un tanto
inconformes, gritaron con los brazos en alto:
- -
¡Es
mentira!
- -
¡Seguro
que le ha pagado!
- -
¡Es un
farsante!
El campesino, al
escuchar los insultos, se colocó al costado del Juez de Paz y descubriese el
poncho, junto con el sombrero grande.
La muchedumbre,
enmudeció de repente.
Al descubrirse, el
campesino, el sombrero y el poncho largo; se pudo apreciar la carita y el
vestido de color guinda y terciopelo adornado, del Taita Ishico, el labrador
milagroso.
Fueron tan solo dos o
tres segundos y, explotando, desapareció la imagen; igual que una burbuja de
aire, al ser rosada por cuerpo extraño.
-
- ¡Era el
Taita, era el Taita!
- -
¡Yo lo vi,
yo lo vi! ¡¡Todos lo vimos!
-
- ¡Vámonos a
la iglesia! ¡Corramos a la iglesia!
Efectivamente; la
multitud corrió con dirección a la iglesia y doña Bondad, a la cabeza, abrió
apresuradamente la puerta.
Todos se apretujaron,
bajo el altar del anciano milagroso; que allí se encontraba con sus pequeños
ojitos, con sus bracitos extendidos y su vestido de terciopelo adornado, con
bordes de color amarillo, como la espiga del trigo.
III.- DOÑA BONDAD.
Contracarátula. |
E1 agua la sentía
tibia; por lo que se lavó la cara con toda tranquilidad. A veces amanecía
calurosa y se refrescaba, o mejor dicho, se enfriaba el rostro con el agua
helada que corría por el caño. Esta vez, doña Bondad, al levantarse, prefirió
recoger, en su depósito de porcelana con bordes pintados de azul oscuro, un
poco de agua, que la dejó calentar, bajo los rayos que el astro rey, ofrecía
desde muy temprano. De lunes a sábados no celebraban misas en el pueblo, y la
señora podía esperar tranquilamente y sumergir el rostro, en el agua
transparente y cristalina. En los días fríos, le ayudaban a entibiar el agua,
el querosene y su cocina de tres hornillas, de la cual nunca se había quejado.
Al terminar de asearse, pensó, tenía que iniciar la tarea diaria; primero el
desayuno, luego las compras para el almuerzo y después la iglesia con sus
sacristía, su púlpito y sus milagrosos; principalmente el Taita, el del altar
mayor; el que, junto con el resto permanecía impávido, aguardando el cambio en
la conciencia de su gente. Porque no podía ser de otra manera; la gente tenía
que cambiar tarde o temprano, con golpes o sin ellos; el Taita lo sabía; pero
esperaba tieso, inmóvil, como si no pensara; como si no se preocupara. Doña
Bondad peinaba su cabello negro y ondulado, y se inclinaba, a la derecha e
izquierda, dulcemente. Todo tenía que cambiar; para eso estaban ellos; a ella
se lo habían dicho, en sus sueños, indirectamente, las dos noches; el primero,
la conversación de los Taitas; el segundo, la aparición del Taita Patrono, en
el juicio frente al pueblo. Todo se lo habían dicho y estaba claro como el agua
cristalina. ¿Será como en las sagradas escrituras? ¿Será como en la aparición
del ángel a María? Es verdad y ahora lo comprendía: ¡El Taita se presentaba en
sus sueños y le pedía algo! ¡Sus sueños eran revelaciones! La señora se miró al
espejo y al ver su carita blanca, sin arrugas, se sintió más joven de lo que
era. Terminó de peinarse y se arregló la cintura, introduciendo su blusa negra,
dentro de la falda del mismo color; luego, se dirigió a la cocina, a prepararse
el desayuno, que se le hacía tarde.
Su casa, parecía
inclinada y aferrada al cerro Huishquimuna; las puertas eran verdes, como la
grama que cubría la parte alta de la calle Piura, donde los chanchos hocicaban
libres, el cimiento del corralón de tapial, que quedaba al frente. Doña Bondad
cerró el portón y caminó respondiendo el saludo, de todos los que la
encontraban en su trayecto a la iglesia. Eran las once de la mañana del día
lunes, las campanas no repicaban y la señora ingresó solita, para rezar callada
y pedir al Taita, que ilumine la mente y el corazón de aquellos a quienes la
vida sonríe. Al final de sus rezos, caminó al municipio, observando a dos niños
descalzos que jugaban bolitas, en la plaza de Armas.
