Por Emil Leoncio Aliaga Díaz.
La anécdota llamada también folletín o
chascarrillo es parte indisoluble de la historia de los pueblos, cuenta un
hecho corto y real, la verdad es en consecuencia su elan. La gracia de la
anécdota dice Ciro Alegría, súbita emoción reveladora de algún aspecto de la
vida, reside precisamente en la verdad.
Eco sucrense, revela en este espacio 4
anécdotas del variado anecdotario sucrense, siendo el abanderado de este arte
de entraña popular, don Escolástico Díaz conocido como lshco. Las mismas fueron
vividas además por Don Manuel Chávez, Doña Francisca Reyna y por Dr. Julio
Aliaga Zegarra, cuyas anécdotas bizantinas, mágicas, maravillosas y de
aventuras inverosímiles nos muestra al sucrense de a pie en su plenitud creadora.
ESE BUEY YA NO ES MIO ES DE VOS
Con una calma
desconocida, ño Ishco le comentó a su mujer: anoche no he podido dormir y mi
cuerpo se ha hecho uguish, tirándose de la cama luego y después de vestirse
salió con dirección a la pampa para recoger su caballo. El cielo a esa hora
estaba refulgente, las constelaciones del arado y las siete cabrillas brillaban
en el firmamento como reflejando algún presagio que “Ño lshco" no
comprendió.
En Sucre era época de
"aradas" y "Ño Ishco" ha tomado la decisión de arar su
chacra el día martes, sin importarle aquello de que martes ni te cases, ni te
embarques. Con anticipación aguzó la punta del arado, la puya de hueso de la
garrocha, revisó el yugo y las coyuntas y dos días antes había trasladado sus
bueyes a su fundo.
Después de tomar el
verde con papa y huevo chicoteao o esparcido, enjalmó a la bestia, cargó los
aperos en el caballo, machete y poncho al hombro hecho andar al jamelgo que
estaba mordisqueando las gramas crecidas en el empedrado de la calle, luego de
casi una hora de caminar llegó a su predio ubicado en la altura del pueblo,
quitó la rústica tranquera de palos e ingresó a su chacra, una vez dentro
descargó las herramientas y quitó el aparejo al caballo, éste después de
sacudirse con fuerza y dar un resoplido fuerte se dedicó a pastar en toda la propiedad
de su amo.
Con toda parsimonia se
encaminó a buscar los bueyes para uncirlos, al no encontrarlos en el llano,
penetró al monte, junto a un aliso, echado y rumiando estaba el buey barroso,
lo ató con una soga por los cuernos al tronco del árbol y prosiguió con la
búsqueda del buey 'jalmao'; pero por más que lo buscó no pudo localizar a su
animal; lo buscó por el bebedero, por la quebrada honda y por lugares
inaccesibles del fundo y el cuadrúpedo no fue localizado por "Ño
lshco" que ya había perdido la calma y tomado la decisión de no trabajar
ese día; cargó los instrumentos de labranza en el caballo y tomó y el camino de
regreso a su casa, jalando con una coyunta al buey barroso...
¡Buenos días vecino!
¡Esta Ud. Bajando! lo saludo D. Raymundo. Bajando contestó ño ishco con
inocultable mal humor y deteniéndolo, para contarle lo sucedido.- fíjate, le
dijo este a Don Raymundo, ese ocioso de mi buey se ha escondido por no
trabajar, si lo encuentras es pa' vos, le dijo. Prometiendo tener cuidado, Don.
Raymundo, se despidió de "Ño Ishco" y siguió cuesta arriba su camino,
con su lampa al brazo y su poro calero, agitándolo en la mano. Antes de empezar
su faena, don Raymundo se sentó, para dar dos caleadas" y desde la loma
donde estaba sentado, divisó al buey Jalmao' de "Ño Ishco", estaba
comiendo, y abaniqueándose con el rabo para espantar a los tábanos de sobre su
lomo.
