Tito Zegarra Marín
El pequeño
valle en el que hoy se asienta la ciudad celendina formaba parte de la otrora
hacienda Pura y Limpia Concepción de Zelendín. Pocos pobladores, entre españoles,
mestizos e indígenas bajados de las estancias vivían en esa hermosa planicie que
se avizoraba como próspera ciudad.
Por
fortuna, el obispo de la intendencia de Trujillo Baltasar Jaime Martínez
Compañón y Bujanda (1737 - 1797) que solía recorrer, valorar y apoyar a los
pueblos de Perú profundo, llegó a nuestro terruño. Se dio cuenta entonces de
las potenciales condiciones urbanísticas del lugar y captó el clamor de sus feligreses
por convertirla en ciudad. Atento a lo cual, decidió apoyarlos e interpuso sus
buenos oficios para elevarla a esa categoría o villa.
Entre otros:
propició la organización de los pobladores, intervino en la compra de esos
terrenos, garantizó se de posesión legal a sus moradores y apoyó la tramitación
y diligencias para lograr la fundación de la nueva ciudad o “población de
españoles”. También, posibilitó la
venida del geómetra José Comezana para diseñar la planificación urbana y trazar
el sistema de calles, jirones y avenidas, y la ubicación de las iglesias y el
ayuntamiento local.
Celendín está en deuda con este distinguido religioso, a quien casi hemos olvidado, ninguna calle, jirón o avenida lleva su nombre no obstante el valioso legado y su mediación para que se realice la excepcional traza del plano urbano: manzanas casi perfectas, calles amplias, rectas y simétricas. Gracias a ello y conforme a lo planificado se construyeron casas vivienda de dos pisos con balcones y puertas de madera, paredes de color blanco, además las iglesias y el ayuntamiento, que hasta los años 60 mantuvieron su estilo tradicional de sus fachadas.
Sin
embargo, con la modernidad, que a muchos deslumbra, progresivamente, se ha
destruido a la mayoría de viviendas del centro histórico y levantado otras muy
similares a las de barrios costeños. Y no se trata de rechazar la modernidad,
necesaria sin duda, sino de evitar que afecte a aquello que nos identifica y es
parte de nuestra historia y cultura. Ello implica, en nuestro caso, mantener el
perfil externo de nuestras edificaciones (lo tradicional) y hacer cambios y
arreglos al interior (lo moderno).
Pero ojo,
solo aludo al centro histórico (plaza de Armas hasta La Alameda con sus tres
girones principales), fuera de él se puede construir conforme mejor plazca.
Hoy en
día, nuestro centro histórico afronta otra amenaza o riesgo. La llamada
reconstrucción del Palacio Municipal podría alterar y hasta destruir la forma
arquitectónica externa de su local. De ser así, habremos dado fin a los pocos
patrimonios urbanos que condensaron nuestras raíces, historia, cultura e
identidad.
Por ello, urge
demandar la preservación de la fisonomía externa de nuestra casa municipal y
plantear que el área interior sea reestructurada como un complejo cultural y de
extensión social, que debería incluir un museo provincial, la biblioteca
municipal, los archivos históricos, un salón de actos, centros de apoyo al
arte, la música, danza, poesía y otros. La parte administrativa y burocrática
debe reubicarse a otro local.
Qué bien que
se alcen voces celendinas, de dentro y fuera, en defensa de lo poco que nos
queda como símbolo de nuestra identidad y cultura.
• Referencias
históricas: Wilder Sánchez S. Manuel Silva R. Ricardo Sánchez C. (en revistas
El Labrador, Bicentenario y Oígaste).
• Adjunto
una toma de la calle principal de la ciudad de Chachapoyas, como ejemplo de
conservación del perfil tradicional externo de sus casas. Bella y turística.