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sábado, 9 de febrero de 2013

Cuento: EL CAPADOR

Por Gutemberg Aliaga Zegarra.
Los pocos personajes octogenarios de mi pueblo aseveran que: "Los capadores son personajes que inspiran confianza y respeto.

La capa es la castración de animales machos que por falta de estampa no merecen el privilegio de ser reproductores.

Su fama y prestigio se sintetiza en la frase palangana muy suya de ellos: mi mano no es enconosa, celebridad que se expande por toda la comarca que habitan.

La técnica quirúrgica y la terapia post operatoria son infalibles, a pesar de la simplicidad del instrumental que se usan: una cuchilla marca “toro” (si es corte directo a los testículos), o un mazo de madera, si la capa es a machote (chancando los testículos). Los antisépticos poderosos e insustituibles son Kerosene, sal, ceniza, creso y un poco de manteca de chancho, luego una meada en el anca del cerdo y punto."

En virtud de la capa, el toro bufador y veloz en el acto sexual se convierte en buey, el potro pícaro y chúcaro en dócil caballo, el verraco cimarrón y demorón en el coito en chancho de engorde, el jactancioso y arropado carnero en capón. También se capa al perro por mañoso y badulaque, al gato, de allí el dicho: una sola vez le sacan las bolas al gato; y en pleno siglo XXI a los hombres, como prevención para menguar del cáncer.

La capa hecha por "curiosos", tiene lugar en determinadas circunstancias lunares; exclusivamente durante la luna nueva.

Al crearse el Instituto Agropecuario de Celendín, las asignaturas curriculares estaban a cargo de destacados profesionales, entre ellos un distinguido y respetado médico veterinario de Chota; que a los pocos meses se hizo compadre del profesor Celendino de nombre Jorge.

Jorge, cuando niño, se divertía viendo como un personaje garboso de toscas manos mugrosas, capaba en media hora a un docena de berracos mancebos; que su padre criaba y negociaba en su amplio corral.

Jorge queriendo sustituir al capador llanguatino por su compadre veterinario, buscó el momento precisó para convencer a su severo progenitor.

- Papa, quisiera que de una vez por todas, terminemos con la tradicional costumbre de la capa de un empírico por la castración profesional de mi compadre. Los animales igual que los humanos necesitan de una buena atención médica. Término Jorge su sustento, convenciendo a su padre.

- Bueno hijo, no quiero defraudar a tus buenas y humanas intenciones; eso sí, te advierto, yo vengo criando cerdos muchos años y tu sabes que con este negocio te eduqué al igual que a tus hermanos. Además, en las manos de mi compadre, ningún verraco se me murió.

- No papá, de eso yo te garantizo. Un día inolvidable para Jorge.

Su colega y compadre ingresó al amplio corral de cerdos de impecable mandil blanco, cogido de un maletín de cuero negro repleto de pinzas, bisturís, tijeras, jeringas ampollas, algodones, gases, alcohol y otras chucherías más.

El padre de Jorge solo atinó a balbucear una corta atingencia.

-Perdón doctor, dijo avergonzado ¿no necesitara un poco de kerosene o algo por el estilo?

-No, no, no, ni pensarlo mi caro amigo, dijo sonriente el veterinario, Hoy en día ya no se usa esas cosas anticuadas y antihigiénicas, producen infecciones incurables. Ni vaya usted a estar pensando en el cuento de la influencia lunar. Eso es una tontería. Cosa de antiguos e ignorantes.

De esta suerte, el troludo verraco, se vio atado de las patitas de espalda al suelo, exhibiendo sus redondas trolitas, las que fueron lavadas con jabón y agua caliente.

Un solo hincón de anestesia y a dormir se ha dicho.

Pinzas, tijeras, bisturís gasas y agujas se desplazan ágilmente entre las manos del hábil médico, causando asombro en los curiosos vecinos.

Ni un gruñido, ni pataleo alguno. Pasado el efecto de la anestesia, se vio en cuatro patas, con los ijares calientes sin imaginar que lo de macho ya no lo tenía.

Limpiándose el sudor, el médico y compadre dijo:

- Compadrito, porsiacaso le voy a colocar una ampolla para la infección. Si el cochecito mañana amanece tristecito, me pasa la voz.

- Así de amable se despidió el galeno después de una hora de ardua castración.

Al día siguiente, el cordial médico, al atisbar a su compadre corrió a su encuentro y preguntó.

Buenos días compadrito, ¿el cochecito amaneció triste?

- No compadrito, el que amaneció triste es el dueño. El cochecito murió. Dijo malhumorado Jorge

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De la revista Eco Sucrense, 2008


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