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jueves, 20 de enero de 2011

Huellas: VIVIR LA PATRIA EN PARIS


El aroma intelectual y la belleza de París provocaron en Arguedas la reflexión sobre la influencia de Europa en el Nuevo Mundo.
 Por: José María Arguedas
Siempre habíamos temido de las ciudades su artificio, su deformidad con respecto a las cosas naturales. [...] Todo individuo de la ciudad se nos presentaba como el producto de un proceso especial de "domesticación" que lo hacía distinto de los demás y diferente de los hombres del campo. [...] Grandes ciudades, como Londres, Nueva York y París, se nos figuraban aun más temibles. Pero en cuanto a París quisiera afirmar que la naturaleza y el contacto del hombre con lo principal de ella, han sido en cierta forma, magnificados.

Fue en San Michel; teníamos delante de nuestros ojos la Catedral de Notre Dame, el Sena y los puentes. Gentes de todas las razas, vestidos de los trajes más diversos, por extranjeros o por ser productos del capricho o de la libertad irrestricta de elegir de que se goza en París, pasaban por el boulevard. Y de pronto, sentimos que en ninguna parte, salvo en nuestra propia casa y en nuestro pueblo nativo, nos habíamos sentido, tan cómodos y satisfechos, tal "puestos en sí" como se suele decir. No, no me sentía extranjero. Y tuve un verdadero impulso por hablarle a algún transeúnte en mi lengua materna, en quechua. Tenía la ilusión de que me entenderían. Esta ciudad no obliga a nada. Ninguna arquitectura, ninguna concepción de lo urbano se hizo con tan profundo respeto por el objeto mismo de lo creado, que es el hombre. Los palacios no asustan, no abruman, a pesar de que son de lo más espléndidos y grandiosos del mundo.

Si quien tiene posibilidades para la creación artística se "europeiza" aquí, no es porque se le obligue, es porque no puede hacer otra cosa. Y no hablamos de europeización con criterio despectivo. Nos parece absurdo hablar con menosprecio de lo europeo. Fue como resultado de una especie de embriaguez nacionalista o "indigenista" que se empezó a aplicar peyorativamente este concepto en nuestro país. Hace pocos días leí [...] una cita de Antenor Orrego [...]: la raíz principal de todos nuestros males la encontraremos en nuestra europeización. ¿A qué se refería este autor? Tenemos mucho de la España feudal –que, es zona marginal de Europa- y ahora, en gran medida, de la versión norteamericana de la cultura europea; y todo esto en un estado no bien definido aún, de transición, no sabemos todavía hacia qué. Nos parece, y afirmamos esto con toda humildad, que lo único permanente y valioso de nuestra creación artística fue obra de criollos profundamente admiradores de la cultura europea, y versados en ella, como Valdelomar, Gonzales Prada y Eguren, o de mestizos respetuosos del arte occidental hasta apagar su sed y realizarse en ese alimento, como Garcilaso y Vallejo. [...] Somos un país mestizo; la historia ha demostrado que mantendremos una personalidad indígena; pero siempre tendremos por fortuna, una élite europea. Pertenecemos al ciclo occidental. Con México y Brasil, somos los países "incas" (Ecuador, Perú y Bolivia) los que sin duda podemos hablar de una mayor originalidad de nuestra cultura, hasta de la posibilidad de una nueva versión de la cultura occidental.

Recuerdo unos versos de Whitman: "Tremenda y deslumbrante la aurora me mataría si yo no llevara otra aurora dentro de mí". Hay que llevar sólidamente a la patria dentro para no ser desintegrado en París. Una aurora para alcanzar a poseer otra. Toda sensibilidad débil, no sustentada por raíces profundas, pueden ser perturbadas por la visión y el gozo de tanta belleza reunida, a pesar de su externa mansedumbre. [...] Nosotros los bárbaros, los "im­perfectos", los mestizos, quienes nos resistimos, como Machado o Vallejo, aquellos que pueden vivir sus patrias intensamente en París, más fecunda y tenazmente que en sus patrias, tanto más duras y crueles cuando más hermosas; nosotros le hemos dado jugo siempre a esta capital de Occidente. Y quien no ha bebido de esas fuentes varias cargadas de esencias, se golpea el pecho y lloriquea.

Dominical 7 de diciembre de 1958. Fragmentos.

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