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viernes, 7 de enero de 2011

Artículos: EL SHILICO EN LA LITERATURA PERUANA



Escribe: César Aliaga Díaz
Artesano celendino identificado con el pueblo de Sucre
La discusión sobre la identidad de los celendinos puede ser enriquecida si se acude a la literatura nacional que ha sabido recoger en sus páginas uno que otro personaje «típico» de Celendín.

Ciro Alegría, por ejemplo, en su magnífica Serpiente de Oro nos muestra una imagen típica, aunque ya antigua para estos tiempos. Allí podemos toparnos con un grupo de «shilicos» cargando sus abultados fardos de sombreros intentando cruzar el río Marañón, en camino a alguna feria local en la «otra banda».

Manuel Scorza, por su parte, nos recrea en su extraordinaria novela Garabombo el Invisible, otra imagen típica aunque todavía muy presente entre nosotros, la de la bella maestra «celendina», referencia obligada en las conversaciones de solteros y casados del pueblo de Yanahuanca.

José María Arguedas en Todas las Sangres nos trae una imagen menos típica del celendino, entendiéndose como tales la del «comerciante trotamundos» y la de la «mujer hermosa». En efecto, Arguedas trabaja un celendino singular. Le atribuye fama de bandolero y le hace oficiar de administrador de la hacienda de un «cholo» ascendido a rico, amparado en la impunidad de su fusil apuntado con­tra las comunidades de indios.

Las características que Arguedas asigna al celendino lo vuelven relevante dentro del complejo mundo de castas y clases sociales que empieza a «caotizarse», con ocasión de la expansión del capitalismo en la economía feudalizante de la sierra peruana a comienzos de los sesenta.

Parece entonces que, en ese contexto, la elección del personaje celendino no es casual, sino todo lo contrario. Así lo demuestran la serie de notas marginales, que aparecen en sus Obras Completas, escritas según indican sus editores, «con la intención de ser desarrolladas en conferencias».

En esas notas marginales se comprende el propósito de Arguedas: mostrar los valores sociales, culturales y morales que encarnan cada una de las castas y clases sociales (los indios, comuneros y colonos, los mestizos, los cholos, los señores venidos a menos y los nuevos ricos, comerciantes y mineros) interrelacionadas en la realidad social de la época.

En ese mundo complejo, el celendino destaca por contraste. «Allá todos somos como mestizos» le hace decir Arguedas, revelando su posición de «castellanista» o hispanohablante y también su posición de hombre libre y con conciencia de ello. Por eso lo muestra como amante de la verdad y de la justicia («hombre de palabra») y como tal capaz de comprometer a su propio patrón, quien esperaba que su empleado le cubra sus delitos y vergüenzas, creyéndole un siervo más. Circunstancia que determina la ruptu­ra entre el celendino y su patrón.

Un reciente libro de cuentos, En Corral Ajeno, de Roberto Reyes, nos vuelve a traer dos «shilicas» como personajes del cuento que da nombre al citado libro. Una de ellas es una bella maestrita rural y la otra una vieja «adivina», quien termina siendo muerta por un subprefecto abusivo y costeño, que no entiende ni el quechua de su víctima ni las razones por las que se negaba a atender a los forasteros. En el cuento, el matador termina siendo muerto por la maestra, que con mano fría efectúa un acto de venganza justiciera. Un sólo detalle nos cuadra con las celendinas verdaderas, ambas son quechuahablantes.

Llama la atención, finalmente, la existencia de un detalle común de las novelas revisadas. Todos los «celendinos» son vistos en lugares alejados de su tierra natal. Lo cual destaca su vocación andariega y ratifica el juicio popular que no hay lugar del mundo donde no haya algún shilico.

Créditos: El Labrador 1997.

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