Queridas
madres, queridos hermanos y sobrinos:
Cómo
quisiera estar a su lado, acompañándolos, en estos difíciles días. El
sufrimiento que sentimos es muy grande; pero más grande, intenso y
desesperante, es el dolor de ustedes madres. Es más intenso y desesperante el
dolor de ustedes hermanos míos: de ti hermana; de ti hermano, de tu sencilla e
incomparable esposa y de tu hijo, el pequeño corazoncito, que ya sabe lo que es
sufrir y lo que es llorar.
¡Oh
cuántas lágrimas nuestro padre observa!
¡Oh
cuán impotente se sentirá al ver tantos corazones desangrarse!
¡Oh
cuán impotente se sentirá al no poder decirnos que nos observa, al no poder
decirnos que está junto a nosotros!
En
el mundo real de los espíritus, las despedidas no existen; porque, entre seres
queridos que se aman y que siempre fueron uno, el adiós desaparece. El amor con
nuestro padre, como no podía ser de otra manera, fue y es recíproco. Él sigue y
seguirá junto a nosotros, como lo estuvieron y están nuestros abuelos y quienes
antes que él partieron a lo que realmente es la verdadera vida. Seguirá
haciendo feliz nuestra existencia.
El
gran Amado Nervo en un poema dedicado a su difunta adorada dijo:
¡Feliz
quien a su lado tiene
el
alma de un muerto idolatrado,
y
en las angustias del camino siente,
sutil,
mansa, impalpable, la delicia
de
su santa caricia,
como
un soplo de paz sobre la frente¡
Y
nosotros madres, hermanos míos, tenemos una, dos, tres y muchas almas más que
hoy nos acarician y cuidan: allí están observándonos los ojos de nuestra
bisabuela, los pensativos ojos del abuelo paterno, los casi angustiantes ojos
de nuestro abuelo materno y ahora lo tenemos a él con su mirada esperanzada de
ángel de la guarda en que se ha convertido.
¿Acaso
podemos decir que ellos se han ido?
Dios
no es materia, no tiene cuerpo carnal. Él es Espíritu. Por lo tanto, las
gracias que Él nos concede no son de naturaleza material y sí de naturaleza
espiritual. Jesús dijo: “Dios es Espíritu y en espíritu y verdad es que lo
deben adorar los que lo adoran”.
“¿Acaso
no podemos comprender que sólo muere el cuerpo, lo palpable, la materia?”
La
muerte no existe para el alma. La vida, que es voluntad y energía, triunfó
siempre ante ella.
¿Porqué
doblegarnos entonces ante la muerte del cuerpo que albergó el alma de nuestro
padre?
¿Porqué
martirizarnos si sabemos la verdad?
¡Demostrémosle
que más que su desaparición física valen sus consejos, su alma y por supuesto
la sangre que dejan en nuestras vidas! Pero es en nuestro pensamiento, en
nuestra alma, donde verdaderamente existen y luego nosotros continuaremos
existiendo en el pensamiento, en el alma de nuestros hijos, de nuestros nietos,
de nuestros bisnietos y así hasta encontrarnos nuevamente en el reino de Dios
Todopoderoso!
“El
río toca las raíces de la planta que en él se refleja y sigue su curso
Y,
sin embargo, su agua quedará en él árbol y se hará color y perfume en sus
flores”.
Nuestro
padre fue como un río y nosotros como las plantas, como los árboles y el agua
como sus consejos, como la sangre que llevamos dentro.
¿Acaso
no viven nuestras madres, acaso no viven nuestros hermanos, nuestros hijos,
nuestros sobrinos, nuestros nietos y después vivirán nuestros bisnietos?
Preguntémonos
entonces: ¿por qué nos tenemos que preocupar? Y la respuesta es muy simple:
¡por nuestra familia, por nuestros hermanos, por nuestros hijos, por nuestros
sobrinos! ¡Por el mundo!
“El
pájaro besa suavemente la flor por un momento y luego se confunde con el cielo.
Y, sin embargo, ha dejado en los pétalos el corazón del fruto del mañana”.
