Por Nazario Chavez Aliaga.
La voz de mi destino
me llamó de Cajamarca. Acudí a la cita. Una cita que nunca olvidaré. Un nuevo
ambiente y una nueva realidad me absorbieron totalmente. Confieso que me
desconcerté agresivamente. Todo lo veía sombrío. Me entró de golpe la sensación
de la grandeza. Aquí —me dije— nada sabe a chico. Mi pequeñez es la última
expresión de mi grandeza cuando llegue a ser lo que mañana quiero ser. En
Cajamarca no hay gemidos que valgan. La misma grandeza es pequeña comparada con
la realidad que se mueve en pequeñez. De modo que frente a esa realidad tan
grande, yo me sentí una realidad pequeña, diminuta si se quiere. No me
consideraba yo una realidad.
Se concursaba en esos
momentos la Plaza de Director de la Sección Preparatoria del Colegio Nacional
de San Ramón de Cajamarca. Me presenté al concurso. Al toro por las astas —me
dije.
Frente a mí había
muchos candidatos que se movían en todo sentido, buscando influencias para el
efecto. Me daban pena. En último caso iba yo a concursar con las influencias.
Miraba con cierto desprecio tal bajeza, al ver como se arrastraban. Tengo que
abrirme paso por entre los obstáculos, el agua más pura es aquella que se
filtra por entre las grietas de las rocas.
Yo no esperé la
victoria en este concurso, ya que la victoria sólo concede héroes, y el triunfo
da creadores. La Victoria da placeres. El triunfo da gozos. De la misma manera
que el riesgo es inconsciente, indeterminado; el peligro es habilidad,
conciencia, acción determinante.
Por eso, yo tenía que
abrirme paso por entre el sinnúmero de obstáculos que se oponían a mis deseos
de triunfar con dignidad y con honor, con altivez y con orgullo.
Confieso,
hidalgamente, que cuando fui recibido como alumno del Colegio de San Ramón de
Cajamarca, el más importante Centro de Cultura del norte de la República, el
año 1908 fue el día de más luz que alumbró mi camino. Se estimularon mi arrojo
y mi perseverancia, atributos que se impusieron muy pronto en los claustros. Demás
está decir que nunca recibí consejos de nadie, así hubiesen sido demasiado
buenos que, por cierto, no lo fueron.
Testigo de mi tiempo,
nací, crecí y viví con mis rebeldías al hombro. Busqué yo mismo y encontré mi
camino. Me discipliné día y noche. Me enojaba y me castigaba yo mismo, sin
ayuda de nadie.
Y es que sabía que no
soy ni pasado, ni presente ni acabamiento, ni término de vida. Soy futuro en
plena actividad creadora de mi propio ser. Me daba perfecta cuenta que dentro
de un mismo instante, soy y no soy al mismo tiempo. Tengo la certeza de que soy
un futuro vivo y estoy sujeto a fuerzas del futuro y que acaricio un futuro mejor.
De ahí ese anhelo permanente de vivir mi vida más allá del futuro. No soy por
cierto ni acabamiento, ni medio, ni fin. No hay nada a mis espaldas. Tengo todo
a mí delante, con mi carga de luz para verificar la razón vital de mi destino.
Al fin y al cabo se
realizó el concurso, que duró cerca de un mes. Como dije antes, yo no esperaba
el éxito a mi favor. Muy al contrario. Creí que había sido descartado. Y cuando
menos lo esperaba, el Director del Colegio Nacional de San Ramón me anunció
oficialmente haber triunfado, y, por consiguiente, debería hacerme cargo ese
mismo día de la Dirección de la Sección Preparatoria de dicho plantel.
Al año y medio de
haber estado desempeñando el cargo de Director de la Sección Preparatoria del
Colegio fui nombrado, con retención de mi cargo, Profesor de Literatura y
Castellano del mencionado Centro, en la vacante que dejó el Dr. Enrique
Hachemeister, por motivo de enfermedad.
Del Libro Autobiografía, Nazario Chávez Aliaga.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario