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domingo, 15 de noviembre de 2009

Semblanza del Ilustre Curita Samuel Octavio Haya, Párroco Del Huauco

Por: Felipe Neri Zegarra Silva.


El ex estudiante de ingeniería y graduado en Teología. Dr. Samuel Octavio Haya, venido de tierras trujillanas, las que mecieron su cuna, hizo su entrada, un tanto de incognito, al entonces pueblecito del Huauco, un domingo de Pascua, abril del año del Señor 1903. Naturalmente que el pueblo Huauqueño se llenó de sorpresa, sorpresa grata por supuesto. Pues, nadie sospechaba su llegada.

Rezó, rezó y rezó, se calcula por espacio de dos horas, de rodillas en la pequeña iglesia existente.

La noticia trajo pronto a todos los visitantes de la comarca, estas gentes aguerridas, pero también sencillas, con la sencillez de “Hijos del Divino Cordero”, descubrieron luego en el “Curita Haya” al verdadero “Pastor de ALMAS”. Pues, no fue necesario muchas agudezas para darse cuenta perfecta de la bondad tan grande, del apego indesmayables al trabajo, que daba la impresión de poseer una gran potencia de acción, y de una intención singular por el bienestar del prójimo, que animaban la personalidad, la vida de este auténtico sacerdote, de este verdadero misionero del “Hijo del Carpintero”, que vestía la sotana y la vestía con honor, como poquísimas veces se ve vestir en el mundo.

¡Qué grande era este Sacerdote!... tenía como norma de su vida la practica constante de la caridad – “Lo que tu mano derecha da no lo sepa tu izquierda” -, aparte de otras grandes virtudes. Pues, socorría a todos los pobres de la Parroquia con la suma de S/. 2.00 cada sábado. Visitaba enfermos. A muchos de ellos los tenía en su “convento” mientras duraba su restablecimiento. Buscaba pobres por doquier para socorrerlos. Era enemigo de atesorar. Los soles que le pagaban por los ritos religiosos los empleaba en la construcción del templo de la localidad o en la práctica del bien ajeno, en múltiples formas. Es decir, era un apasionado de la humanidad y de todo lo humano en lo que de bueno justo tiene.

Gustaba de cumplir con su sagrada misión haciendo continuas visitas pastorales.

Practicaba deporte y demás con la niñez y la juventud. Se empeñaba en ganar con su palabra y con su ejemplo a esa juventud para los nobles quehaceres, antes de permitir que ella cayese en las garras de la ociosidad y del vicio. Enseñaba una serie de jueguitos para distracción de las “almas matinales”: Es clásico el sacarse con la mano de un lavatorio con agua y con cierta cantidad de electricidad una medalla. Variados números de gimnasia y deporte nunca vistos por estas épocas, etc.

Instaló el primer teléfono, a hilos, de la provincia. Construyó, con ayuda de huauqueños, un remedo de avión, el que antes del vuelo de nuestro compatriota Jorge Chávez logró suspenderse hasta una altura de 20 a 25 metros, suscitando la curiosidad de propios y extraños – el que después fuera gran filántropo Celendino, el acaudalado Augusto G. Gil Velásquez, desesperó por conocer el invento, y se trasladó inmediatamente al Huauco con numerosa comitiva –También tuvo inquietud por lo desconocido, por todo aquello cargado de leyenda y misterio. Llegó por esto a explorar, acompañado del pueblo, el rincón de la Quintilla, lugar de encantamientos y de brujas por aquella época. Quiso explotar la Montaña, vía Cajamarquilla. Para ello, sabía de un camino de escalera dejado por los Incas, pero el guía lo extravío, y gracias a la brújula que portaba regresó a su Huauco querido. Evangelizó a todo el pueblo y pueblos aledaños. Formó la “Hermandad del Corazón de Jesús”. Tanto fue la fe en Cristo y su doctrina y el cariño que el pueblo llegó a tener al “Curita Haya”, que más de un hombre maduro para llegar al Altar Mayor del Templo lo hacía yendo de rodillas desde la puerta.

Pero su obra más grande, desde el punto de vista material, su obra que despierta vivo interés en las nuevas generaciones y en los extraños que visitan Sucre – por su recia y monolítica construcción, su aspecto imponente y su belleza singular – por saber quien fue el gestor de este monumento religioso, es el TEMPLO DEL HUAUCO, con sus campanas de una sonoridad única, que salta a la vista, no sin recrearla, desde los cuatro puntos del horizonte desde donde se la mire, produciendo, al mismo tiempo, en el altar del espectador una reverencia mística. ¡Qué grandes varones han producido aquellos tiempos…!



No comenzó bien el mes de junio de mismo año de su arribo al Huauco, cuando ya el “CURITA SAMUEL OCTAVIO HAYA” se había volcado a la construcción del más grande templo católico de la Provincia de Celendín.

Un año duró la construcción de los cimientos.

Había que verlo – dicen los respetables viejecitos – al Curita moverse de un lado para otro, de la ciudad al cerro y de éste a la ciudad, como si quisiera ganarle al tiempo, “avaro del tiempo” como dice alguien, cargando en su sotana raída hasta pesadas piedras. Había que verlo, dicen… con su voz evangélica animando a las gentes durante las duras faenas. Había que verlo, dicen… convencer con su palabra sugestiva y su acción ejemplarizadora al más reacio ciudadano a la causa del evangelio y del Templo de sus sueños.

