Tito Zegarra Marín
A tres
cuadras de la plaza de Armas se eleva en forma inclinada la colina San Isidro
por alrededor de 100 metros. Hasta los años 40 del siglo pasado su estructura y
fisonomía natural permanecían intactas, quizá aguardando se la convierta en un
gran centro de atracción turística.
Lamentablemente, ni autoridades ni comunidad hicimos algo para
conservarla e iniciar su puesta en valor. Se hizo lo contrario: familias
extrañas invadieron su territorio, con casas y espacios alambrados para criar
animales y se alteró su integridad física al explotarla como cantera de
arena.
Sobre
dicha colina, en 1920 se construyó la pequeña capilla de adobe, madera y teja
en honor a San Isidro Labrador. En sí, una ermita sencilla, bonita y acogedora,
cual morada espiritual para cientos de devotos y templo del santo en
referencia. El 2005, gracias a la mano del artista celendino Miguel Díaz
Dávila, se edificó la vistosa estatua de Cristo acoplado al compacto mirador.
Una bella escultura que quizá, debería erigirse a un costado de la capilla.
Pasado el
tiempo, la pequeña capilla comenzó a deteriorarse, hubo preocupación y
reclamaba prestarle atención. Por fortuna, entre el último año y el presente,
un grupo de celendinas dirigidas por la señora Rafaela Ortiz Zúñiga, secundada
por un activo equipo y con el apoyo de algunas instituciones, autoridades y
buenos vecinos, han logrado refaccionarla: renovación total del techo, cambio
de ventanas, mejora y enlucido de paredes, cambio total del piso, cableado
interno y externo para luz, mejora de la sacristía y demás. ¡Qué bien y vale de
verdad felicitarlas!
La renovada
capilla de San Isidro es una obra importante que enaltece a un pueblo imbuido
de fe y que da cuenta que aún hay gente generosa y solidaria (aunque poca) que
piensa y hace algo por su tierra querida (más de 300 aportantes y cerca de 30
mil soles reunidos). Falta sí, que la colina se convierta en un lugar bello y
agradable: arborizado, con jardines, escalinatas de piedra pulida desde la base
(calle Moquegua), bancas para descansar, accesos internos y otros; y también,
amurallado en sus áreas críticas para evitar nuevas invasiones con las consecuencias
que implica.
Sin duda,
la oportuna restauración de la Capilla honra con creces al santo labriego, pero
también, motiva sobremanera interesarnos para recuperar y poner en valor a su
espacio natural. Esto es, convertir a la colina (incluye capilla, estatua de
Cristo y Mirador) en un hermoso lugar, capaz de deparar paz y relajo
espiritual, de incentivar el turismo interno y externo, y de permitir gozar del
excelso panorama celendino. Los pocos
trabajos realizados en parte de la colina apuntan a ello, pero falta mucho por
hacer y pronto.