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jueves, 13 de octubre de 2011

Autobiografía: LA VOZ DEL DESTINO


Por Nazario Chavez Aliaga.
La voz de mi destino me llamó de Cajamarca. Acudí a la cita. Una cita que nunca olvidaré. Un nuevo ambiente y una nueva realidad me absorbieron totalmente. Confieso que me desconcerté agresivamente. Todo lo veía sombrío. Me entró de golpe la sensación de la grandeza. Aquí —me dije— nada sabe a chico. Mi pequeñez es la última expresión de mi grandeza cuando llegue a ser lo que mañana quiero ser. En Cajamarca no hay gemidos que valgan. La misma grandeza es pequeña comparada con la realidad que se mueve en pequeñez. De modo que frente a esa realidad tan grande, yo me sentí una realidad pequeña, diminuta si se quiere. No me consideraba yo una realidad.

Se concursaba en esos momentos la Plaza de Director de la Sección Preparatoria del Colegio Nacional de San Ramón de Cajamarca. Me presenté al concurso. Al toro por las astas —me dije.

Frente a mí había muchos candidatos que se movían en todo sentido, buscando influencias para el efecto. Me daban pena. En último caso iba yo a concursar con las influencias. Miraba con cierto desprecio tal bajeza, al ver como se arrastraban. Tengo que abrirme paso por entre los obstáculos, el agua más pura es aquella que se filtra por entre las grietas de las rocas.

Yo no esperé la victoria en este concurso, ya que la victoria sólo concede héroes, y el triunfo da creadores. La Victoria da placeres. El triunfo da gozos. De la misma manera que el riesgo es inconsciente, indeterminado; el peligro es habilidad, conciencia, acción determinante.

Por eso, yo tenía que abrirme paso por entre el sinnúmero de obstáculos que se oponían a mis deseos de triunfar con dignidad y con honor, con altivez y con orgullo.

Confieso, hidalgamente, que cuando fui recibido como alumno del Colegio de San Ramón de Cajamarca, el más importante Centro de Cultura del norte de la República, el año 1908 fue el día de más luz que alumbró mi camino. Se estimularon mi arrojo y mi perseverancia, atributos que se impusieron muy pronto en los claustros. Demás está decir que nunca recibí consejos de nadie, así hubiesen sido demasiado buenos que, por cierto, no lo fueron.

Testigo de mi tiempo, nací, crecí y viví con mis rebeldías al hombro. Busqué yo mismo y encontré mi camino. Me discipliné día y noche. Me enojaba y me castigaba yo mismo, sin ayuda de nadie.

Y es que sabía que no soy ni pasado, ni presente ni acabamiento, ni término de vida. Soy futuro en plena actividad creadora de mi propio ser. Me daba perfecta cuenta que dentro de un mismo instante, soy y no soy al mismo tiempo. Tengo la certeza de que soy un futuro vivo y estoy sujeto a fuerzas del futuro y que acaricio un futuro mejor. De ahí ese anhelo permanente de vivir mi vida más allá del futuro. No soy por cierto ni acabamiento, ni medio, ni fin. No hay nada a mis espaldas. Tengo todo a mí delante, con mi carga de luz para verificar la razón vital de mi destino.

Al fin y al cabo se realizó el concurso, que duró cerca de un mes. Como dije antes, yo no esperaba el éxito a mi favor. Muy al contrario. Creí que había sido descartado. Y cuando menos lo esperaba, el Director del Colegio Nacional de San Ramón me anunció oficialmente haber triunfado, y, por consiguiente, debería hacerme cargo ese mismo día de la Dirección de la Sección Preparatoria de dicho plantel.

Al año y medio de haber estado desempeñando el cargo de Director de la Sección Preparatoria del Colegio fui nombrado, con retención de mi cargo, Profesor de Literatura y Castellano del mencionado Centro, en la vacante que dejó el Dr. Enrique Hachemeister, por motivo de enfermedad.


Del Libro Autobiografía, Nazario Chávez Aliaga.


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