La construcción de este templo, así como el Cristianismo, era su pasión, su fe, su esperanza. Por ellos y para ellos vivía. Tenía que hacerse entonces el templo, a la corta o a la larga. No importaba que barreras se le presente. Lo único que sabía era que el Templo tenía que hacerse.

Así hay verdaderos enamorados de una obra, de una acción tal o cual. Y no paran mientes hasta alcanzar el éxito. Estos son los hombres dotados de una fuerza extraña, superior, que ven al fin su voluntad de creer y de deseo realizada. Por ellos vive, tal vez, la humanidad con menos dolores.

Vino en seguida la construcción del resto del Templo.

Los diseños, planos y pormenores, en su totalidad, fueron hechos por el ya famoso personaje del relato.

Sólo la preparación de la piedras para la arquería principal la hizo el extranjero Juan Rosetti; y las piedras del “coro”, hoy desaparecido por haberse venido abajo en aquellos mismos tiempos, las hizo la compañía Clennes.

El Pastor Haya tenía como principales ayudantes, como albañil principal al polifacético hombre de ciencia don Francisco Sánchez Marín, y sus ayudantes Pedro Zegarra, Rafael Aliaga, Julián Zelada, “El Gato” – decían así por su semejanza a este felino en subir y bajar las escaleras y andar en las paredes -, Manuel Zelada, Cruz Malaver y el hermano del primero de esta relación don Miguel Sánchez Marín.

Después de grandes y pesadas faenas, para las que tuvo alguna vez que recurrir a la primera autoridad política de la provincia en pos de ayuda – pues, el Alcalde de entonces se negaba ya a prestarle su apoyo – vio por fin realizador sus caros sueños, con la terminación del templo en enero de 1907.

Después tenía que “vestir la Iglesia”, para lo cual compró los cuadros de la Vía-Crucis, el “Niño Dios”, un Cristo de Plata, tres ornamentos, una Alba, una Piedra de Ara, un “Melodio”, un Rosario de oro para la Virgen del Rosario, candeleros de plata en número de cuatro, mandó construir el retablo de la Iglesia al señor Demetrio Rocha en la ciudad de Celendín. Consiguió la devolución de una parte del “Campo Santo”, donde sembró árboles ornamentales. Mandó hacer el retablo de la Iglesia del distrito de Lucmapampa.

Algún buen recuerdo dejó en el entonces caserío de Utco.

Llegando un momento decidió viajar a la ciudad de Moyobamba. De Allí vino, casi precipitadamente, después de haber derramado lágrimas por el lugar amado.

Entonces fue recibido cual un Padre Camilo. Las Calles vestían de flores. Tantas fueron las flores arrojadas, que parecían una sola alfombra multicolor, y con un espesor de 50 centímetros, más o menos, por donde se andaba sin poder encontrar con facilidad las piedras de la calle. Jamás hijo querido alguno del Huauco ha sido recibido con tanto fervor, que rebasaba lo apoteósico, ni el caudillo Clodomiro Chávez Mariñas ha disfrutado de tanto cariño y admiración sinceros. En aquella vez sobresalió la competencia de arcos triunfales. Es decir, fue recibido “Bajo Palio”.

El discurso que pronunció fue una verdadera pieza oratoria, por la sinceridad y la emoción que lo animaba. Dijo aquella vez, con lágrimas en los ojos, en el momento de su perorata: “PUEBLO QUERIDO DEL HUAUCO, MIL VECES QUERIDO POR MI. HE VUELTO PARA MORIR Y VIVIR ETERNAMENTE EN TU SENO. QUIERO QUE MI CARNE Y MIS HUESOS, AL DEJAR ESTE MUNDO, SE CONVIERTAN EN TIERRA DE ESTA TIERRA”.

Así hubiese sido. Pues al morir debía enterrarse en un lugar preferente del templo que hilada tras hilada, con un adobe en las espaldas, cual Cristo cargando su pesada Cruz, construyó para orgullo de los pobladores de esta región. Pero la maldad humana rondaba sus puertas, que era de todos. Y un día sufrió un hurto por tercera vez, perdiendo su poca ropa y su máquina de escribir. Esto motivó un resentimiento profundo en el apóstol, que juntamente con el arrebato de la Alcaldía que le hicieron algunos desdichados, algunos malnacidos, la cual había ganado en una justa de las más limpias, porque la voluntad mayoritaria del pueblo así lo quiso. Por eso la maldición que de sus santos labios se cree salió, no fue seguramente para esa tierra querida por él, ni para su gente sencilla, sino para los malvados que, como en todo pueblo, nunca faltan.

Corrían los años del Señor de 1911, cuando se produjo la partida sin regreso de HOMBRE que debía tener como sepultura ese Templo de sus desvelos, en donde sus sonoras campanas dejarían oír de cuando en cuando para su alma bendita un Res Quient In Pace. Más bien, lo harán las de la capilla del Hospital Dos de Mayo de Lima.

Ahora en Sucre se ve una calle que lleva su Nombre con fecha de 1927, una biblioteca Popular de “Centro Progresista Sucre”, que desde el 27 de noviembre de 1946 también está honrada con su nombre inmaculado.

Pero, sobre todo, SAMUEL OCTAVIO HAYA vivirá siempre en el corazón de las juventudes de este pueblo, en el corazón de los buenos sucrenses.

Nota: Se agradece a la señora Isolina Rojas Vda. De Aliaga y señores: Miguel Sánchez Marín, Samuel Silva Sánchez, Leoncio Aliaga e Isaías Aliaga por haber proporcionado estos importantes datos.

Fuente: Revista El Labrador, mayo 1997, Pág. 47.

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