Por José María Arguedas.
Esta era una hermosa
joven cuyos padres vivían aún. Era una jovencita de hermoso rostro.
Un día sus padres la
enviaron a cuidar el ganado. Y desde entonces la mandaron diariamente a cumplir
esa tarea.
Cierto día, cuando
estaba vigilando el ganado, se le acercó un señor. Era un caballero
elegantemente trajeado, vestido de montar. Sus pantalones le daban un aire
enérgico y muy varonil; tenía grandes polainas
Kkarawatunas que le protegían las piernas, como a los ganaderos de la
estepa. Lucía un collar de oro ajustado al cuello; y el más hermoso chullo (Gorro
tejido de lana) le cubría la cabeza.
El apuesto viajero
dijo a la joven:
—Sé mi amante.
—Bueno contestó la
joven.
Y la doncella recibió
la palabra del viajero. Así concertaron su amor. Desde entonces, durante muchos
días el joven venía a buscarla en el mismo sitio. Pero ella no informó a su
padre ni a su madre de las visitas que le hacía el caballero desconocido. Sólo
en el corazón guardaba su historia. Y de este modo, sin que nadie conociera su
suerte, llegó a la gravidez.
El hombre vestido de
viajero era el Cóndor, que tomó cierta apariencia de un caballero elegante para
conquistar a la doncella. Por eso, la joven sólo veía en él a un señor, a un werakkocha Pero, encontrándose en tan
grave estado, le dijo:
—He concebido un hijo
tuyo. Ahora debemos irnos a tu casa o a la mía. Yo no puedo descubrir mi
estado, ante mis padres; ni puedo hacer que te conozcan porque he vivido para
ti sin que ellos lo supieran.
Al oír la noticia el
caballero le contestó:
—Iremos a mi casa.
Mañana te cargaré hasta allá. Ahora vete a tu casa. Mañana traerás tus cosas,
sin que se enteren tus padres. Vendrán arreando el ganado, como todos los días.
—Bien —dijo la joven,
y se marchó, bajando la montaña hacia su casa. Era el anochecer.
Silenciosamente, y
llevándose todas sus cosas, la joven arreó el ganado, al amanecer, hacia la
montaña donde la esperaba su amante. Furtivamente, sin que su padre ni su madre
se enteraran. Y así, cargada de todos sus objetos personales, esperó en la
cumbre de la montaña.
Hasta el medio día se
hizo esperar el Cóndor, a esa hora apareció con su aspecto de caballero. Y
preguntó a la joven:
— ¿Conque ya viniste?
¿Y te acordaste de traer todas tus cosas?
—Si aquí he venido; y
he traído cuanto tenía. Entonces convinieron en irse.
—Espanta ahora el
ganado hacia tu casa. Tus padres verán las bestias y las arrearán. ¡Anda
ligero! Haz lo que te he dicho, y vuelve en seguida —ordenó el Cóndor.
La joven obedeció,
corrió hacia el ganado y lo llevó hasta la falda del cerro, ante la vista de su
hogar paterno; allí espantó a las bestias y volvió corriendo. Apenas llegó, le
dijo el Cóndor:
—Ahora voy a cargarte.
La condujo hasta unas
rocas, y allí le advirtió:
—No has de abrir los
ojos, los cerrarás duramente. Si los abrieras te soltaría.
Y así cerrando
duramente los ojos, la joven se echó sobre las espaldas de su amante. Entonces
el Cóndor alzó el vuelo. Ella no veía nada; sólo oía como el galope del viento
sobre unas grandes alas. No sentía nada que pudiera hacerle pensar que
caminaba. Pero ya habían subido muy alto por los aires. Ahora sólo percibía un
suave balanceo, como si recordar que su amante flotaba en el sueño.
Y volaban, volaban por
los cielos. Al caer de la tarde, llegaron a un espantable abismo de rocas. Allí
tenía el Cóndor su guarida. Cuando el amante descargó a la joven, y ésta abrió
los ojos, se encontró en una cueva solitaria. Miró hacia arriba y vio que la
cumbre estaba lejana, sobre un precipicio de granito; cuando contempló el
fondo de la quebrada vio que era, un abismo oscuro, una hondura negra y
silenciosa, pesada de horror.
Viéndose sola a la
entrada de la cueva, en tal sitio, lloró:
— ¡A que habré venido!
—decía.
No había sino huesos
semidescarnados y trozos de carne desparramada en el interior de la cueva. Allí
durmieron.
A la mañana siguiente
le dijo el Cóndor:
—Espérame sentada,
aquí mismo.
