“Un Árbol”. Maravillosa
obra que nos enuncia cómo valorar al
hombre, aprender de la naturaleza, amar todo cuanto habita en ella y la manera de acercarnos
a Dios.
MI PADRE
(Por Julio Garrido Malaver)
I
Era un hombre.
Había nacido como nace la vida. Como la planta que
emerge de la tierra. Como brota el arroyo al pie de la montaña.
Había nacido del amor humilde y campesino. ¡Como decir
un árbol!
Tenía una dulce tristeza en la mirada. ¡Y sus palabras
eran palomas que caían por el peso de sus alas!
Jamás le vi en sus ojos una lágrima.
El lloraba hacia adentro de sí mismo.
Se defendió en la vida a sangre abierta.
Y no tuvo más bandera que la humilde claridad de su sonrisa.
Esa misma sonrisa que iluminó su rostro la primera vez que se miró en
mis ojos.
¡Sonrisa que no se congeló en los dedos de la Muerte,
y que seguirá encendida hasta que no queden de él sino sus huesos para flautas
del Viento y de la Luna!
¡Su vos de semilla, que él tomó de la tierra, no me
abandonará mientras se pinten de verde los campos y los valles!
Sus dictados de amor los da el amanecer.
Y su arenga me llega en las estrellas que multiplica
el cielo.
¡Así era mi Padre!
Y lo recuerdo para que no se quede, ni un solo día,
sin flores en sus manos que el silencio está llevando, de uno a otro lugar,
como si en ellas pretendiera sustentar su presencia…
II
Amaba a mi Madre.
Alguna vez le vi hablándole al oído con ternura infinita.
No sé qué le diría. Pero la respuesta de ella fue una
dulce sonrisa que creció hasta estallar en llanto.
Entonces, se abrazó a él y lo besó incansable.
Fue la primera vez que tuve la sensación de que mi
Madre era la autora del amanecer, porque mientras ella lloraba la luz del nuevo
día nos inundó a nosotros y a las cosas…
¡Afuera llovía silenciosamente!
¡Los pájaros cantaban desde todas las alturas hechas
árboles!
III
Cuando se fue mi Madre aprendí a
conocerlo más íntimamente.
Antes, él trabajaba de noche y día para darnos el pan.
Ahora su trabajo era oración cotidiana de homenaje a la ausente.
Desde que ella murió, las manos de mi padre parecían
rezar cuando abrían la tierra.
Las manos de mi padre rezaban en los surcos al
encargarles la sublime esperanza de las nuevas semillas…
Muchas veces lo vi arrodillado junto a las plantas
acabadas de nacer.
Y le oí pronunciar palabras tan dulces que repetían
las flores y eran por eso cada vez más bellas y más perfumadas.
IV
Una y otra tarde lo sorprendí, junto al arroyo
cristalino, diciéndole tales cosas que hacían de sus aguas la música soñando
por la tierra.
Se detenía junto a cada uno de sus árboles había
sembrado con sus manos agrarias heredadas; por eso quizá fue nuestros huertos
daban más frutos cada año.
¡Mi padre recogía las cosechas como si se tratara de
los frutos de Dios!
V
Nunca tuvimos tierras propias. Pero él nos dijo que la
tierra era de todos, porque todos éramos sus hijos. Esa es, todavía, mi
creencia más alta.
Y no obstante que sabemos cultivarla desde nuestras
lejanas raíces campesinas, ¿Por qué ha de pertenecernos de ella solamente su
imagen y a lo más el hoyo en que hemos de quedar como sales devueltas a la
nada…?
VI
El mismo día que quitamos nuestras manos de los
surcos, para usarlas en otras devociones que nos han adiestrado en morir, nos
dijo mi Padre con la más trémula voz de su vida:
-
¡Si
mañana se sienten vencidos, cansados, solos, regresen a la tierra que tanto
hemos amado!
Por eso, cuando me asedian la tristeza y la
desesperanza, retorno a los predios de mi niñez y de mi infancia, y a fuerza de
identificarme con los arroyos, los árboles, los pájaros, los sembríos, los
caminos, los animales, los silencios, me siento como acabado de fundar. Y tengo
nuevas ilusiones. Más bellas esperanzas. Y, también, la seguridad de que algún
día mi mensaje será el mensaje de la Tierra.
¡Cada día que pasa y lo recuerdo, siento que en mi corazón tiene que caber la totalidad de
la Tierra!
VII
Hasta su último instante no perdió su profunda
devoción a la tierra.
Me dijo, como encargo de luz, que todo hombre, para
serlo, tiene que ejercerse ejerciendo de la tierra sus dictados.
El cumplió de la tierra sus mandatos, cuando echó
semillas. Cuando defendió sus sembríos. Cuando cuidó sus árboles. Cuando
cosechó sus frutos. Cuando en las maderas concretó las imágenes de sus mejores
sueños…
VIII
En pleno bosque descubrió un cedro centenario.
Dijo que ese árbol le daría la mejor madera del mundo.
Y para que su fe no fuera desmentida cuidó su árbol,
muchos años, como sólo se cuida al primer hijo que ha nacido.