El Alcalde, rara vez
recibía visitas y la de doña Bondad, le pareció, aún más rara.
-
- Buenos
días señora, ¿a qué milagro debo su visita?
-
- Buenos
días señor Alcalde; ya que Ud. lo menciona, mi visita se debe, justamente a
eso, a un milagro.
- -
Usted dirá
señora; estoy para servirla.
La señora, después de
sentarse frente al escritorio del Alcalde, le explicó, que se encontraba muy
preocupada, por que se había enterado de que la fiesta del Taita patrono, ése año,
no contaría con el espectáculo que atraía multitudes. La corrida de toros.
- -
Me parece
extraño señora, que usted, se preocupe por la corrida de toros - dijo el
Alcalde.
- -
Eso es lo
que parece, señor Alcalde pero conociendo de su fe; de la fe del pueblo y de lo
milagroso que es nuestro Taita; me siento en la obligación de confiarle algo
muy delicado y que se relaciona con lo antes dicho.
- -
Me intriga
usted señora; pero siga por favor.
- -
Señor
Alcalde; sucede que las dos últimas noches...
Doña Bondad; narró con
lujo de detalles, todo lo que había soñado y las conclusiones a las que había
llegado; luego continuó diciendo:
-
- El Taita
no es contrario a las fiestas, pero quiere que todos los que acudan a ellas, lo
hagan con fe y desprendimiento; además, desea, que el producto de toda
actividad a realizarse en mayo, deba, de alguna manera, llegar al pueblo;
especialmente lo que se recaude en la corrida de toros, donde chaques, barreras
y palcos se llenan de bote a bote.
- -
Comprendo
su preocupación señora, pero el concejo no tiene los fondos necesarios para
organizar la fiesta brava; tampoco los paisanos se encuentran en posibilidades
de financiarla, los sueldos están por los suelos, no hay trabajo y lo que es
peor ¡los toros cuestan un ojo de la cara!
- -
Señor
Alcalde; usted es una persona optimista y emprendedora, llame a un cabildo
abierto y que se nombre una comisión para que recorra la comarca en busca de
apoyo; y en especial que molesten a don Alejandro, el hacendado que tiene los
toros más hermosos y bravos del lugar.
- -
Parece que
usted señora, olvida que el pueblo le pagó muy mal a don Alejo, en las últimas
elecciones.
- -
El Taita
es muy poderoso, señor Alcalde, ya lo hará entender a su manera.
La conversación fue
más larga de lo que la señora había pensado; pero, se retiró contenta. Esa
noche, el pueblo, se reunió en cabildo abierto y nombraron al Juez de Paz, al
Alcalde y al Gobernador para que recorrieran la comarca. Y fue así, como las
tres autoridades, llegaron a tocar las puertas del hombre más rico de la zona.
IV.- DON ALEJANDRO.
-
Siéntese
como en su casa señores; es un honor para mí atenderlos - dijo el hacendado,
señalando los cómodos sillones de su sala.
Las autoridades, no se
sintieron como en su casa; la diferencia era enorme, y no podían compararla ni
con la mejor casa del pueblo.
Don Alejandro era como
el granito; duro e impenetrable. Pero el Alcalde, se consideraba un hombre
hábil; contó paso por paso, los sueños y revelaciones de la guardiana de la
iglesia e indicó también de la coincidencia de todo, con la pobreza del pueblo.
Hizo lo imposible por ingresar a esa parte que todo humano guarda, en lo más
profundo de su ser: Su lado bueno.