Emprendió el vuelo y
se fue.
Abandonada, en el gran
silencio, ella lloró inconsolablemente. No tenía ni qué cocinar, ni qué comer
en esa cueva. Y tuvo que quedarse sentada, esperando.
— ¡Qué será de mí! ¡De
saber esto, no habría venido nunca! —decía.
Muy al atardecer del
día llegó el Cóndor trayendo carne; y tuvo que cocinar. Cerca de la cueva había
una pequeña corriente de agua; caía en un chorro cristalino y formaba en las
rocas una fuente muy limpia. De allí sacaba agua la amante del Cóndor.
Y todos los días
transcurrían iguales. El Cóndor so• lía irse siempre; muchas veces tardaba tres
o cuatro días en volver, entonces traía carne de animales muertos, carne
descompuesta.
Llorando vivía la
joven. Hasta que dio a luz. Lavaba los pañuelos y la ropa del niño en la
pequeña fuente, al pie del chorro cristalino. Cocinaba la carne que traía el
Cóndor; y ciertos días no tenía ni aún los restos de animales muertos que le
traía su amante.
Mientras tanto los
padres de la joven también lloraban.
— ¡Qué habrá sido de
nuestra hija! ¡Dónde, dónde habrá ido! —decían.
Nadie sabía que ese
viajero, el Cóndor, la había raptado.
—La tierra debe
habérsela llevado; o es que alguien la ha perdido —se lamentaban los padres; y
lloraban.
Hasta que un día,
cuando la madre estaba sollozando tras la huerta de su casa, apareció un
Picaflor (kkenti); empezó a dar vueltas alrededor de su cabeza:
¡Reúú volador, reú... kkenti picaflor!
La hija de quién estará llorando sobre las
rocas,
la hija de quién estará llorando sobre las
rocas.
Cantaba, y volvía y
tornaba. Entonces la mujer le contestó:
—Picaflor: nadie sabe
cómo y cuánto estoy de llanto y de pena por mi hija; y tú me vienes con esos
cuentos.
Y levantando una
piedra la arrojó sobre el Picaflor y le rompió una de sus patitas. Ya herido,
el Picaflor se fue volando por encima de los techos.
Así, siempre
entristecida y llorando, la madre esperaba a su hija. Y volvió el Picaflor
nuevamente. Dándole vueltas cantó:
la hija de quién estará llorando sobre las
rocas
¡Reúú volador, reúú… kkenti picaflor!
la hija de quién de quién estará llorando sobre
las rocas
Entonces la mujer pensó:
"Tal vez sepa donde se encuentra mi hija". Y le preguntó en voz alta:
Picaflor, Picaflor de
esmeralda ¿Acaso sabes tú en qué lugar se encuentra mi hija?
El Picaflor le
contestó:
— ¡Claro que sé donde
se encuentra! ¡No me hubieras roto mi patita! Pero si me curaras con chancaca y
me regalaras golosinas, te contaría.
—Te daré lo que me
pides, te daré chancaca para que cures tu patita rota.
La mujer compró
chancaca y algunos dulces, y los puso sobre una piedra. El Picaflor esmeralda
voló hasta la piedra, bebió los dulces; se curó la patita con la chancaca y se
la amarró con una venda. Luego habló:
—Tu hija está llorando
en tinas rocas altas, sobre el precipicio.
—Tráemela, Picaflor, cárgamela
hasta aquí —le rogó la mujer.
Si me das más
golosinas yo te la cargaré mañana, te la traeré —le contestó el Kkenti.
—Si Picaflor, te daré
mucha miel, hasta que te hartes, le ofreció la madre.
—Muy bien. Iré ahora
mismo.
Y diciendo esto se fue
volando por encima de los techos.
Voló hasta la gran
cueva, y estuvo esperando que se marchara el Cóndor. Y el Colador zarpó; su
cuerpo negro se perdió en el lejano cielo. Cuando desapareció el Cóndor, el
Picaflor voló hacia la joven, cantando:
Reu volador, reu Kkenti picaflor,
la madre de quién, el padre de quién
estará llorando en su casa desolada.
Y volvía y tornaba:
¡La madre de quién el padre de quién llorará!
Picaflor salva a mi hija, rogando.
Si tú quisieras, si tú quisieras,
yo, Picaflor volador, reu Kkenti volador
te cargaría, te llevaría.
Y volaba, dando
vueltas sobre el abismo, junto a la cueva.
Entonces la joven le
habló:
—Picaflor esmeralda
¡sálvame! ¿No serías capaz de cargarme hasta la casa de mis padres?
