La voz de José María Arguedas
con plena vigencia en la actualidad en el despojo territorial y el daño al medio ambiente.
En la novela Todas las sangres*, Arguedas nos presenta la vida de dos hermanos terratenientes de familia blanca (Bruno y Fermín Aragón de Peralta) que reaccionan de manera diferente ante el avance de las empresas mineras apoyadas, como ahora, por el estado. Mientras Bruno es un hacendado de mentalidad feudal y de fanatismo religioso rayano en lo místico, Fermín se adapta “mejor” a la realidad y se asocia con una empresa minera transnacional que termina devorándolo y convirtiéndolo en socio minoritario, pese a que el yacimiento de plata se encuentra en terrenos de su propiedad. Bruno, por su apego a la tierra y su misticismo pasa junto con los indios comuneros a oponerse a la expropiación; lo hace por su identificación con los indios y también porque sus tierras y molinos iban a quedar sin agua, que pasaría a usufructo de la empresa minera.
Citamos algunos pasajes de la obra Todas las sangres. Primero, el sentimiento de desamparo de la gente obligada a salir de sus tierras, de su pueblo:
“¡Nuestro pueblo es nuestra madre eterna! Brañes está confundido precisamente por ese cariño a San Pedro. Si el gobierno lo quiere vender entero sin ser su dueño, el alma se trastorna de rabia. Yo cito a asamblea para el viernes en la noche.” (Cap. IX, p. 329)
En este pasaje es interesante la frase referida a lo que el gobierno planea hacer con el pueblo: “lo quiere vender entero sin ser su dueño”.
Presentamos el pensamiento modernista de Fermín Aragón de Peralta, que es idéntico a los planteamientos de los pícaros y delincuentes que hoy hablan de “globalización”:
“Yo no quiero para el Perú un destino como ése. Pretendo millones para los hombres de empresa, miles para los trabajadores. Fábricas, carreteras, mucho alimento, casas en lugar de cuevas y barracas de que está rodeada Lima, y buenas y seguras cárceles para los comunistas. Para los apristas, no. Ellos son anticomunistas. Su prédica contra los ricos es de táctica; en el fondo estarán con nosotros, y quizá vayan más lejos.” (Cap. X, p. 341.)
¡Por supuesto que los apristas han ido “más lejos”!: antes, a buenas o a malas, se ponían a disposición de la empresa tierras de una parte del Perú; ahora el 70% de nuestro territorio ha sido puesto en subasta por el Apra. Más sobre la colusión del Apra con las empresas transnacionales; habla Arturo y responde su cuñado Fermín Aragón de Peralta:
“—Los comunistas harán lo suyo.
—Que hagan. Después, como en México, les cortamos el aliento. He leído mucho y pensado hora tras hora en estos tres meses. ¿Sabes? Hasta conseguí que me diera charlas un socialista. Y creo que tiene razón. Al final contaremos con el Apra. ¡Verás! Sus jefes son de nuestra casta y sabrán dirigir a los obreros adonde nos conviene que sean llevados.” (Cap. X, p. 343.)
Y aquí vemos cómo los empresarios obtenían —y obtienen— tierras y agua:
“El señor ministro ha obtenido ya el decreto de expropiación de las tierras que eran indispensables para la instalación de centrales y el desarrollo de la explotación; era éste, entre los pequeños detalles iniciales, el que requería de nuestra intervención directa; otro, de menor cuantía, se obtuvo al mismo tiempo: la resolución suprema que nos otorga el derecho de usar las aguas del río Lahuaymarca conforme a los planes propuestos.” (Cap. X, p. 331.)
Cómo vencían —y vencen, con ayuda del gobierno— a los reacios a vender sus tierras o a aceptar la expropiación. Comentario de mandamases de la empresa minera, aludiendo al hacendado feudal, parcialmente altruista y fanático religioso:
“Bruno Aragón cometerá alguna imprudencia inevitable cuando empecemos a construir el acueducto para la planta eléctrica, porque sus molinos y maizales se quedarán sin agua. Puede que intente sublevarse con los indios de su hacienda. Entonces le caeremos encima.” (Cap. X, p. 334.)
He aquí la imposición de la “legalidad” del despojo:
“—Y… ¿qué van a hacer? —preguntó el subprefecto.
—Según como las autoridades procedan. El señor juez, que es abogado, sabe que el decreto es ilegal. No pueden expropiarse bienes en favor de particulares.
El subprefecto oía con mucha curiosidad el correcto castellano de ese hombre traposo y mal alimentado. ‘¡Sabe hablar el pordiosero y parece que es entendido!’, reflexionaba, sin dejar de mirarlo con creciente desprecio.
—Un decreto supremo no puede dejar de cumplirse. ¿Cómo se enteraron de que había sido expedido? —preguntó el juez.” (Cap. X, p. 365.)
La actividad minera contamina la tierra, el agua y el aire (esto se ve en La Oroya con el envenenamiento del aire por procesamiento de plomo). Arguedas dirige su atención a este deterioro, particularmente de la tierra removida y contaminada en el proceso de obtención del mineral:
“La mina ha botado como a vizcachas a los harapientos vecinos de San Pedro, y la mejor tierra que hay para maíz, la mejor que ha visto don Adalberto en más de cien pueblos, es ahora de la mina. La Esmeralda chorreará allí desperdicios de metal; harán fábrica.” (Cap. XII, p. 406.)
En la actualidad, hay normas que obligan a que las empresas mineras y de hidrocarburos respeten el medio ambiente y realicen una recuperación para que las tierras y aguas utilizadas sean debidamente tratadas. Pero por la acentuada corrupción del estado peruano, eso rara vez se cumple, lo cual motiva un justificado recelo de los pobladores hacia la explotación minera, de hidrocarburos y de cultivos destinados a biocombustibles (que en la selva se hacen previa tala de bosques).
La empresa minera deja a Fermín Aragón de Peralta, dueño del yacimiento, como accionista minoritario, y la reflexión del afectado sobre el despojo que sufre el país:
“—Es cierto —dijo—, don Fermín: el 20% es suyo, y ni un centavo más.
—Atado, acorralado por quienes deberían apoyarme, premiarme. ¿No es cierto? Llévese Cabrejos la mina. Ya veo que, ‘en cierto’, como diría Rendón Willka, las minas apenas se descubren dejan de pertenecer al país en que Dios las puso. Y no podemos saber bien a cuál país pertenecen.” (Cap. IX, p. 295.)
Sobre el destino del Perú como país despojado de sus riquezas y simple exportador de materias primas:
“—Debo ser franco contigo, Fermín. Proceder de otro modo sería ahora criminal. No creo; estoy seguro que los europeos y especialmente Estados Unidos se oponen a nuestra industrialización. Es mejor para ellos que sigamos siendo un corral mal sembrado donde se cosecha sólo alimentos para sus fábricas.” (Cap. X, p. 343.)
Sobre las empresas transnacionales, que no conocen ni reconocen el concepto de patria:
“—Es que las fronteras son convencionalismos, mi señor.
—Para cuando hay que apropiarse de minas, y son 'sagradas' cuando sus apátridas dueños desean defenderlas o apropiarse de las del país vecino. ¡Serán del Perú, algún día! Y quizá usted Cabrejos esté vivo aún entonces. ¿Qué haremos con usted? Siendo apátrida, lo tendremos que enviar a la luna, que para entonces estará cerca y quizá nos sirva de campo de concentración.” (Cap. IX, p. 295.)
* José María Arguedas: Todas las sangres en Obras completas, t. IV, Lima, 1983 [1964], Horizonte, pp. 9-489.
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