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jueves, 31 de mayo de 2012

Turismo y ecología en Sucre: CAMPANORCO


Por: Tito Zegarra Marín.
Como todos los años, pasada la fiesta religiosa en honor a San Isidro Labrador, salimos a ponernos en contacto con la naturaleza, allí, donde aún se respira aire tibio o frío pero absolutamente limpios, donde la quietud y soledad de ambiente obliga a repensar sobre la grandeza y futuro del planeta tierra y donde las profundas y elevadas montañas, al recorrerlas, nos inyectan  fuerza, optimismo y salud.

Habíamos definido con anticipación que en el presente año escalaríamos las cumbres del cerro Campanorco. El grupo, casi el mismo: Moisés Rojas, Gonzalo Mujica, Cecilio Aliaga, Práxedes Zegarra, Wilder Sánchez y el suscrito, extrañamos sí, a Elisa Horna y Edinson Mendoza, que por razones de fuerza mayor no pudieron acompañarnos. Fresca y de poco sol la mañana del 16 de mayo, día de partida, y aunque parezca extraño, nadie se amilanó ante el desvelo motivado por la espectacular presentación de la orquesta Los Cuervos de Rioja, en plena Plaza de Armas de la localidad sucrense.
Cerro La Yerba Buena y Campanorco
toma desde La Punta, El Criollo.

El trayecto a seguir (se nos dijo) era largo pero de moderada pendiente, con caminos angostos e inciertos hasta cierta parte e inexistentes al seguir avanzando, que los terrenos eran duros y cubiertos de arbustos, matorrales, cercos de piedra y zarzales. Sobre ellos marchamos, sin prisa, a gusto y valorando esos escenarios que otrora fueron morada de venados y vizcachas, de familias ancestrales, cultivos silvestres y alguna fauna que hoy pugna por sobrevivir, para sorpresa nuestra, Moisés, intempestivamente halló un quinde o picaflor muerto de doble cola extensa, especie casi desaparecida en el medio. Como habíamos previsto, caminar por esas praderas demandó algo más de tres horas, algún esfuerzo físico y sudores hasta llegar a la meta.

Quinde de dos colas y
colorido plumaje de aprox 20 cm.
A mitad de camino les expliqué que estábamos sobre el cerro en cuyos acantilados del lado derecho se ubicaban las rojizas cuevas El Idulo donde el año próximo pasado descubrimos grabados de pintura rupestre, me pidieron visitarlo al regreso, pero el tiempo no fue suficiente. El panorama en todo el trayecto se mostraba amplio y reluciente: el recreo campestre de Surolaja rodeado de tierras reforestas, la carretera serpenteante hacia el Cantange y en la parte alta, los lejanos y pintorescos villorrios de Cajén y Sausepama y tras los cerros nubosos del sur, la localidad de Oxamarca y el sitio histórico La Chocta.

Vista de la desembocadura del río
Cantange en el río Marañpon
al fondo la cordillera.
Al promediar el medio día llegamos al primer pico, a 3024 m.s.n.m., y poco después al segundo, ambos distinguen y dan altivez al cerro Campanorco, convertidos en solitarios y espléndidos miradores. Pero lo que emociona y aterra es el inmenso abismo que los corta y que cae abruptamente hasta las riberas del río Cantange, también el cerro San Gregorio exhibiendo un cuadro ecológico impactante generado por los enormes y continuos deslizamientos que contrasta con la armonía natural del entorno; por último y siguiendo el curso del río, llaman la atención las extensas pampas de Combayo, carentes de agua y casi pegadas el río Marañón, donde vierte sus aguas el mencionado río.

El sabroso compartir: con mote,
habas, pescado,
plátanos y granadillas.
Desde la segunda cumbre, donde degustamos el refrigerio, confundimos a un ave de regular tamaño que ostentosamente sobrevolaba esos inmensos espacios aéreos con un legendario cóndor, lastimosamente y a pesar de nuestro deseo, desde hace muchas décadas ya no se tiene rastros de existencia de esas aves míticas, encontramos más bien, restos de construcciones pre incas que coronaban a esa cima del cerro, aunque deterioradas y tapadas con tierra y monte, y variedad de piezas de cerámica rústica. Muchas vistas se tomaron, y cuánto extrañé y sentí no contar con mi inseparable cámara que, dos noches antes, desapareció de mis propias manos; observamos a lo lejos el elevado cerro Punta Grande erguido sobre el río Marañón, al que vistamos el año anterior.

Pampa Yerbabuena.
Brevemente dimos gracias a la madre tierra por permitirnos recorrerla y brindarnos la posibilidad de seguir viviendo sobre ella, e iniciamos el retorno por el extremo opuesto al de venida, que por cierto tampoco fue fácil, pues en gran parte bajamos haciendo camino hasta llegar al borde de una inmensa y bella pampa verde conocida como Hierbabuena, enclavada en medios de grandes cerros y con una pequeña laguna reconstruida al centro. Otra similar, aunque de menor tamaño ubicamos más adelante, realmente llamativas y prodigiosas esas vastas planicies naturales.

Preciosa piedra campana.
En la primera pampa esperamos al amigo Wilder que por su parsimoniosa actitud siempre suele retrasarse, cuando estuvo cerca nos comunicó en alta voz que acababa de darse cuenta que extravío su cámara, por lo que tuvo que regresar a buscarla por casi dos horas, pero  penosamente no la pudo encontrar. Al continuar con el retorno, Gonzalo y Moisés, en un momento de suerte, encontraron una piedra pequeña realmente asombrosa, esculturalmente pulida y formada por el tiempo, con una especie de brazos estirados, ventanillas, artificios y sinuosidades que la hacen bella y singular, no dudaron en llevarla, la enlazaron a dos varas de madera y turnándose lo cargaron hasta su nuevo destino. Como si esta particular piedra nos hubiese despertado, recién nos dimos cuenta de por qué el nombre de Campanorco, pues al golpearla con un madero u otro objeto, sencillamente sonaba como una verdadera campana, ni más ni menos, por ello, bien merecido el nombre. 







 

Campanorco y la Yerba Buena

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