Escribe: Mazarino Bazán Zegarra
Cuando me abruma el cansancio del trabajo, como
reposo, la imaginación me sumerge en el océano de mis vivencias juveniles, de
donde logro extraer aquellas que más me impresionaron y que tuvieron como
escenario, en su mayor parte, el prado hermoso de sauce y ensueño de Sucre. Las
narro conforme afloran:
El Poyo de las Voladeras |
El Poyo de la Cometa.
Salgo al encuentro de
los hermanos Álvarez Zegarra, en tardes de agosto doradas por el sol y
acariciadas por Neptuno, y juntos trepamos el "Poyo de la Voladera"
para lanzar al aire, alborozados, la cometa multicolor que toca el cielo azul
cual plegaria que une nuestras almas para alcanzar la bendición de San Isidro
Labrador.
La Serenata.
O sigo los pasos de mi
hermano mayor que se reúne, en noche de luna, con Onésimo Silva, Asunción
"Shon" Pérez, Martín el rondinero y Lucho Abanto y entonan, al compás
del rondín, aquella bella melodía "nieve, viento y sol" (nieve para
la pena, viento para el dolor y sol para las sombras de mi corazón...) con la
que se engalanó alguna esquina de barrio y se conmovió más de un pecho femenino
en el que hizo impacto ese son suave, convincente, arrobador y multiforme, que
se encargaría de popularizar después banda de músicos de Sorochuco, dirigida
por Miqueas Sánchez, bohemio y garañón.
El Wicucu.
Con Lucho Zavaleta y
Bilibardo Silva (quien emprendió temprano el viaje al lugar de donde no
regresamos y de quien conservo aún la emoción de su postrero apretón de manos)
éramos aficionados a mirar las alturas de Lanchepata, tras del cual suponíamos
estaba ya Cajamarca, y emprendíamos veloz carrera para alcanzar una nube; pero
la realidad que no entiende de sueños y la endeblez de nuestro organismo, nos
detenían en el bosquecito del Wicucu, un poquito más arriba de la Quintilla
donde, movidos por la leyenda, queríamos aprisionar ave y canto y comprobamos
entonces desilusionados lo que ya se decía: que a ese animalito no lo ha visto
nadie. ¿Quién fue el Wicucu? Habrá que preguntarse una y otra vez. Me han
dicho, sin embargo, que fue un leñatero enamorado que perdió el camino por ir
tras la mujer amada, lo cual trajo a mi mente ese verso que deben haberlo hecho
para él: "lucero de la mañana préstame tu claridad para seguirle los pasos
a esa ingrata que se va...".
La Varilla de don Clemente.
La varilla, Agapito
Mariñas, la varilla del maestro Clemente Díaz, verde como la esperanza y
dolorosa como una nostalgia, que te hizo comprender que el alfabeto abre las
puertas de la vida, nos aleja de las tinieblas de la ignorancia -como dicen-
pero a la vez nos arroja contra ese torbellino de pasiones humanas que tornan
dramática la existencia y del que logra salir sólo quien sabe imponerse a las
vicisitudes del contorno. ¿Lo lograste, Agapito?
El Huacrayo.
¿Te
acuerdas, Máximo Chávez, amigo y hermano de lar y carpeta, que junto con Lucho
Díaz, saboreábamos ya entonces el misterio de las novelas de Allan Poe? Sí lo
debes recordar porque aún resuena en nosotros el eco del canto conjunto del chusheg y el tuco preparando el
escenario propicio para la posible aparición del Huacrayo, otra leyenda tan
nuestra, con la que las afligidas madres enderezaban nuestros pasos hacia el
calor temprano de la camita.
La Poza de doña Eusebia.
Ni Carón, barquero de
Aqueronte en la "Divina Comedia" de Dante, habrá sido tan celoso
guardián de lo suyo como lo fue por aquellos años Carmela Escalante con sus
bienes raíces. Creo que su temperamento de mujer de bien se formó, precisamente
en esta lid contra la intrusión. Lográbamos, sin embargo, hurtarle un momento
su vigilia para zambullirnos en las cristalinas aguas de mayo de la poza de su
Tía Eusebia, baño lustral que nos preparaba el sendero para marchar hacia el
este, ruta de Minopampa, hacia la capillita de San Antonio de Pencas, a
depositar nuestra oración por las gracias recibidas.
El Poyo del Isco.
El Poyo del Isco |
Ha tenido siempre para
mí una significación especial, pues, aparte de ser punto del encuentro de los
pueblos Sucre y José Gálvez, lugar del devaneo común de nuestras palomilladas
juveniles, es también, paradójicamente, punto común del adiós. Allí se despedía
todo el que salía de la tierra para volver o no volver. Y es allí donde
también, al que le asiste la suerte del retorno, que sólo Dios maneja, en ese
afán inefable que Goethe ha sabido cantar, hincha sus pulmones con ese aroma
inconfundible de la tierra querida -mezcla de la esencia de la hoja del sauce,
la lágrima del fruto de la zarzamora, y la resina del palo de lanche- que
extiende su regazo para cobijarnos con un amor sin fronteras y sin partidos,
cual una madre.
La Pampa de la Totora.
La pampa de la Totora |
El canto de la paiculla que surge de adentro del
totoral, nos avisa que ya estamos en el lugar escogido para el paseo de los
jueves por la tarde, listos para recoger la piedra mapa en las faldas del
Wishquimuna, redondearla con la mitad de un herraje y pulirla en las ásperas
entrañas de la piedra lija para obtener una esferita completa que semejaba, en
efecto, al universo todo. Pienso. ¿No habremos querido nosotros, amigos del
alma, encerrar en una piedrita así todo el amor del cosmos y alejarnos para
siempre de la inquina que nos divide? Es un decir.
El Corazón de la Tía Resurrección.
Mamita
"Shona" le decía yo, llegando a ese templo de amor que fue su hogar,
regálame un poco de las veredas de tu alma, del cansancio de tus ojos, del
amasijo de tus afanes y de la vastedad de tus horizontes, para poder contemplar
mejor la vida y ella me extendía su mano temblorosa, irguiéndose contra la
adversidad de los años, y dibujaba en mi frente la señal de la cruz.
Inacabables son las
emociones que se desbordan y se acrecientan con el paso de los años y la lejanía.
Créditos El Labrador, 1996.
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