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martes, 11 de enero de 2011

Huellas: AÑORANZAS DEL TERRUÑO


Escribe: Mazarino Bazán Zegarra

Cuando me abruma el cansancio del trabajo, como reposo, la imaginación me sumerge en el océano de mis vivencias juveniles, de donde logro extraer aquellas que más me impresionaron y que tuvieron como escenario, en su mayor parte, el prado hermoso de sauce y ensueño de Sucre. Las narro conforme afloran:

El Poyo de las Voladeras
El Poyo de la Cometa.
Salgo al encuentro de los hermanos Álvarez Zegarra, en tardes de agosto doradas por el sol y acariciadas por Neptuno, y juntos trepamos el "Poyo de la Voladera" para lanzar al aire, alborozados, la cometa multicolor que toca el cielo azul cual plegaria que une nuestras almas para alcanzar la bendición de San Isidro Labrador.

La Serenata.
O sigo los pasos de mi hermano mayor que se reúne, en noche de luna, con Onésimo Silva, Asunción "Shon" Pérez, Martín el rondinero y Lucho Abanto y entonan, al compás del rondín, aquella bella melodía "nieve, viento y sol" (nieve para la pena, viento para el dolor y sol para las sombras de mi corazón...) con la que se engalanó alguna esquina de barrio y se conmovió más de un pecho femenino en el que hizo impacto ese son suave, convincente, arrobador y multiforme, que se encargaría de popularizar después banda de músicos de Sorochuco, dirigida por Miqueas Sánchez, bohemio y garañón.

El Wicucu.
Con Lucho Zavaleta y Bilibardo Silva (quien emprendió temprano el viaje al lugar de donde no regresamos y de quien conservo aún la emoción de su postrero apretón de manos) éramos aficionados a mirar las alturas de Lanchepata, tras del cual suponíamos estaba ya Cajamarca, y emprendíamos veloz carrera para alcanzar una nube; pero la realidad que no entiende de sueños y la endeblez de nuestro organismo, nos detenían en el bosquecito del Wicucu, un poquito más arriba de la Quintilla donde, movidos por la leyenda, queríamos aprisionar ave y canto y comprobamos entonces desilusionados lo que ya se decía: que a ese animalito no lo ha visto nadie. ¿Quién fue el Wicucu? Habrá que preguntarse una y otra vez. Me han dicho, sin embargo, que fue un leñatero enamorado que perdió el camino por ir tras la mujer amada, lo cual trajo a mi mente ese verso que deben haberlo hecho para él: "lucero de la mañana préstame tu claridad para seguirle los pasos a esa ingrata que se va...".

La Varilla de don Clemente.
La varilla, Agapito Mariñas, la varilla del maestro Clemente Díaz, verde como la esperanza y dolorosa como una nostalgia, que te hizo comprender que el alfabeto abre las puertas de la vida, nos aleja de las tinieblas de la ignorancia -como dicen- pero a la vez nos arroja contra ese torbellino de pasiones humanas que tornan dramática la existencia y del que logra salir sólo quien sabe imponerse a las vicisitudes del contorno. ¿Lo lograste, Agapito?

El Huacrayo
¿Te acuerdas, Máximo Chávez, amigo y hermano de lar y carpeta, que junto con Lucho Díaz, saboreábamos ya entonces el misterio de las novelas de Allan Poe? Sí lo debes recordar porque aún resuena en nosotros el eco del canto conjunto del chusheg y el tuco preparando el escenario propicio para la posible aparición del Huacrayo, otra leyenda tan nuestra, con la que las afligidas madres enderezaban nuestros pasos hacia el calor tem­prano de la camita.

La Poza de doña Eusebia.
Ni Carón, barquero de Aqueronte en la "Divina Comedia" de Dante, habrá sido tan celoso guardián de lo suyo como lo fue por aquellos años Carmela Escalante con sus bienes raíces. Creo que su temperamento de mujer de bien se formó, precisamente en esta lid contra la intrusión. Lográbamos, sin embargo, hurtarle un momento su vigilia para zambullirnos en las cristalinas aguas de mayo de la poza de su Tía Eusebia, baño lustral que nos preparaba el sendero para marchar hacia el este, ruta de Minopampa, hacia la capillita de San Antonio de Pencas, a depositar nuestra oración por las gracias recibidas.

El Poyo del Isco.
El Poyo del Isco
Ha tenido siempre para mí una significación especial, pues, aparte de ser punto del encuentro de los pueblos Sucre y José Gálvez, lugar del devaneo común de nuestras palomilladas juveniles, es también, paradójicamente, punto común del adiós. Allí se despedía todo el que salía de la tierra para volver o no volver. Y es allí donde también, al que le asiste la suerte del retorno, que sólo Dios maneja, en ese afán inefable que Goethe ha sabido cantar, hincha sus pulmones con ese aroma inconfundible de la tierra querida -mezcla de la esencia de la hoja del sauce, la lágrima del fruto de la zarzamora, y la resina del palo de lanche- que extiende su regazo para cobijarnos con un amor sin fronteras y sin partidos, cual una madre.

La Pampa de la Totora.
La pampa de la Totora
El canto de la paiculla que surge de adentro del totoral, nos avisa que ya estamos en el lugar escogido para el paseo de los jueves por la tarde, listos para recoger la piedra mapa en las faldas del Wishquimuna, redondearla con la mitad de un herraje y pulirla en las ásperas entrañas de la piedra lija para obtener una esferita completa que semejaba, en efecto, al universo todo. Pienso. ¿No habremos querido nosotros, amigos del alma, encerrar en una piedrita así todo el amor del cosmos y alejarnos para siempre de la inquina que nos divide? Es un decir.

El Corazón de la Tía Resurrección.
Mamita "Shona" le decía yo, llegando a ese templo de amor que fue su hogar, regálame un poco de las veredas de tu alma, del cansancio de tus ojos, del amasijo de tus afanes y de la vastedad de tus horizontes, para poder contemplar mejor la vida y ella me extendía su mano temblorosa, irguiéndose contra la adversidad de los años, y dibujaba en mi frente la señal de la cruz.

Inacabables son las emociones que se desbordan y se acrecientan con el paso de los años y la lejanía.

Créditos El Labrador, 1996.

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