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domingo, 21 de abril de 2024

MÚYOC Y QUIOCTA, CAVERNAS PARA ADMIRAR

 

Tito Zegarra Marín

      La madre tierra, en particular la que se concentra en los Andes peruanos, sabiamente está conformada por ríos y lagos, valles y montañas, pampas y altiplanos, cerros y nevados. Pero, también, por enormes cavidades incrustadas a su interior que toman el nombre de cavernas naturales.  

      Esas creaciones telúricas son poco conocidas y permanecen entre ocultas y algo visibles, como una suerte de misteriosas “bóvedas” terráqueas mayormente extensas, espaciadas y de recorrido, por lo general, horizontal.

      En el espacio geográfico que nos encontramos, a ambos lados del río Marañón, existen dos impresionantes cavernas naturales, no únicas, pero sí las más excepcionales, asombrosas y propensas a motivar la atracción de estudiosos y turistas.

     Son las cavernas Múyoc (Muyuc) en Celendín (Cajamarca) y de Quiocta en Luya (Amazonas), ubicadas en el caserío Múyoc Alto, distrito Miguel Iglesias, provincia Celendín, y en Lámud (capital de la provincia Luya), respectivamente. Ambas cercanas a las ciudades capitales, tres horas desde Celendín a Múyoc y dos de Chachapoyas a Lámud, más media hora hasta la caverna.         

      Las dos son cavernas de estructura rocosa, sólida y compacta, con espacios entre grandes y pequeños, en los que impactan sus formaciones mineralizadas conocidas como estalactitas y estalagmitas. Las primeras nacen en el techo y se desarrollan en forma descendente y las segundas en el suelo y crecen ascendiendo. Los minerales desprendidos de las gotas de agua en millones de años han facilitado esas formaciones, figurativas y brillantes.

      Múyoc es una caverna de cerca de 200 metros de extensión, de entrada angosta que se amplía al avanzar por unos 40 metros, luego se estrecha en algunos sectores y se torna oscura. Al caminarla, llaman la atención sus estalactitas y estalagmitas, deslumbrantes y atractivas sobre todo las que se forman en la parte alta.

     Al estar dentro de ella, afloran emociones, miedos y algo de claustrofobia, será por eso que algunos se resisten a entrar, caso del recordado profesor Nelo Quiroz, que al visitarla con sus alumnos desistió ingresar e impidió hacerlo a las “señoritas alumnas”. Al margen de ello, esta caverna tiene gran valor potencial y futuro, eso sí, hay que acondicionarla, mejorarla y promocionarla.

      Quiocta es otra gran caverna de cerca de 600 metros de profundidad. Mayormente amplia, de tránsito accesible, pero no por ello desconcertante y provocadora de pavor y asombro, que solo se mitiga al ver sus relucientes estalactitas y estalagmitas cual bellas efigies que adornan a sus espléndidos “salones” de 8 y 10 metros de ancho y altura; también, señales de pintura rupestre y algunos murciélagos aleteando de rato en rato.

        Por ello y algo más, Quiocta, acertadamente está siendo puesta en valor. Ya cuenta con una especie de pasarela para recorrerla, próxima a ser iluminada eléctricamente, y se ha implementado el área externa para recibir a cientos de estudiosos y turistas.

        A dichas cavernas las hemos visitado más de una vez. Y en verdad, hay ratos de miedos y tensiones, pero también de encanto y admiración, por lo que vale ir por ellas. Al recordarlas, rindo mi homenaje a los amigos que coparticiparon y ya no están: Jorge Silva Ramos, Alberto Rodríguez Díaz, Arturo Peláez Pérez y Erasmo Pereira Silva.









 

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