Un saludo especial a todas la madres del mundo, en especial a las madres sucrenses...
MAMÁ PEMA.
Por José Alberto Zegarra Marín.
Estoy seguro Mamá, de
que tú última visión, fue la imagen de tu niño; de esté a quién criaste, que te
quiso, y te quiere tanto y te inspiró tanto cariño. Durante 60 años, tu asidua
hacendosidad estuvo al servicio de tus familiares.
Recuerdo lo fiel que
fuiste, no sabías leer ni escribir; sólo sabías el abecedario de la pasión:
arrullar niños y me arrullaste hasta el final de mi juventud.
Arrullaste, a mis
hijas, las hijas de tú hijo; Mamá Pema, debieron arrullarte y no te arrullaron.
Fuiste en tu juventud servidora de todos, no has muerto ni a mi lado ni
envuelta por mi cariño; ni adormecida por mi protección, ni por el cariño, de
los que tanto amaste. Falleciste en un hospital por que tu hijo no estuvo a tu
lado, fuiste, pura como tu nombre; te atormentó el despotismo de quienes
nacieron lejos de tu tierra familiar, mujeres recogidas en ciudades extrañas no
te conocieron y te aprovecharon. Fuiste fórmula de advenedizos. Tú que eras
nodriza de los que no te amaban convirtieron en servidumbre.
Tu infinita ancianidad
te alejó del amor de los dioses, has muerto vieja, como los profetas. A causa
de tu muerte ya no soy joven. Joven era cuando tú vivías; y, cuando a tu lado,
me era posible decirte: Pema. Tú me decías Beto:
Ahora cerca de tu
sepulcro soy viejo. ¿Quién me dirá: Beto?
¡A quién le diré Mamá
Pema!
Compartiste, con
risueña y experimentada alegría, mis disparatados amores. Fuiste mi nodriza
sobre todo cuando sin saberlo, educaste mi corazón y le infundiste piedad a mis
sentimientos.
Tu nombre, ha sido, es
y será, remanso y consuelo de mi locura; y mi vida tejida con el hilo de mis
sueños y de mi dichosa insensatez. Seguirá sus senderos.
Vieja, siempre fuiste
la vieja Pema, hoy no tengo, ni juventud ni infancia que ofrecerte.
Nadie como tú entendió
mi señorío.
Para los demás, tu
boca se habría orgullosamente hablando de tu único hijo, el que siempre fue tu
niño.
Tú, para mí, como yo
para ti, logramos un amor exento de inmundicia física. Estoy seguro, de que en
tu tumba resuena la voz, engreída de tu Beto.
¡Lo oyes mamá!
Era preciso que
murieras sin verme, y yo no te viera morir, así te has poetizado madre mía.
A mí hijo y a mis
hijas que no conociste, les enseño a decir; Mamá..., Mamá Pema.
Las palabras
infantiles de mis hijos, esas palabras tan semejantes a las mías, serán las
margaritas de tu sepulcro. Y las flores de la tierra donde duermes, adornarán
los sagrados balbuceos de bocas infantiles...tus nietos.
Y dirán, Mamá Pema.
Y el eco repetirá,
Pema… Pema.
De la revista El Labrador N° 9, 2000.
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Por ROZED
Madre, una vez le dije,
¿quién es aquel hombre
el que después de mi nombre
su apellido me rige?
ella tomóse turbada
sus ojos se estremecieron.
Sus labios se entreabrieron
y con su voz apagada...
- Tú no sabes -me dijo-
es tu padre y tú su hijo...
es tu padre y tú su hijo...
Ahora comprendo, mamá,
porque, cuando en la mesa,
cuando la cena ya empieza
hay un alma que no está.
¿Cómo se llama, por fe?
¿Por qué camino se va,
qué ignoró, por qué se fue?
y tapándose los ojos
llorando decía,
somos hijos los despojos
de un alma impía.
¡Oh linda madre mía!
blanca cual una flor
tu rostro es la alegría
e inconmensurable tu amor
¿Por qué me ocultabas tanto
el nombre que te pregunté?
¿Por qué tus ojos en llanto
tantas veces encontré?
¡Madre!, ¡cuánto hemos sufrido
la dolorosa daga
que incrustó lo vivido
dándonos sangrienta llaga...!
Pero Dios no siente olvido:
verás que todo se paga.
Cuando tú subas al cielo
y me mires desde ahí,
ruega pues, por mi consuelo
que yo lloraré por ti
haciendo acuoso al suelo.
¡Oh!, cuán lejos veré el cielo
para llegar hacia ti.
De la revista El Labrador N° 6, 1997.
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