Por Tito Zegarra Marín.
Desde los primeros años del siglo pasado hasta
mediados del mismo, la actividad artesanal del sombrero de paja bombonaje en
Celendín alcanzó un relativo éxito: se incrementó la producción, su producto
(el sombrero) fue usado masivamente y la venta se expandió a otras provincias. Pero
poco sabemos que la paja para tejer fue traída por algunos ciudadanos desde la
lejana provincia de Rioja, pasando por Chachapoyas.
Esos
ciudadanos fueron los arrieros, nombre que hace referencia a las personas que
se dedicaban al transporte de mercancías por tracción animal. Ellos, precisamente,
tuvieron la responsabilidad de conducir recuas de acémilas abarrotadas de carga,
tanto en los viajes de ida como de vuelta a las provincias mencionadas,
siguiendo por las huellas del Qhapaq Ñan y sus ramales.
En los viajes de ida, partiendo de Sucre y
Celendín, las acémilas iban cargadas de mercancías, comestibles y herramientas
procedentes de Cajamarca y Pacasmayo. La ruta seguida fue: valle El Limón,
Balsas en el río Marañón, Wilca y Saullamur cerca a la cima del Calla-Calla,
Pomacochas, Leymebamba, Levanto y Chachapoyas.
Y en los viajes de regreso, partiendo primero de
Rioja después de Chachapoyas las acémilas venían cargadas de fardos de paja
para tejer sombreros, además de algunos trozos de sal “chacha” para el ganado
extraída de las minas de Yambrasbamba, Bongará (Amazonas). El camino y los pueblos
por los que pasaron fueron los mismos del viaje de ida, pero a la inversa.
Estos viajes no tenían un cronograma de salida o regreso definidos, por
lo general, entre la ida, quedada y vuelta, se requería de 20 a 30 días y cada
viaje de ida o vuelta, demoraba entre 6 a 8 días. Razón por la cual se proveían
de alimentos para cocer, ropa y carpas para el abrigo, la infaltable coca y
utensilios básicos. Un poco de aguardiente, adquirían en el camino.
Cada arriero era responsable de conducir no más 4 o 5 acémilas para
evitar se entreveren y generen dificultades al desplazarse. Con ese mismo fin,
cada grupo salía con no menos de una hora de diferencia, pero necesariamente se
encontraban en los puntos de “parada” o pascana. Reposar y alimentar a las
acémilas era ineludible.
En
algunos casos, fueron los propios dueños del negocio quienes cumplían la
función de arrieros, en otros, eran personas contratadas para tal fin; pero ambos
cumplieron con la tarea de facilitar y garantizar el transporte del insumo paja
desde los lugares indicados hasta Celendín.
Los arrieros contratados fueron gente sencilla, de baja condición
económica, tratables y fuertes físicamente, no se hicieron de dinero ni bienes
económicos. Se estima que alrededor de medio centenar en Sucre y otros más del entorno
provincial se dedicaron a ese oficio: trajinar por caminos inciertos hasta
hacer llegar los manojos de paja, en buenas condiciones y a tiempo, a manos de
las tejedoras.
En
Celendín, destacaron los arrieros-comerciantes: Salomón Morí Sánchez y
Buenaventura Ortiz Zárate (este último dueño de 50 mulas); en Sucre: Escolástico
Díaz, y José Leovigildo Rojas, entre otros.
Publicado en el Nuevo Diario de Cajamarca 27-04-2021
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