Escribe: César Aliaga Díaz
Artesano celendino identificado con el pueblo de Sucre |
Ciro Alegría, por ejemplo, en su magnífica Serpiente de Oro nos muestra una imagen
típica, aunque ya antigua para estos tiempos. Allí podemos toparnos con un
grupo de «shilicos» cargando sus abultados fardos de sombreros intentando
cruzar el río Marañón, en camino a alguna feria local en la «otra banda».
Manuel Scorza, por su parte, nos recrea en su extraordinaria novela Garabombo el
Invisible, otra imagen típica aunque todavía muy presente entre nosotros, la de
la bella maestra «celendina», referencia obligada en las conversaciones de
solteros y casados del pueblo de Yanahuanca.
José María Arguedas en Todas las Sangres nos trae una imagen menos
típica del celendino, entendiéndose como tales la del «comerciante trotamundos»
y la de la «mujer hermosa». En efecto, Arguedas trabaja un celendino singular.
Le atribuye fama de bandolero y le hace oficiar de administrador de la hacienda
de un «cholo» ascendido a rico, amparado en la impunidad de su fusil apuntado
contra las comunidades de indios.
Las características
que Arguedas asigna al celendino lo vuelven relevante dentro del complejo mundo
de castas y clases sociales que empieza a «caotizarse», con ocasión de la
expansión del capitalismo en la economía feudalizante de la sierra peruana a
comienzos de los sesenta.
Parece entonces que,
en ese contexto, la elección del personaje celendino no es casual, sino todo lo
contrario. Así lo demuestran la serie de notas marginales, que aparecen en sus
Obras Completas, escritas según indican sus editores, «con la intención de ser
desarrolladas en conferencias».
En esas notas
marginales se comprende el propósito de Arguedas: mostrar los valores sociales,
culturales y morales que encarnan cada una de las castas y clases sociales (los
indios, comuneros y colonos, los mestizos, los cholos, los señores venidos a
menos y los nuevos ricos, comerciantes y mineros) interrelacionadas en la
realidad social de la época.
En ese mundo complejo,
el celendino destaca por contraste. «Allá todos somos como mestizos» le hace
decir Arguedas, revelando su posición de «castellanista» o hispanohablante y
también su posición de hombre libre y con conciencia de ello. Por eso lo
muestra como amante de la verdad y de la justicia («hombre de palabra») y como
tal capaz de comprometer a su propio patrón, quien esperaba que su empleado le
cubra sus delitos y vergüenzas, creyéndole un siervo más. Circunstancia que
determina la ruptura entre el celendino y su patrón.
Un reciente libro de
cuentos, En Corral Ajeno, de Roberto
Reyes, nos vuelve a traer dos «shilicas» como personajes del cuento que da
nombre al citado libro. Una de ellas es una bella maestrita rural y la otra una
vieja «adivina», quien termina siendo muerta por un subprefecto abusivo y
costeño, que no entiende ni el quechua de su víctima ni las razones por las que
se negaba a atender a los forasteros. En el cuento, el matador termina siendo
muerto por la maestra, que con mano fría efectúa un acto de venganza
justiciera. Un sólo detalle nos cuadra con las celendinas verdaderas, ambas son
quechuahablantes.
Llama la atención,
finalmente, la existencia de un detalle común de las novelas revisadas. Todos
los «celendinos» son vistos en lugares alejados de su tierra natal. Lo cual
destaca su vocación andariega y ratifica el juicio popular que no hay lugar del
mundo donde no haya algún shilico.
Créditos: El Labrador 1997.
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