Cuando sobre el cedro pusimos nuestras manos lo
sentimos vibrar como si hubiera sido el cuerpo de mi Padre…
IX
Por su identidad, con el cedro, tuvo mi Padre,
revelaciones increíbles, de su árbol.
Una noche lo sentimos sollozar como un niño. Dando
gritos de espanto salto de su sueño hacia afuera de su lecho. Y sin esperar las
preguntas de mi Madre se fue bajo la noche en busca de su cedro.
Cuando regresó, junto con el Alba, nos dijo que un
rayo había desgajado de su árbol la más alta de sus ramas.
X
Un día el cedro se quedó sin hojas. Mi Padre comenzó a
cortarlo desde la parte más alta.
Descolgaba cada troza, con sumo cuidado, cual si se
hubiera tratado de campanas o de imágenes de vidrio.
Cuando todo el árbol estuvo en tierra, nos dijo:
-
En este
cedro está expresado el tiempo; también la vida.
Cada tablón del cedro inolvidable nos parecía un
libro.
Las tablas de cedro eran páginas en blanco en la que
mi Padre vertía las infinitas lecciones de su alma portentosa por humilde.
XI
-
La
madera, nos juró mi Padre, es el más noble material de la naturaleza. Nada hay
mejor que una tabla para expresar nuestro mensaje.
Múltiple fue el mensaje de mi Padre.
Con las tablas de su cedro centenario. Hizo, - A más
de las puertas y ventanas de la casa, los marcos para los retratos, la mesa
grande de nuestras cenas inolvidables -, hasta los violines, las arpas y
guitarras que todavía enfloran fiestas y
capitanean serenatas.
XII
Un día me asomé a su taller y lo vi trabajando sobre
una de sus tablas. ¡Tallaba!
Sus manos maestras para manejar el arado eran también,
sabias artesanas.
Cuando tallaban, yo tenía la sensación de que con sus
herramientas no hacía otra cosa que descorrer el velo que oculta las sublimes
imágenes y las formas perfectas.
¡Fue mi Padre el mejor artesano de mi tierra! Tal
verdad la seguirán sustentando las obras que ha dejado para todos.
XIII
Una tarde me dijo:
-
Todo
existe en la medida que puedas descubrirlo. Porque la única verdad es que el
hombre ha venido para descubrir la creación. Para descubrirse a sí mismo que es
la única manera de acercarse a Dios.
Otra tarde afirmó:
-
Es alta
la misión humana de liberarse de todas las coyundas. Ser libre y libertador de la luz prisionera
en la forma.
Y su voz adquirió calidad de consigna cuando proclamó
que ser libre es ser creador de la máxima belleza bajo el cielo…
XIV
La verdad de mi Padre fue sencilla.
La dijo en su mensaje de la tierra que cultivaron sus
manos. En las semillas que eligió con ternura. En las cosechas que juntó para
todos.
Pero la versión incomparable de su alma nos dio en las
perfumadas maderas de su cedro, a cuya sombra nos criamos la mayor parte de sus
hijos. Bajo cuyas ramas yo soñé mis primeros sueños. Y hasta recibí el anuncio
de lo que la vida me tenía reservado.
XV
Amaba todo cuanto habita la tierra. Todo lo que es o
fue expresión de la vida.
Si los animales tuvieran el don de nuestra palabra,
oiríamos al buey, al caballo, al asno, al perro, al puma, decir que mi Padre
fue el mejor amigo que tuvieron.
¡Quién sabe si todos ellos habrán llorado y estarán
llorando, todavía, su ausencia!
XVI
-
Si el
hombre sembrara sus árboles, les infundiera, con ternura, sus sentimientos; los
cuidara, como a sus hijos, hasta su madurez; obtendría maderas aptas para sus
creaciones de milagro.
-
Los
árboles que sembraron mis manos, cuando me dieron flores, frutos y maderas, me
pareció que pagaban el amor y la fe que puse en ellos.
-
Todo lo
que hice con la madera de mis árboles, no tengo duda, es lo mejor que dejo
sobre la tierra para que nos defienda a todos.
¡Así fue como mi padre nos enunció su doctrina sobre
la eternidad!
XVII
-
Los árboles
están más cerca de Dios que los seres humanos.
-
Sigue el
ejemplo de los árboles que no renuncian a sus raíces para sostener su devoción
por la altura de cielo.
-
Si llegas
a ser como un árbol, el canto que nos debes te nacerá, desde tu más profundo,
luminoso y florar. Y todos oiremos tu voz abiertos en la tierra como rosas
azules.
¡Mi Padre fue el árbol más alto del amor que sustentó
la vida!
XVIII
A veces mi Padre, me daba la sensación de ser un niño
jugando con maderas de colores que su imaginación organizaba primorosamente.
Entonces, sin decírmelo, me enseñó a estar seguro de
que la muerte no será la verdad si aún es posible juntarnos en todo cuanto se
nos ha ido quedando en los caminos.