Sí, yo te salvaré;
tendré que cargarte, a ti y a tu hijo.
¡Anda! Alístate
rápido.
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Kkenti picaflor |
La joven amante hizo
un pequeño atado con sus cosas y se lo echó a la espalda; sobre el atado
llevaba a su hijo. El Picaflor alzó el vuelo cargando a la muchacha y al niño. Llegó
a la casa de los padres y cantó sobre los techos:
¡Reu volador reu Kkenti picaflor
estoy llegando con tu hija!
— ¡Picaflor esmeralda,
gran Picaflor! ¡Me trajiste a mi hija! —llamaron los padres. Y le dieron dulces
y miel.
—Encerrad a vuestra
hija. Ha de venir vuestro yerno. No permitiréis que la vea. Encerradla junto
con su hijo —ordenó el Picaflor—. Mañana volveré, antes que llegue el Cóndor.
Vendré a darles noticias.
—Haremos lo que mandes
—dijeron los padres.
Encerraron a la joven.
Y le pidieron que les contara cómo y dónde había vivido, cómo y con quién había
andado, y cómo y de qué modo había tenido su hijo. Ella les confesó todo:
"Un señor me engañó y me llevó a su casa; allí me tuvo, y allí di a luz
esta criatura. Fue el Cóndor que tomando la apariencia de un señor me sedujo y
me cargó hasta su guarida. El es el padre de mi hijo"
Entre tanto, el
Picaflor voló nuevamente hasta la cueva del Cóndor. Buscó a la Rana que
habitaba en la fuente cristalina de las rocas, y le dijo:
—Cuando llegue el gran
Cóndor, tú te convertirás en mujer, y a la orilla de la fuente harás como que
lavas las ropas de su hijo.
—Bien —dijo la Rana.
Y como la Rana
aceptara el encargo, el Picaflor siguió instruyéndola:
—Apenas llegue, él te
preguntará: "Qué haces allí?", y tú le contestarás "Estoy
lavando", entonces él te dirá: "¡Apúrate, apúrate! Y cuando te
pregunte: "¿Ya acabaste de lavar?", tú le contestarás: "Aún no,
todavía no" Y cuando te llame: " Ven de prisa, ven rápido", tú
te sumergirás en el agua. Te esconderás y no volverás a salir".
Luego que dijo esto,
el Picaflor saltó sobre las peñas y la Rana se -convirtió en mujer.
La mujer se puso a
lavar. El Cóndor ya venía. El Picaflor vigilaba desde las peñas, oculto en un
hueco de las rocas. La Rana parecía muy afanada,
lavando y lavando. el Cóndor se posó cerca de la fuente. "¿Qué estás
haciendo?", preguntó a la mujer. "Todavía estoy lavando, mi
señor", contestó. Apúrate, apúrate, dijo el cóndor, "Sí",
respondió la mujer.
El Cóndor se dirigió a
su guarida y entró a la cueva. La examinó por todos los rincones y no encontró su
hijo. Entonces piensa: "¿Y dónde habrá llevado al niño?". 'Sale y
pregunta en voz alta a su mujer:
‑‑ ¿Dónde está el
niño?
—Allí debe estar —le
contesta.
— ¡Apúrate, apúrate! He traído carne, ven a cocinarla
—Ahora mismo, en
seguida —contesta la mujer. — ¡Ya, ya! —grita el Cóndor con toda su voz, y levanta
el pescuezo para atisbar.
— ¡Ya, ya! —vuelve a
llamar.
—Apenas empiezo a
lavar, — le contesta la mujer. El Cóndor da un salto en el aire y grita:
— ¡Te voy a patear!
La Rana se sumerge en
el agua, su cuerpo produce ruido en la fuente cristalina. No queda en la orilla
ni ropas de niño ni pañales; sólo queda una piedra pequeña. Pero los ojos del
Cóndor habían visto a la mujer lavando.
Inmóviles, los ojos
del Cóndor miraban la fuente. "¡Ya volverá, va volverá!", decía. Pero
nada apareció en el agua. El Picaflor vigilaba atentamente al Cóndor desde su
escondite.
Al verlo perplejo y
confundido, le cantó:
¡Jajaulla! ¡Reúú Kkenti, yo soy Picaflor
volador!
¡Qué bobo, qué bobo habías sido!
El Cóndor contestó
enfurecido:
¡Reúú volador, reúú volador! ¡Jajaulla!
