El Perú, país de todas las sangres, mantiene una tara que es el racismo. Aqui una mirada arguediana a un problema vigente.
Por José María Arguedas
Que el grado y vastedad
de la difusión de la cultura europea en el Nuevo Mundo estuvo determinado por la geografía
y el mayor o menor desarrollo alcanzado por los pueblos nativos, es un hecho
suficientemente demostrado.
México, América
Central y el Perú conservaron una excepcional cuantía de su población y
pervivencias profundas de su antigua cultura porque los conquistadores
aprovecharon el trabajo de estos pueblos y las instituciones que a través de su
desarrollo histórico lograron organizar precisamente para conseguir el máximo
aprovechamiento del medio al servicio del hombre.
La zona peruana más
próxima a Europa, la costa, asimila con mayor rapidez las técnicas y valores característicos
de la cultura europea, las aclimata con modificaciones predominantes de estilo
y no de fondo. En la sierra, el español queda aislado y profundamente rodeado
por la cultura nativa: se ve obligado, por ejemplo, a quechuizarse, y muchos aspectos
de su vida cotidiana y de sus propias concepciones acerca de la muerte, de la
salud y de la propia visión del mundo son modificadas por el contacto rodeante
de la cultura nativa.
Los cambios, el ritmo
del proceso de desarrollo se realizarán en esta zona mucho más lentamente que
en la costa.
La densidad de las
pervivencias de la antigua cultura prehispánica y de la colonial serán mucho
mayores y la estructura total de la sociedad cambiará en función de tales
pervivencias.
Andando el tiempo, la
costa civilizada considerará a la sierra "aindiada" como una zona culturalmente
inferior, hasta que la ciencia haya demostrado que la cultura europea no es
cualitativamente superior a ninguna otra. Y son los mismos sabios europeos
quienes descubren y demuestran este principio en que está basada la libertad y
la virtual igualdad humana: no hay herencia biológica de la cultura, todo grupo
humano está en aptitud de asimilar, en determinadas circunstancias, los inventos
y valores de cualquier otro grupo humano; los casos de Japón y Rusia lo
demuestran hasta la saciedad. Pero, en tanto se difunden las comprobaciones
alcanzadas por la ciencia, quienes no han sido iluminados por ella siguen
actuando según las antiguas convicciones o prejuicios; de ese modo, en el Perú,
la palabra "serrano" se convierte en un insulto. Los mismos "serranos"
aceptan su condición de inferioridad. [...] La cuantiosa aunque disminuyente
masa [...] continúa utilizando, hoy mismo, las palabras "serrano",
"cholo", "mulato", "indio", "negro"
como términos injuriosos.
¿No es una expresión
de fe racional en el país proclamar que todos los peruanos, cualquiera sea su
"raza" y procedencia geográfica, son virtualmente iguales y que los
prejuicios en que se fundaban las tan interesadas y antihumanas diferencias a
que nos hemos referido, están desapareciendo?
Pero veamos la otra
faz del problema: el de la "raza". ¿Deberíamos recordarla muy ilustrativa
polémica que en las mismas páginas de este suplemento sostuvo Juan Comas acerca
de este asunto y el libro que Franz Boas dedicó al problema para demostrar que
ni siquiera es posible comprobar que los individuos pertenecientes a ciertas
razas son físicamente iguales, aparte del color, sino que muestran una
diversidad que varía hasta el infinito? No es necesario recordarlo; basta con
repetir que únicamente quienes ignoran los conocimientos elementales de la
antropología pueden creer en el Perú que cuando se habla de indios alguien se refiere
a la "raza".
La mezcla racial
comenzó con la conquista; ella se hizo en forma tan amplia e indiscriminada
que, en un período no muy largo, figuraban ya en las clases y aun castas
consideradas como superiores hombres racialmente mestizos e incluso indios, y a
la inversa, en la masa de indios figuraban individuos mestizos de sangre y aun blancos.
La palabra indio no
designa en el Perú una raza sino un tipo de cultura; lo mismo ocurre con la
palabra mestizo o cholo. […] Agradecemos en este sentido que la ignorancia de
una persona que nos atribuye "nefastas tendencias racistas y ¿neoindigenistas?"
nos haya demostrado, aunque su finalidad era distinta, cuán necesario resulta esclarecer
mejor el problema que hemos tratado de exponer brevemente en el presente
artículo.
El Dominical, 8 de marzo de 1964.
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