Tal teoría la he descubierto ayer mirándome en los
ojos de mi hijo menor que trataba de organizar con astillas de cristal una
palabra…
En los dedos sangrantes de mi niño he besado a la
eternidad, a mi Padre y a Dios…
XIV
El día que se fue no quiso que le viéramos llorar.
Murió solo, como el árbol más alto de la soledad.
Cuando le llevamos, nuestros ojos ya se habían ido
dejándose y dejándonos su último recado que la luz y los vientos no se cansan
de pregonar:
-
¡Hay que
trabajar la madera con ternura infinita, con las manos desnudas, el pulso
ardiendo de fervor y el corazón a flor de eternidad!
XX
Así era mi Padre
¡Era un hombre!
JULIO GARRIDO MALAVER
Poeta,
político, periodista, nació en la provincia de Celendín en 1909. Hizo sus primeros estudios en
su ciudad natal y en Cajamarca, y los superiores en las Universidades de Lima y
Santiago de Chile. El crítico y filósofo Antenor Orrego considera a César
Vallejo y a Julio Garrido Malaver como los dos más grandes poetas que se han
producido en el Perú.
La poesía de Julio Garrido Malaver tiene un sello
especial e inconfundible de originalidad y estilo. No es un estilo elaborado al
que se llega por la práctica y el pulimiento y que en algunos escritos se va
haciendo a la para que su personalidad, sino un estilo directo y espontaneo, de
frescor permanente, que no impide ni traba las imágenes, a veces grandiosas y
resplandecientes, que son lo que constituye su originalidad. Porque en la
poesía de Julio Garrido Malaver hay pocas metáforas, pero numerosas imágenes.
La metáfora exige, en efecto, amplificaciones y sus perfluídas ornamentales,
mientras que las imágenes son simplificaciones economía de medios expresivos
que a cambio ganan hondura y significación. La metáfora obliga a la interpretación; la imagen obliga a la meditación. Hay que
reducir la metáfora para extraer su idea; por el contrario, la imagen arrastra
la mente a más amplios campos espirituales. En la poesía de Garrido Malaver se
encuentra, entre sencillos discursos, como si se tratase de confidencias de
hombre bueno, la chispa de la imagen fulminante con sabor de sentencia y
resonancia de siglos: “El hombre y Dios se han encontrado de tanto
estar a solas”; “Pero el hombre es aún, en forma y vuelo, la imperfección
vagando entre sus alas”; frases que aprisionan la inteligencia
obligándola a la meditación.
La extraña profundidad que algunos críticos han
señalado en la poesía de Julio Garrido Malaver haría gravitar su clasificación
hacia los poetas metafísicos. Angustia metafísica dice Antenor Orrego. Y
También angustia cósmica. Y también angustia social. Esa rara hondura de la
poesía de Julio Garrido Malaver no es llevar al extremo el ingenio y la
elaboración, sino presentar los conceptos
desnudos de todo lo que es aparente y accidental, y hacerlo hilvanando
sencillamente las sencillas palabras del hablar natural; por eso sentimos esas
resonancias lejanas y ese fulgor de horizonte: “El hombre seguirá naciendo todos
los días hasta que no tenga ya el concepto del cadáver que lleva sobre sus
espaldas como testigo, aún irrenunciable, de su presencia”. A esto
llamaría Unamuno hambre de inmortalidad.
A los 18 años, Julio Garrido Malaver obtuvo su primer
premio literario; después, en Chile, otro; y el de los Juegos Florales
Universitarios de Lima en 1940. También tiene premio por su novela “La Guacha”.
Desde entonces, su copiosa producción no ha hecho sino ratificar su alta
calidad de poeta.
Como político de larga trayectoria democrática,
irreductible en sus ideas, de una honestidad e independencia ejemplares, se le
puede definir como un espíritu en perfecto y permanente equilibrio. De fácil y
brillante palabra, trasciende el poeta en sus intervenciones políticas en
cuanto a recursos oratorios se refiere, ya que su conocimiento de los problemas
sociales le permite mantenerse siempre en estrecho contacto con las realidades;
y sí su poesía se infiltra alguna vez el matiz político, lo es únicamente en la
medida que el arte es un fenómeno estrictamente social y humano.
En años sesenta fue diputado por el departamento de
Cajamarca.
Su trabajo periodístico es, asimismo, notable y
extenso. Tanto en el Perú como en Chile, su actividad en este campo es
prácticamente interrumpida. En dos oportunidades, sus editoriales han sido
premiados por la Universidad Nacional de Trujillo, y su labor como Director del
Diario “Norte” de dicha ciudad ha sido unánimemente reconocida como de
extraordinario valor cívico y social.
Alguien dijo de Garrido Malaver que su carácter
retraído y austero le veda ciertas realizaciones mundanas; pero una frase suya
será la pista a seguir por sus críticos, exégetas y biógrafos: “Los recuerdos son la bella
prolongación de nuestra vida… y nos damos a ellos a los modos más altos del
destino”.
Ediciones de la Casa de la Cultura de Trujillo 1964.
Edición destinada a premiar a los mejores alumnos de primaria y media de los
departamentos de Cajamarca y La Libertad.
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