Tu mujer ya está en su casa, ya está en S-U-
pueblo
¡Ajaujaulla! ¡Jajaullal
—Tú la has cargado, tú
has raptado a mi mujer. ¡Ahora voy, ahora voy! Voy a tragarte entero, voy a engullirte.
— ¡Jajay! ¡Qué Picaflor podría cargar una
mujer!
Cantando el Picaflor
desapareció en el aire. El Cóndor voló tras él. Lo persigue, trata de rodearlo,
da vueltas, da vueltas, pero no logra atraparlo; el Picaflor se escabulle y
desaparece. Y como no puede alcanzar al Picaflor, como se le escapa, el Cóndor
vuela hacia la casa de su mujer.
Llega a la puerta
convertido en un caballero elegante y hermoso. Un cordón de oro le adorna el
cuello; sus patas escamosas y sucias están cubiertas por grandes polainas
brillantes. Entra a la casa, hablando:
—Mi señor, mi señora,
permitidme que pase. Si ha vuelto vuestra hija, devolvédmela que es mía.
—No señor. Nadie ha
venido aquí, nadie ha llegado a nuestra casa —le contesta la madre.
Entonces el Cóndor se marcha,
cavilando.
Al día siguiente
volvió el Picaflor a la casa de la amante
—Ha de ser difícil
salvar a tu hija —dijo a la madre. Mañana también vendrá tu yerno. Pero mañana
harás hervir agua, y llenarás un tinajón con agua hervida, hasta los bordes. Cuando
esté llegando tu yerno a la puerta de la casa, tú ya estarás tapando el tinajón
con una manta. Y ahora, obséquiame un ajicito. Ya volveré.
Recibió el ají y se
fue.
El Cóndor buscaba en
el cielo al Picaflor. El Picaflor volaba hacia la cueva del Cóndor llevando el
ají. Se encontraron en el camino. El Cóndor le gritó:
— ¡Ahora sí! ¡Te voy a
comer!
Y lo persiguió, dando
vueltas, dando vueltas alrededor del Picaflor, para atraparlo. Así llegaron
hasta los grandes precipicios de roca. El Picaflor cruzó el aire y se introdujo
en un pequeño hueco de las peñas, en un hueco muy chiquito. Entonces el Cóndor
metió el pico lo más hondo que pudo: "Voy a sacarlo", decía. Pero no
lo alcanzó.
— ¡Sal Picaflor! ¡Sal
pronto! —le gritaba desde afuera.
Ahora mismo, ahora
mismo, mi gran señor. Espérame un instante, acabaré de calzarme las medias —le
contestó el Picaflor.
El Cóndor esperaba,
con el pico semi abierto, preparado ya para engullirse
el bocado. El Picaflor le habló desde su escondite:
— ¡Ahora mismo, ahora mismo!
¡Ya estoy por salir! Abre el pico, y también el ano; ambas cosas, gran señor.
El Cóndor abrió más el
pico; y así, con la boca dilatada,
esperaba. El Picaflor salió, de pronto; se introdujo en la boca del Cóndor, y
deslizándose por el gargüero, escapó por el ano. Y voló raudamente, perdiéndose
en el aire. El Cóndor se quedó aturdido. "Debí mascarlo, ¿cómo es posible
que se me haya escurrido así, de un tirón?" se lamentaba. Y emprendió el
vuelo, persiguiendo nuevamente al Picaflor. "Tengo que mascarlo",
decía.
—Y buscando, buscando
en las alturas, lo pudo alcanzar.
— ¡Con que hasta aquí
llegaste!, ¡Ahora sí! No has de escapar. Ahora mismo voy a comerte.
— ¡Claro, claro!
¡Quién te dice! Me has de comer —contestaba el Picaflor, pero seguía volando y
escapando, El Cóndor le daba vueltas, lo seguía, lo rodeaba. Así lo llevó hasta
las peñas. Nuevamente el Picaflor se metió en un pequeño hueco de las rocas.
— ¿Dónde te has
metido?¡Sal, que de todos modos te he de comer! —gritaba el Cóndor.
—Ahora mismo, ahora
mismo, gran señor! Yo no me opongo a que me comas. Sí, me has de comer, mi
señor. Espérame un instante. Voy a moler un poco de ajicito para lamer.
— ¡Ya, ya! ¡Pronto!
—llamaba el Cóndor; y miraba, vigilante, la salida del hueco.
—¡Ay madrecita... takk…
takk… takk!... ¡Ay padrecito… takk… takk… takk!
