Tito
Zegarra Marín.
Desde hace
algunos años venimos observando que los sombreros de paja toquilla, tejidos por
manos de mujeres celendinas, son entregados como ofrenda o presente, a
autoridades destacadas, personajes ilustres y visitantes reputados, cuyos
méritos y labor lo justificarían. Son oportunas muestras de cortesía, buenos
modales y gratitud, puestas en práctica por nuestras instituciones
(municipalidades en especial), en las que está de por medio ese símbolo de la
creatividad artesanal celendina: el sombrero.
Nuestro sombrero
también está presente en los concursos de marinera en mano de los acompañantes
varones, en la exhibición de caballos de paso engalanando a sus jinetes o
chalanes, en algunos grupos folclóricos adornando su colorida indumentaria, en
la tradicional feria taurina de Acho protegiendo del sol a alguna gente de la
aristocracia limeña, y en pocas cabezas de coterráneos visitantes a la feria
del Carmen. Todo ello, con ser poco, rescata al sombrero y alienta su
producción.
Sin embargo, en
nuestra tierra, los celendinos, los profesionales y hombres y mujeres de a pie,
no le dan la importancia debida, pues no lo usan y para ser más exactos, no lo
usamos, quizá en aisladas ocasiones y por muy pocos, y cada vez menos en la
zona rural. De esa manera, conscientes o no, damos la espalda a ese producto
emblema de nuestra identidad y olvidamos que las mujeres que elaboran el
sombrero (por lo regular en una o dos semanas, día y noche), ganan unos cuántos
panes para alimentar a sus hijos desnutridos.
¿Pero por qué
hemos tenido que llegar a esa situación? En parte, porque no hemos sabido
cultivar el amor a esa prenda y porque desde hace algún tiempo estamos
influenciados por la modernidad y sus pantallas publicitarias con sus modelos y
prototipos de vestir, donde el sombrero no existe, pues no es rentable ni tiene
marca empresarial. Preferimos entonces, las engomadas gorras (quepis o cachuchas)
estampadas con propaganda diversa. Por eso y otros factores externos, la
producción y venta de sombreros ha disminuido.
Aun así, se teje
sombreros en los hogares pobres y excluidos de Celendín y distritos,
semanalmente se producen y sacan al mercado (los domingos) alrededor de 1500
sombreros, casi todos vendidos a una docena de intermediarios (componedores) a
precio de hambre impuesto por ellos. Lotes de esos sombreros van hacia Piura
(Catacaos), de allí, en algún momento se exportaron a Panamá; a mercados de Cajamarca,
Trujillo, Lima e Ica y provincias de la sierra central, quedando muy poco en
Celendín.
Allá por años 80,
escribí un sencillo folleto sobre la artesanía del sombrero en Sucre y Celendín:
su origen, procesamiento, comercialización, impacto socioeconómico y otros,
espero volver a él y resumir un artículo
para publicarlo en este diario.
Publicado en Panorama Cajamarquino
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