Por: Jorge
Horna
Siempre utilizábamos
el sustantivo gentilicio sucreño para
indicar el lugar de procedencia de quienes han nacido en Sucre (Huauco). Hoy
ese vocablo es sustituido cada vez con más frecuencia por sucrenses; razones morfológicas seguramente así lo determinan.
También, “La Sucreñita”
fue el nombre de la refrescante y sabrosa agua gaseosa fabricada en Sucre. Sucreñita, hermosa eufonía que refleja
la limpidez del agua de los manantiales del río La Quintilla que eran la
materia prima.
Los centro educativos
(escuelas primaria y colegios secundarios) de Celendín ciudad eran los espacios
naturales donde confluían algunos alumnos de los otros distritos de la
provincia. Y en aquellos añorados tiempos se iban cultivando amistades.
En la década del 60
tuve la ocasión de conocer a algunos compañeros de Sucre que estudiaban en el
colegio “Javier Prado”. Eleodoro Aliaga era un aplicado y destacado estudiante.
Pero fue con Ramiro Rodríguez Rojas con quien entablamos una cercana amistad;
con él conversábamos temas diversos, desde los científicos hasta los
filosóficos que inquietaban nuestro anhelo de saber. Ramiro ocupó siempre los
primeros puestos en su rendimiento escolar.
Gutemberg Aliaga
también estudió algunos años en el colegio, vivía a 50 metros de mi domicilio,
no tuve la oportunidad de cultivar sostenida amistad, siempre nos saludábamos
pasajeramente.
En el Instituto
Pedagógico de Celendín, donde cimenté mi instrucción superior, tuve como
condiscípulos a Milton Odilón Sánchez; en el crepúsculo de las tardes, después
de la jornada de estudios solíamos encontrarnos en el taller de zapatería de
don Pablo Correa. Nuestra conversación era animada con anécdotas y ocurrencias
populares. Nos habíamos enterado que Milton era músico, pero nunca aceptó
demostrarnos su innata habilidad. Su padre, don “Pepe”, era un respetable y
bonachón hombre de trabajo: fotógrafo, conocedor además de algunas técnicas
médicas.
Con Uriel Aliaga Marín
estudiamos los cuatro años en las aulas para conseguir nuestro título de
profesores de educación primaria. El zarco Uriel, aunque un poco retraído, me
brindó su amistad, pues qué le quedaba, hacíamos juntos el largo recorrido de
ida y vuelta al Instituto ubicado en Chacapampa. Recuerdo que una noche sin luz
eléctrica, en una de las esquinas de la calle Junín cantamos a dos voces
“Rayito de luna”. Uriel era un gran silbador, ese arte rupestre que horada los
resquicios del alma colmando las horas de dicha o de nostalgia.
Desde aquel tiempo han
transcurrido 40 años. He tomado noticias de que Ramiro Rodríguez es ingeniero
que se formó en la UNI;
Milton Odilón llegó a jubilarse como profesor de Lengua y Literatura, al igual
que Gutemberg. Uriel Aliaga trabaja aún en el colegio “San José” de su tierra,
es experto intérprete de flauta.
En el año 2007 en Lima
conocí por intermedio de Jorge Chávez, “El Charro”, a José Luis Aliaga
Pereira, director fundador de Fuscán, cuyo primer número apareció en
junio de 2007, y ya van 13. José Luis persiste en el cultivo de la palabra
escrita y ha decidido estar siempre atento a los problemas sociales de la
patria. Un buen amigo sucreño, huauqueño.
Lima, 17 de noviembre de 2009
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