El Picaflor molía el
ají en el interior del hueco; molía afanosamente. Y le dijo al Cóndor:
—Me puedo escapar;
mira que me puedo escapar; abre bien los ojos, señor Cóndor; ábrelos grande, y
mírame bien, no dejes de mirar.
El Cóndor abrió los
ojos; y así, con las pupilas grandes, vigilaba el hueco. En ese instante, el
Picaflor le arrojó violentamente ají molido en los ojos; y -después de haber
cerrado los ojos del Cóndor con el ají candente, se fue volando a la casa de la
joven amante. Mientras tanto, el Cóndor se revolcaba en el aire, restregándose
los ojos; y así estuvo, estremeciéndose, durante mucho rato.
El Picaflor llegó a la
casa de la joven. Llamó a la madre:
¡Reúú volador reu
Kkenti Picaflor! —Cantó— ¿Qué puedes decir, qué vas a decir? ¡He quemado con
ají los ojos de tu yerno! Ahora ha de hervir el agua que te dije. Ya viene tu
yerno, ya viene! Es hora de matarlo. Ahora lo matarás. Que el agua salte en los
bordes del tinajón. Y taparás el agua con muchas prendas. Cuando llegue tu yerno
te ha de preguntar: "Aquí debe estar tu hija, sé que ha venido". Tú
le contestarás: "No he visto a mi hija, señor mío". Pero seguirá
preguntando: "¿Dónde está tu hija, dónde está? 'Tienes que
entregármela". Entonces le dirás: "Entre señor, descanse un rato,
tome asiento bajo la sombra de mi techo". Y le invitarás a que pase, lo
guiarás. Y cuando esté por sentarse en el poyo, tú le llevarás hasta el tinajón
y lo dejarás que sobre él se siente, porque así lo hará. Y cuando caiga en el
tinajón, con un gran palo lo ayudarás a hundirse; y aún le echarás agua hervida
sobre el cuerpo. Y allí ahogarás al marido de tu hija. Como a una gallina allí
lo pelarás. Recuerda que al entrar el Cóndor no debe ver a tu hija, de ningún
modo. ¡Ya viene, ya viene! Pon ya el agua a hervir —dijo el Picaflor, y se fue.
La mujer obedeció al
pajarillo. Llenó un tinajón con agua hirviente. Luego cubrió el depósito con
una manta. Y el tinajón parecía un cómodo asiento. En ese momento el Cóndor
entraba a la casa. Y era verdad, tenía los ojos irritados, rojos y encendidos.
Pero estaba altivo, fastuoso y elegante.
—Permitidme que entre,
que os visite —dijo— ¿Ha llegado ya vuestra hija? ¿Ya sabéis que se vino?
—preguntó.
—No señor. Ninguna
hija mía ha vuelto a esta casa, ni ha llegado —contestó ella.
— ¡No! —Insistió el
Cóndor— ¡Aquí está! ¡Sé que ha llegado! —exigió. La hizo responsable.
La mujer accedió
amablemente y le dijo:
—Sí, mi señor. Es
cierto. Ahora mismo voy a entregársela. Pero pasad aún, descansad y sentaos un
instante — y diciendo esto, lo guió hasta la habitación. Y el Cóndor entró a la
casa.
—Así lo condujo hasta
el tinajón, y le dijo: —Tomad asiento en este humilde poyo, sobre esta manta.
El Cóndor se sentó. Se
hundió en el tinajón; su cuerpo sonó en el agua. Entonces la mujer lo empujó
aún más con un gran palo; lo rellenó en el fondo del tinajón. Y le echó encima
varios cántaros de agua hirviendo. El Cóndor era ya como una pobre gallina, ya
ni sus plumas eran plumas. El cuerpo pelado y blanquecino; sus piernas, sus
alas, su cuello y la barriga implumes; parecía un gallo viejo desnudo. Su
aspecto de gran señor sólo había sido apariencia. Sin embargo, fue un cóndor
verdadero.
Los padres, la hija y
el nieto podían vivir ahora juntos y tranquilos. Su angustia y sus penas se
convirtieron en alegría, en verdadera felicidad. Y de este modo, aún hasta hoy,
perdura esa alegría en un pueblo muy lejano.
De Leyendas y Cuentos Peruanos.
Fantastico...!
ResponderBorrarMitico
ResponderBorrarSaludos. Les falto transcribir con mas exactitud, con sangria al inicio de cada parrafo. Gracias de todas maners
ResponderBorrarPorfa me pueden decir por qué se llama a si la leyenda el amante del cóndor??
BorrarHermoso cuento con sabor a cuento nórdico al estilo Andersen.
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