Por Tito Zegarra Marín.
Creo
que por primera vez un candidato a la presidencia de la República se moviliza por
todo el país llevando sobre su cabeza un vistoso sombrero de paja tejido en su
propia tierra (Chota); nada tendría de especial, si no fuera porque se trata de
un candidato que amenaza ingresar a Palacio de Gobierno.
Me refiero a Pedro Castillo Terrones, campesino, rondero y maestro, cuyo
inseparable sombrero pasó casi desapercibido en la primera fase de la campaña
electoral, quizá porque quien lo usaba era un modesto agricultor y docente que
no tenía ninguna posibilidad de competir. Pero al pasar a la segunda vuelta y
ocupar la primera preferencia de los electores, esa prenda comenzó a meterse en
la retina de los pobladores.
En efecto, el sombrero blanco del candidato Castillo fue visto en todos
los actos políticos públicos y privados, con tv o sin ella. En los sectores populares
llamó la atención y despertó simpatías. Y en las élites limeñas y en quienes
piensan como ellas, es probable que generó disgusto y hasta irreverencia; uno
de sus conspicuos miembros, en contienda electoral pasada, calificó a un
candidato como “auquénido” de Harvard, hoy diría de los Andes, en esa lógica.
En
los largos días de campaña el sombrero continuó exponiéndose en la cabeza del
candidato Castillo; desde allí, parecía decirnos que el campo, con sus miserias
y potencialidades, también es el Perú y que sus hijos, de poncho y ojotas, también
pueden manejar las riendas del poder estatal. Castillo ha mostrado satisfacción
y orgullo de ello, sin dejar de pensar en su importancia para Chota y demás
provincias de la sierra, tanto en actividades materiales, como protector frente
a embates climáticos y como compañero de incansables caminatas.
Llevar puesto un sombrero nunca ha sido un
acto banal, sino una práctica social de significación sociohistórica, por eso
Pedro Castillo incursionó en la lid electoral con su sombrero en alto, dispuesto
a usarlo en todo momento y lugar, y seguro de que las ciudades “modernizadas” no
podrán opacarlo, menos ignorarlo. Cuando jure como Presidente (eso esperamos) el
sombrero seguirá presente.
Son características de este tradicional sombrero: su color blanco y
diseño típico de su confección: copa algo alta, falda ancha y ligeramente doblada
a los costados, y su consistencia y durabilidad. En Celendín, mi provincia, desde hace más de
un siglo se teje sombreros de paja bombonaje, similares a los de Chota aunque
menos resistentes pero de mayor suavidad. Ambos, sin embargo, son fruto de un
quehacer artesanal y artístico (poco rentable lamentablemente) y forman parte
de su vida familiar y de la cultura e historia de sus pueblos.
Por lo dicho, complace sobremanera que un candidato a la presidencia mantenga
vigente al sombrero durante toda su campaña. Noble actitud, que enaltece a esa
prenda, a quienes lo trenzan, a los lugares donde se producen y al propio Pedro
Castillo. Ojalá, a partir del 28 de julio brille en Palacio de Gobierno.
*Publicado en el Nuevo Diario de Cajamarca
el 26/05/2021
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