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miércoles, 16 de marzo de 2011

Artículo, opinión: CIUDAD DE M


Por: Franz Sánchez Cueva.
9 y 45 de la noche, cuatro vándalos se dirigen hasta el viejo árbol deshojado y maltrecho de la plaza de armas, el mismo al que atacó un terrible hongo que terminó por desahuciarlo. Se suben a la copa, algunos se descuelgan de las ramas, parecen orangutanes con “blin blin” y pantalones “urban fighters”.

El abusado árbol parece exigir que lo despojen de tales parásitos. Gritan, chillan, lanzan groserías entre ellos. Los mayores pasan con suma cautela rodeando al grupo de desadaptados, para no interferir con sus delincuenciales actos.

En la esquina, al borde de la plaza de armas, dos mujeres policías de tránsito, hablan con exagerada elocuencia a través de sus celulares, al tiempo que las moto-taxis irrumpen con giros violentos dentro de la zona rígida. Los acompaña un estruendoso vibrar de parlantes que abofetea los oídos de transeúntes asustados que despejan el camino, al ritmo del dembow de algún reggaetón obsceno.

10 en punto, las mismas moto-taxis tomaron por asalto el ombligo de la ciudad. Sus ebrios conductores protagonizan monólogos asquerosos que resbalan lisuras sobre el mármol empapado de licor barato.

11 de la noche, son muchos y pocos a la vez. Desde lo alto de San Cayetano con pendiente a Colpacucho, la nueva ciudad arrastra sus pasos dando tumbos sin poder encontrar su camino.

A la medianoche, el profesor que se demoró en una reunión de docentes, exhala un suspiro de alivio al cruzar la avenida Túpac Amaru. Solamente le robaron la billetera y el celular. Pero no le despojaron su vida.

La nueva ciudad vomita las noches de exceso, de juerga interminable que reúne a grupos de diferentes sectores sociales, y que los aparta al mismo tiempo. 

La nueva ciudad que asesinó al pueblo anciano, por viejo y cobarde, parece andar sobre una locomotora con rieles que desembocan en el barranco. El tiempo no corre igual, las horas son distintas, el reloj del ayuntamiento fue vencido por el propio tiempo, únicamente marca el meridiano y nada más. El viernes comienza el miércoles, el lunes no existe porque la “cruda” no lo quiere así. 

Los bares atienden más tiempo que las boticas. Las casas se desploman, los contrabandistas se frotan las manos, mientras que los capos de la “cosa nostra” le robaron el crédito a Pepe Comesana, luego que convertidos en geómetras diseñan la nueva ciudad a su antojo.

La nueva ciudad se ha convertido en la tierra prometida, aunque más parezca a Sodoma o a Gomorra, si es que no es una combinación de las dos. Las jovencitas ofrecen sexo abierto al mejor postor con billetera gruesa o camioneta a la mano, amparadas bajo la tutela de la dichosa “open mind”.

La nueva ciudad sirve a muchos, y estos muchos se sirven de ella. El desorden es la máxima autoridad. Los alcaldes no existen, seguro que todavía están acomodando el recto, en el tieso sillón de gobierno que puede provocar hemorroides malignas.
La nueva ciudad alborotada, apesta. Huele a heces, por las esquinas, por sus calles, por sus aceras invadidas. Apesta y provoca aquello que Sartre llamó “La náusea”. Pero también duele, al costado del pecho, en el músculo más traidor de todos, que nos quiere convencer de que todo es una ilusión, y que forma parte de una composición literaria. 

El diástole y sístole golpea los sesos, exigiendo que no hemos muerto, aunque lo quisiéramos creer. Estamos vivos, pero deambulando como zombies, dentro de una ciudad que hace mucho no es de nosotros, sino de “ellos”, de los vivos, y “vivazos”

Una ciudad impresentable, que no se puede recomendar a nadie, por temor a quedar mal con uno mismo y con los demás. Una ciudad convertida en jungla de cemento fresco. Una ciudad que no es mía ni tuya, que no es de nadie, por eso todo es posible. 

Una ciudad de M… Quiero decir… de Muchos, que no significa de todos. Una ciudad con boleto reservado al desbarajuste y al caos, sin identidad ni rumbo fijo. Sucursal del cielo, y del averno su capital.

¿Dónde están los hombres de ayer?, que los necesitamos para mañana. ¿Por qué se fueron todos?, ¿por qué no se quedaron aquí?, a sufrir el dolor de ver perecer a un vetusto pueblo, que agonizaba desde hace mucho, que enmudeció antes de pedir auxilio. Que cerró los ojos antes de ver lo que ahora vemos. Que exhaló su aliento apolillado en nuestras narices mientras respirábamos por la boca, del que no cobramos nada, y hoy pagamos todo.

Desde mi luto interno dibujo una sonrisa de burla dedicada a aquellos pelmazos, que se jactaron de un ilusorio linaje europeo, y nunca se entendieron como celendinos. Pobres diablos. Podrido infierno.

Ha muerto del todo, la fecha, la hora, ya no interesa. Nadie oficializó su deceso, únicamente un menesteroso escribidor se atreve a certificar su fallecimiento. Al tiempo que los demás celebran la natividad de la nueva ciudad, que desde el embrión estaba concebida como villana, que se fecundó de un espermatozoide de cianuro y un ovulo de PBC, dentro de un vientre de alquiler, pagado por ambiciosos politiqueros y comerciantes metálicos.

QEPD Celendín.



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