Un niño puede
preguntar: ¿Qué pasa con la historia del mundo?; y un hombre o una mujer
adultos pueden hacer las siguientes preguntas: ¿Cómo marcha el mundo? ¿Cuál
será su fin? ¿Qué, mientras estamos en él, qué pasa?
Creo que hay una sola
historia en el mundo, que ha conseguido espantarnos e inspirarnos de tal modo
que vivimos en una película de episodios a lo "Pearl Whiate", en la
que se suceden alternativamente la reflexión y el asombro.
Los humanos suelen ser
presos en sus vidas en sus pensamientos, en sus anhelos y ambiciones: en su
avaricia y crueldad, y también en su bondad y generosidad, en una red entretejida
de bien y mal. Yo creo que ésta es nuestra única historia y que tiene lugar en
todos los niveles del sentimiento y la inteligencia. La virtud y el vicio forman
una urdimbre y la trama de nuestra primera conciencia, y serán el material que
formará también la última. Y ello, a pesar de cambios que podemos empezar en
las tierras, ríos y montañas en la economía y costumbres: no hay otra historia.
Un hombre, después de barrer el polvo y las astillas de su vida, tiene que
enfrentarse tan sólo con estas duras y escuetas preguntas: ¿Fue mi vida mala o
buena?, ¿He hecho bien o mal?
Herodoto, en la guerra
pérsica, nos cuenta la historia de Creso, el más rico y poderoso rey de su
tiempo. Este hizo a SOLON, el ateniense, una pregunta capital, que no se la
habría hecho, si no se hubiese sentido preocupado ante la posible respuesta.
¿Quién es- le preguntó - la persona más afortunada del mundo? Debía estar atormentado
por la duda y ávido de adquirir una confirmación para ser tranquilizado.
Solón le habla de tres
personas afortunadas de la antigüedad, y Creso apenas le escuchó, tan ansioso
se sentía a causa de sí mismo - y cuando Solón no lo mencionó a él - Cresó se
vio obligado a decir: ¿No me consideras afortunado?
Solón no vaciló en
responder: ¡Cómo puedo decírtelo: todavía no estás muerto!
Esta respuesta debió
haber obsesionado a Creso terriblemente cuando se abatió sobre él la desgracia,
al robársele su riqueza y su reino Y cuando lo quemaban en la hoguera,
posiblemente se acordó de ella, y acaso el deseo de no haberla formulado o no
haber oído la respuesta.
En nuestra época,
cuando un hombre muere, y en el caso de que posea riquezas, influencia, poder y
todos los atributos que despiertan la envidia ajena: después que los vivos se
han apoderado de las propiedades del muerto, de su eminencia, de sus obras y
aciertos, la pregunta sigue en pie: ¿Fue su vida buena o mala'?, la cual es
manera distinta de formular la pregunta de Creso. La envidia ha desaparecido
ya, la única vara de medir es: ¿fue amado o fue odiado? ¿Ha parecido su muerte
una pérdida, o de ella se ha desprendido una especie de gozo?
Recuerdo muy claramente
las muertes de tres hombres, uno de ellos había sido el más rico del Perú,
después de haberse abierto con sus garras camino hasta la riqueza, pastando
almas y cuerpos. Pasó muchos años tratando de conseguir el amor que había
dejado pasar y gracias a ello hizo un gran servicio al Perú, y acaso consiguió
contrapesar el daño que había hecho al principio. Yo me hallaba en el colegio
cuando este hombre murió. La noticia fue publicada en tabla de avisos del
colegio y casi todos la recibieron con placer. Algunos incluso decían:
"Gracias a Dios que ese hijo de perra ha muerto"
El segundo era más
listo que el diablo y estaba desprovisto de sentimientos de dignidad humana.
Por el contrario, se hallaba muy familiarizado con todas las debilidades y
maldades del hombre, y empleaba sus especiales conocimientos para descarriar a
los hombres, para comprarlos, corromperlos, amenazarlos, seducirlos. Con todas
sus malas artes consiguió encumbrarse a una posición de gran poder.
Ocultaba sus
verdaderos motivos bajo el manto de la virtud. Me he preguntado a veces si
acaso sabía que no hay ninguna dádiva que pueda volver a comprar el afecto de
un hombre, una vez que se le ha despojado de su amor propio. Un hombre
sobornado sólo siente odio por quien lo ha comprado. A la muerte de este
hombre, la nación entera multiplicó con sus alabanzas: pero bajo ellas se
ocultaba la alegría que todos experimentaban con su muerte.
El tercero era un
hombre que cometió muchos errores en el curso de su vida. pero cuya verdadera
obra la dedico a ensalzar s. a dignificar a los hombres, a inculcarles valores
y hacerlos buenos, en una época en la que se sentían mineros explotados y.
aplastados por las fuerzas del mal, desencadenadas por el mundo, que tratan de
aprovecharse de su temor. Aquel hombre era odiado por unos pocos. Cuando murió,
las gentes rompían en llanto por las calles y decían plañideramente: ¿Qué haremos
ahora?, ¿Cómo podremos seguir viviendo sin él?
En medio de tantas
dudas, estoy seguro de que, por debajo de las capas superficiales y. exteriores
de fragilidad, los hombres siempre desean ser buenos y quieren ser amados.
Verdad es que, los
vicios no constituyen más que atajos para llegar al amor. Cuando un hombre
llega a las puertas de la muerte, no importan cuáles puedan haber sido sus
talentos, su influencia y su genio que si muere sin amor, su vida entera la
vencerá un fracaso, y su muerte será un frío horror. Me parece que si estamos
obligados a escoger entre dos líneas de pensamiento o de acción, sería bueno
que pensáramos en nuestra muerte y que, por lo tanto, deberíamos esforzarnos en
vivir de tal manera que nuestra muerte no le produjese ningún placer al mundo.
Sólo tenemos una historia. Todas las novelas, la poesía entera, están
edificadas sobre la lucha incansable que tiene lugar en nuestro interior entre
el bien y el mal. Y también pienso que éste debe engendrarse a sí mismo
constantemente, mientras que el bien y la virtud son inmortales: El vicio muestra
siempre un rostro fresco y juvenil, muy efímero, mientras que la virtud es más
duradera, fructífera y. venerable que cualquier otro valor en el mundo.
De la revista El Labrador, mayo 1993.
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