Tito Zegarra Marín
La madre
tierra, en particular la que se concentra en los Andes peruanos, sabiamente
está conformada por ríos y lagos, valles y montañas, pampas y altiplanos,
cerros y nevados. Pero, también, por enormes cavidades incrustadas a su
interior que toman el nombre de cavernas naturales.
Esas
creaciones telúricas son poco conocidas y permanecen entre ocultas y algo
visibles, como una suerte de misteriosas “bóvedas” terráqueas mayormente
extensas, espaciadas y de recorrido, por lo general, horizontal.
En el
espacio geográfico que nos encontramos, a ambos lados del río Marañón, existen
dos impresionantes cavernas naturales, no únicas, pero sí las más
excepcionales, asombrosas y propensas a motivar la atracción de estudiosos y
turistas.
Son las
cavernas Múyoc (Muyuc) en Celendín (Cajamarca) y de Quiocta en Luya (Amazonas),
ubicadas en el caserío Múyoc Alto, distrito Miguel Iglesias, provincia
Celendín, y en Lámud (capital de la provincia Luya), respectivamente. Ambas
cercanas a las ciudades capitales, tres horas desde Celendín a Múyoc y dos de
Chachapoyas a Lámud, más media hora hasta la caverna.
Las dos
son cavernas de estructura rocosa, sólida y compacta, con espacios entre
grandes y pequeños, en los que impactan sus formaciones mineralizadas conocidas
como estalactitas y estalagmitas. Las primeras nacen en el techo y se
desarrollan en forma descendente y las segundas en el suelo y crecen
ascendiendo. Los minerales desprendidos de las gotas de agua en millones de
años han facilitado esas formaciones, figurativas y brillantes.
Múyoc es
una caverna de cerca de 200 metros de extensión, de entrada angosta que se
amplía al avanzar por unos 40 metros, luego se estrecha en algunos sectores y
se torna oscura. Al caminarla, llaman la atención sus estalactitas y
estalagmitas, deslumbrantes y atractivas sobre todo las que se forman en la
parte alta.
Al estar
dentro de ella, afloran emociones, miedos y algo de claustrofobia, será por eso
que algunos se resisten a entrar, caso del recordado profesor Nelo Quiroz, que
al visitarla con sus alumnos desistió ingresar e impidió hacerlo a las
“señoritas alumnas”. Al margen de ello, esta caverna tiene gran valor potencial
y futuro, eso sí, hay que acondicionarla, mejorarla y promocionarla.
Quiocta es
otra gran caverna de cerca de 600 metros de profundidad. Mayormente amplia, de
tránsito accesible, pero no por ello desconcertante y provocadora de pavor y
asombro, que solo se mitiga al ver sus relucientes estalactitas y estalagmitas cual
bellas efigies que adornan a sus espléndidos “salones” de 8 y 10 metros de
ancho y altura; también, señales de pintura rupestre y algunos murciélagos
aleteando de rato en rato.
Por ello
y algo más, Quiocta, acertadamente está siendo puesta en valor. Ya cuenta con
una especie de pasarela para recorrerla, próxima a ser iluminada
eléctricamente, y se ha implementado el área externa para recibir a cientos de
estudiosos y turistas.
A dichas
cavernas las hemos visitado más de una vez. Y en verdad, hay ratos de miedos y
tensiones, pero también de encanto y admiración, por lo que vale ir por ellas.
Al recordarlas, rindo mi homenaje a los amigos que coparticiparon y ya no
están: Jorge Silva Ramos, Alberto Rodríguez Díaz, Arturo Peláez Pérez y Erasmo
Pereira Silva.
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