- -
Amigos; yo
soy un hombre de realidades, y el paraíso lo construye uno mismo, con su esfuerzo;
no me vengan con cuentos, ni con milagros y revelaciones. sepan sí, que respeto
a la señora Bondad, la conozco, pero, ella, vive rodeada de imágenes de madera
y seguramente, anda imaginando cosas y sus deseos son tan grandes e
insatisfechos, que termina soñando con ángeles que bajan del cielo. Yo creo en
realidades y la realidad es que un bravo cuesta cuatro mil soles y no se hable
más - terminó don Alejandro, que al parecer, no olvidaba que el pueblo le había
dado la espalda a su candidatura como diputado por la provincia.
Al atardecer del mismo
día; resignados y tristes, llegaron al pueblo, las tres autoridades. Mientras,
en la hacienda, don Alejandro, montaba un brioso corcel bayo y llegaba hasta
donde los toros mugían y pastaban a sus anchas. El paisaje hacía brillar los
ojos del orgulloso hacendado; pero a los pocos minutos, don Alejo picó espuelas
y se acercó aún más, al ver que los bravos se apretaban unos contra otros.
Había allí, algo que no cuadraba.
- -
¡Oiga!.
¿Qué hace metido entre los toros? ¡Son bravos y lo pueden matar!
Un anciano de corta
barbita blanca; se hallaba en medio de los toros y caminaba tranquilamente.
- -
¿Qué hace
usted, acaso no me escucha? - gritó don Alejandro con el látigo en la mano.
- -
Señor; es
que estoy separando, los bravos de los mansos, para que vayan a la fiesta y
diviertan a todo el pueblo - contestó con voz clara y serena el insignificante
hombrecito.
El hacendado al oír
éstas palabras quedó pasmado. Y antes que saliera de su asombro; el anciano se
esfumó como por encanto. ¡Era idéntico al Taita, el milagroso del pueblo!
V.- LA FIESTA.
Cohetes y bombardas
sacaban de la monotonía al pueblo. Niños y adolescentes vivían experiencias
mil; mientras, en recuerdos, navegaban jóvenes y hasta pícaros ancianos. La
fiesta patronal se iniciaba y reinaba un ambiente de recogimiento y de alegría.
En la iglesia, doña Bondad, oraba junto al pueblo, en la primera novena de
mayo.
Los encuentros de
paisanos y amigos no se hacían esperar; aunque a veces no faltaban los
incrédulos, a quienes el Taita Ishico ponía en su lugar:
- -
¡Esta
fiesta es puro despilfarro, castillos y más castillos convertidos en cenizas! -
comentaban algunos descontentos.
No terminaba el
comentario del disconforme y de repente un cohete explotaba, ya sea cerca de
él, rompiéndole el sombrero, o en todo caso, volándole un dedo. El pecador
sufría, y hasta con apodo quedaba marcado; había como ejemplo, por el pueblo
bautizado, un tal pata de palo, a quién una gran piedra castigó su osadía.
Pero al fin, el
jolgorio contagiaba y aunque sea dando vueltas en la plaza, todos daban
testimonio de su fe y de su apoyo.
Vísperas y alba.
Procesión del Taita, el pueblo agradecía y con broche de oro, llegaba la
corrida. Ese año, a precio regalado, seis hermosos toros bravos y como
obsequio, una vaca de la hacienda de un hombre que su vida convertía:
¡Oh glorioso Taita Ishico,
lleva mi alma contigo;
dale a éste triste rico,
la alegría del mendigo!
Pasadas las
festividades: un domingo después de la misa, doña Bondad agradecida sonreía,
bajo un letrero municipal que decía:
Primero de junio del
presente año:
- A las 07.00 a.m. trabajo comunal en la pampa "El Común" y en el fundo "El Sauco".
- A las 05.00 p.m. inauguración del primer comedor popular del distrito.
ASISTENCIA OBLIGATORIA
CARÁTULA:
Procesión del Patrón San Isidro Labrador, en
los precisos momentos en que sale de la Iglesia.
El Patrón San Isidro Labrador, en hombros de
sus fieles y devotos. Capilla de San Antonio de Pencas.
CONTRA CARÁTULA:
Hermoso paisaje, tomado desde la carretera
"LA MISIONERA", ingresando a la mano izquierda, antes de llegar al
puente del río "EL VERDE".
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