El bueno de don
Raymundo corrió a dar cuenta del hallazgo del buey a su dueño, al llegar a la
casa de su vecino tocó la puerta y como ésta estaba sin trancar, la empujó y
llamó con voz desesperada, ante tales gritos desesperados, "Ño lshco"
dejó su quehacer y se dirigió a ver quien llamaba - ¡vecino! Dijo don Raymundo
con expresión de emoción ¡su buey! Lo encontré – bayaste a trabajar, le dijo
complacido. Lo has encontrado le contestó displicente Ño lscho, entonces es de
vos. Ese buey no es de mi y no hablemos más le dijo retirándose y cerrando la
puerta de su casa.
VOS SI PITARAS
Todo estaba listo para
el viaje que don Manuel C. más conocido como Shiquiruna, realizará a las altas provincias. Los sombreros liados
cuidadosamente estaban metidos en una talega de lona gruesa y rayada, los
tarros de anilina La cholita- también están entalegados en una talega parecida,
pero de otro color que la de los sombreros. Hasta el fiambre lo había preparado
con anticipación y envuelto en una «Joijona-, pues, don Manuel era un hombre
que no dejaba nada, para último momento.
Este viaje se
diferenciaba de otros viajes realizados por don Manuel porque esta vez el
comerciante, después de negociar, viajaría a la ciudad de Trujillo, para
comprar saldos de mercadería y visitar a un hijo que era músico y tuerto como
él.
Enterados sus sobrinos
del viaje del viejo, estos como en otras ocasiones corrieron a despedirse,
porque, sino el tío Manuel los acusaba de ingratos. Pero esta vez los muchachos
acudieron a despedir al tío con entusiasmo y cada uno de los malcriados como
les decía se esmeró por aparecer como el más atento; sin embargo en esa fingida
apariencia de los niños subyacía el interés de que a su regreso el tío Manuel
les traiga un juguete de las tiendas trujillanas.
¡Buenas tardes papá
Manuel! Saludó en coro, la parvada de sobrinos; buenas tardes malcriados, contestó
el viejo, mirando la hora en su reloj de leontina de plata.
Se vaste es que a
Trujillo, le dijo Elvirita, sin inmutarse y sin darle tiempo para que le
respondiera le pidió que a su regreso le traiga una muñeca de madera igualito a
la de su primita Jesús, a mi le dijo enseguida Washington me compras un carro;
a mí, una muñeca cholita le dijo otra, otra pidió una ollita de ojalata y un
catecismo le pidió una sexta sobrina.
El segundo grupo de
infantiles pedigueños que llegó a despedir al viajero tenía entre 11 y 12 años de
edad, igualmente como si se hubiesen puesto de acuerdo con anticipación, uno
por uno empezaron hacer su pedido: Clodomirito que pareció ser el último
pedilón pidió una jeringa de bronce, en eso, jadeante y presurosa llegó Celina,
ésta abriéndose paso entre varios de sus primitos, se puso frente a don Manuel
que estaba por estallar, acosado por tanta solicitud, después de saludarlo le
dijo: papacito Manuel a mí, me compra un pito y tenga Ud. mi sol. Don Manuel
cogió la moneda y guardándola en el bolsillo más seguro de su saco le contestó:
VOS SI PITARAS.
QUE PUE DESPUÉS DE COMER BISCOCHUELO VOY A
QUERER MESTIZA
Doña Panchita, que
Dios lo tenga en su gloria fue de acento atildado, de nobles sentimientos y
respetuosa de las costumbres del pueblo sobre todo de aquellas antiguas fiestas
navideñas. Casada con don Leoncio un hombre que era lo contrario de su esposa;
ella era alta y él pequeño, ella era blancona y el moreno; pero a pesar de
estas saltantes diferencias se comprendían como dos almas gemelas. La buena de
doña Panchita tuvo una amiga entrañable y fue doña Dulia quien mantenía
relaciones con Don Clodomiro que era de buen parecido, ojos azules, rubio y de
tez blanca.
Cierto día alguien
soltó la bola de que Don Leoncio estaba en amoríos con la amiga íntima de su
esposa. El cuento pronto se conoció entre el vecindario y no tardó en llegar a
los oídos de doña Panchita. Vecina, le dijo doña Virginia, esto he oído y soltó
el chisme; doña Panchita quedó estupefacta, la primera vez que se enteró de la
traición de su Leoncio.