Así,
nuestro padre, un atardecer, besó los capullos de su jardín que somos nosotros;
soñó con ellos durante la noche y, al despertar los vio con gozo, convertidos
en flores. Ahora, ¡hoy!, él quiere que hagamos las cosas buenas que hizo y que
no tengamos en cuenta las malas, porque fue humano; quiere que besemos los
capullos de nuestro jardín y que después soñemos junto a ellos, junto a las
flores que son nuestros hijos, ¡junto a las flores que son y serán nuestra
familia!
Sí,
para nuestro cuerpo, para la materia, el morir es el fin; pero, para nuestra
alma es el inicio del camino que conduce a la eternidad, a la Gloria desde
donde, hoy, nuestro padre nos ve con gozo convertidos en flores de su jardín.
¡Continuemos
su sueño, él es el ángel que nos observa! ¡Hagamos su voluntad!
Podemos
llorar y preocuparnos por un tiempo ¡somos humanos!; pero: ¿estar tristes? ¿Por
qué?
La
vida es más hermosa después de la muerte que Dios escribe y autoriza. El
infierno del que tanto hablan no existe. La gloria es como un hospital del alma
en el que todos vamos a entrar y después curar si es que nos hemos portado mal
en esta tierra. Dios no es malo, como lo dicen y se engañan tantos, para crear
el infierno.
“¿Quién
le daría una piedra a su hijo cuando le pide un pan, o una serpiente cuando le
pide un pez?”
Con mucha más razón Dios que es nuestro padre, infaliblemente nos abrigará en
su Gloria.
Nosotros
pensamos que nuestro padre no nos escucha pero en realidad escuchándonos esta.
Esa es la verdad.
Es
verdad madres, hermanos míos, nosotros somos él, ¡Nuestro padre vive en
nosotros! ¡Agradezcamos a Dios por habérnoslo dado!
Cuantas
personas sufren por no ver más a sus seres queridos. Hay miles en el mundo que
lloran sus ‘desgracias’ y habrán miles de millones de personas más que seguirán
llorando ante éstas ‘desgracias’.
Pero,
¿quién puede decirle a Dios que tal o cual ‘desgracia’ no suceda? ¡Nadie!.
Nadie puede indicarle a Dios que corrija lo que ya ha escrito. Sería como
decirle que está equivocado y eso es insultar a la ‘causa de las causas’ que es
nuestro Señor creador del cielo y de la tierra.
Dios
lo ha llamado, él sabrá por qué. Llegará el momento que a nosotros también nos
llame. La vida del cuerpo, de la materia es corta. ¡Aceptemos con respeto su
designio!
Jesús,
siendo Hijo de Dios, le dijo desde la cruz: “Hágase tu voluntad, en el cielo y
en la tierra”; pues aceptemos eso, de lo contrario estaríamos pecando y
haciendo sufrir a nuestros seres queridos, ¡a las almas de nuestros seres
queridos!
Esforcémonos
por hacer más buenos nuestros corazones; comprendámonos más; tratemos de hacer
nuestras vidas más felices como nuestro padre lo quiso, como nuestros abuelos
siempre lo quisieron.
Madre,
hermanos, sobrinos, dentro de nosotros y alrededor nuestro, está nuestro padre.
Si lo queremos, que no lo dudo, alegrémonos de tenerlo presente aunque no lo
podamos ver. Seamos fuertes para vencer cualquier obstáculo y seguir adelante,
triunfando para el bien de los que nos acompañan y de los que vienen tras
nosotros. Venzamos el dolor, venzamos a la muerte como lo venció Jesús muriendo
por nosotros y ahora nos mira a la diestra de Dios Padre, como también nos
miran nuestros seres queridos que partieron antes que nosotros.
¡Unámonos
y amémonos más, hermanos míos! ¡Amemos más a nuestro prójimo!
¡Eso
hará feliz a nuestro padre y a todos los que nos antecedieron!
Hasta
pronto
Su
hijo, hermano y tío.
Anónimo .
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