Por José Escalante del Águila
-Te he traído un chiclayo...
Eran casi las doce de la noche, la luz artificial de
la calle no alumbraba mucho, y era propicia para visitar a la enamorada que lo
tenía loco de amor, cómo decía...
Casi a oscuras, Odilón se dirigió al cuarto cerca de
la cocina, que servía como una especie de depósito donde siempre se almacenaba
toda la cosecha de maíz, zapallos y chiclayos; con un poco de incomodidad cogió
un chiclayo, y golpeando con el nudillo de su mano, dijo para sí:
-Este está maduro y lo colocó bajo el brazo, y se
apuró a salir; atravesó el patio de la casa y se encaminó por el zaguán hacia
el portón de la calle.
Este era un portón pintado de un verde añejo, que
ahora deslucía algo despintado por las inclemencias del tiempo; caminó sin
hacer ruido, escasos minutos tardó en llegar a la casa de su enamorada, golpeó
dos veces la aldaba en forma de mano y esperó conteniendo la respiración. Juana
salió al umbral, con el andar un poco balanceándose, por las caderas anchas que
tenía, secándose las manos en el delantal.
Cuando reconoció a Odilón, dio un pequeño grito, que
enseguida ahogó con una mano, no porque le faltara una muela, sino era un modo
supersticioso de contener la alegría, o el susto, de ahogarla dentro de sí
misma como si fuera una culpa.
A veces se creía que cualquier manifestación de dicha
podía llevar a la desventura; lo mismo también se creía que ciertos alardes de
salud podían atraer alguna enfermedad. No se trataba de algo consciente, sino
que en la mentalidad de los habitantes de nuestro pueblo, muy extendida que
impulsaba a esconder el mínimo regocijo por temor a que los espíritus
envidiosos castiguen el alborozo, con cualquier forma de desgracia.
-Pasa, estaba remojando la paja- le dijo, para hacer
el sombrero de la semana, ¿y tú?
-¿Qué pué a estas horas vienes?, Odilón le contesta en
voz baja:
-He estado haciendo un trabajo para el día siguiente,
razón por la cual me he demorado un tanto, en eso se acuerda que traía un
chiclayo, que lo tenía debajo del brazo.
- Juana, te he traído un chiclayo. Ella le contesta:
-Déjalo ahí encima del batán, Dicho esto, Odilón dejó
el chiclayo donde Juana le había indicado.
Lo llevó de la mano al cuarto para acostarse, y poco a
poco las voces de los callejeros se oían menos y se iban quedando amortiguadas
entre las sábanas de su nido de amor.
Una vez que habían tenido un encuentro amoroso muy
intenso, Odilón permaneció sentado un momento en la orilla de la cama, tomando
un vaso con agua, para refrescarse del calor que emanaba de su cuerpo producto
de las caricias con su amada; con ojos vigilantes y tiernos hacía dormir a su
amada, rascándole la cabeza y la comprometía diciéndole que la quería mucho, y
que nadie les iba a separar.
Odilón se despide con un beso tierno: ella, embelesada
por el amor que le tenía su amado, se quedó tan contenta que en un santiamén se
durmió.
Odilón, al ver que su amada se había regocijado en los
brazos de Morfeo, se arregló con los dedos su cabellera alborotada, abotonó la
camisa y se ciñó bien el pantalón; y después de esperar un momento y verificar
que su amada estaba dormida, salió del cuartito que separaba de la sala un
plástico color azul, que había sido colgado de pared a pared sostenido por una
soguilla.
Al pasar por el batán, cogió el chiclayo y salió raudo
a la calle, no había ninguna alma, solamente el ladrido de un perro lo sacó de
sus pensamientos aturdidos, para emprender la retirada con dirección a la casa
de la otra enamorada, que vivía casi al frente donde vivía Juana.
Estando ya al frente de la casa de Alfonsa, se peinó
con los dedos, se arregló el cuello de la camisa, y cogiendo el chiclayo que
había dejado en el suelo, empezó a tocar la puerta con el nudillo de la mano y
un silbido suave, seguramente era la "clave", esperó unos minutos y
Alfonsa abre la puerta.
-Entra rápido le dijo, casi empujándolo, y cuando
estaban por el zaguán le dice Odilón:
- "Te traído un chiclayo", Alfonsa le
responde
-Déjalo ahí en la cocina. Odilón caminó con dirección
a la cocina y dejó al chiclayo encima de la mesa.
Después de estar con ella en el dormitorio con una luz
tenue del lamparín, que oscilaba poco a poco, estaban envueltos en su amor y
las caricias que sellaban ese idilio pasional, como si fuera un amor
desesperado. Eran casi las cinco de la mañana, ahí en el cuarto oscuro a pesar
de ser casi la madrugada. Afuera en la calle se estaba cuajando un amanecer
limpio, propio de un nuevo día alumbrado por algunos rayos solares, que
empezaban a despuntar allá por la cima de los cerros.
Tenía que hacer la retirada, antes de que las
ordeñadoras de leche lo encontraran saliendo de casa ajena. Una vez que se
despide de Alfonsa, y cierra la puerta del dormitorio, Odilón se dirigió a la
cocina, recogió el chiclayo y salió sigiloso a la calle, para dirigirse a su
casa.
Entró por la portada, se dirigió hasta el cuarto donde
estaba la" collona" de chiclayos y zapallos que habían cosechado,
junto con el maíz. Dejó el chiclayo, caminó con dirección a su dormitorio, una
vez ahí, se desabrochó la camisa, se sacó el pantalón y se acercó en silencio a
su cama, al cabo de unos minutos se quedó tieso dormido, ya todo estaba en
calma, como acolchado de silencio, tenía que completar el sueño, porque esa
noche había sido suspendido en dos partes.
Se había levantado con un dolor de cabeza
insoportable, porque pensaba que la deshonra que había cometido no tenía razón
de ser, al estar con dos hembras al mismo tiempo, y en el mismo lugar. Su
actitud cómo varón había sido una realidad engañosa, hecha de mentiras y
silencios bien guardados. Siempre decía que su aspiración de honestidad era la
virtud, pero ahora dudaba del significado de esa palabra, al entregarse a dos
amores esa noche; pensaba que había cometido una falta irreparable, a los ojos
de su conciencia y también de los vecinos, pero ante los suyos, el amor todo lo
justificaba, no sabía con exactitud si esa noche había perdido o ganado con esa
pasión desenfrenada de un loco enamorado.
Revista EL LABRADOR, mayo 2017
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