
Dicen los entendidos que Él nació allí, junto a los animales, para que no haya nadie que se sienta inferior ante su grandeza, para que nadie se disminuya ante su presencia y podamos comprender que cada prójimo, por muy pequeño o distinto que sea, existe albergado un poco de esa paja que cobijó al Dios que dejó su corona y prefirió ser hermano de mujeres y hombres de barro. Entenderlo puede ser mágico pero posible.
Este gran poeta que fue Jesucristo jamás pudo imaginarse que su filosofía de amor iba a convertirse en una formidable campaña de mercadotecnia, que su filosofía de menosprecio de las riquezas sería utilizada como un elemento invencible de inducción a la compra. Pero es así: en lugar de celebrarse el nacimiento suyo, los grandes almacenes y tiendas celebran en primer lugar los mejores negocios. En vez de recordar al que no tuvo ni siquiera una piedra donde recostar su cabeza, todos los medios de comunicación y comercio realizan la venta del millón.
Pese a renegar de la condición mercantilista a la que se ha llevado a «Juan Pueblo habitante de la tierra, mas bien su prisionero», quiero expresar la convicción de que se recuperará el terreno perdido en el campo espiritual y de esta manera tendremos todos una feliz navidad.
Es buena la ocasión para reproducir uno de los romances más bellos escritos de la lengua española, y que constituye un canto a la ingenuidad y a la infancia:
Y yo me iré muy lejos
mas allá de esas sierras
pasando por las montañas
los ríos y laderas,
para pedirle a Cristo
Jesús que me devuelva
mi alma antigua de niño
colmada de leyendas
con el gorro de plumas
y el sable de madera.
Zárate 23 de diciembre de 2,005
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