El chisme crecía con
el paso de los días y doña Panchita cansada de tanta habladuría decidió
enfrentar al toro por las astas, cogió su liclia y se encaminó hacia la casa de
su amiga y comadre, que a esa hora de la tarde debería estar acomodando sus
animales. La casa no tenía portada, un callejón comunicaba directamente con el
alar del cuarto principal de la vivienda de su comadre por lo que entró sin
anunciarse.
¡Pasoste comadrita!
dijo ésta, a su comadre pancha, que algo aturdida estaba enfundada en su
liclia. Vengo comadre le dijo doña Panchita a doña Dulia que estaba lavándose
los pies en el centro del patio de su casa, a esclarecer un asunto. ¿Cuál será?
preguntó secamente doña Dulia, sospechando los celos infundados de su comadre y
lo que en el pueblo se murmuraba, pues ella jamás prestó oídos a esas mentiras.
¿Cierto comadre que está Ud. de amores con mi marido? Con toda calma y
sinceramente doña Dulia le contestó: "como vaste a creer comadre que
después de comer biscochuelo voy a comer mestiza".
EL CABALLO QUE CORRIO POR INERCIA
¡Si!... ¡sisi! Eso, es
inercia, asintió don Julio Aliaga más conocido, entre sus contemporáneos, como
Julio Borera, dando escupitajos sobre el empedrado de la calle y terciando en
la polémica que sobre el tema de la inercia discutían él y un profesor del
pueblo. Resulta Onesimito, dijo don Julio, en cierta oportunidad, yo realicé un
viaje a las altas provincias.
Ya había caminado
muchas horas por esos caminos riscosos dijo, escupiendo sobre el empedrado.
Estaba ya, por llegar
a la pampa de Guanico y como me sentía sin fuerzas decidí montar a caballo,
antes me detuve unos instantes, para orar frente de una cruz que estaba clavada
sobre una tumba de algún viajero asesinado por los cuatreros existentes en
aquel lugar, comentó don Julio.
Continuando con su
relato el polemista Julio dijo: después de rezar un padre nuestro en aquella
tumba de ese desafortunado desconocido, hinqué con mis espuelas los hijares de
mi caballo que era albo tres y de color cenizo. El jamelgo, rápidamente y
jadeando alcanzó una loma, este lugar era como un mirador, en eso miro hacia
atrás y veo la silueta de un león que venía rastreando los pasos de mi caballo.
Los curiosos que se habían arremolinado en torno a los polemistas, guardaban
silencio porque no querían perderse ningún detalle del cuento de don Julio.
Este continuó,
temeroso del león apuré el paso del caballo que echó a correr, al voltear mi
cabeza vi al león que le pisaba las corvas al caballo, corro más y al cabo de
unos instantes nuevamente volví la cabeza hacia atrás y vi al melenudo león que
estaba aún más cerca, entonces arrojé mi sombrero sobre el camino, con el fin
de que el felino se distraiga; pero todo fue en vano. El caballo corría
desembocado y parecía volar, yo me sentía un jinete de carrera, dijo el
cuentista a los atónitos curiosos.
Otra vez volteo y vi
que la fiera estaba comiendo las ancas del caballo que corría y corría.
Nuevamente miré hacia atrás y comprobé que el león había devorado las patas y
el lomo del caballo que no obstante faltarle los dos miembros y la espalda
seguía corriendo. Yo continuaba encima de mi noble animal, sujetado de su crin
y de la rienda e hincándole su pecho, mi caballo al sentir el contacto de las
espuelas corría como una saeta en estampida. Finalmente, dijo don Julio, me doy
cuenta que el león dejó de atacarnos y estaba descansando; pero el caballo
continuó corriendo sobre sus dos patas delanteras.
¿Cómo puede ser eso?
Preguntó admirado el maestro. Eso es un fenómeno sentenció. Si... sisi... fue
un fenómeno exclamó don Julio y contestó mi caballo aún sigue corriendo por
INERCIA.
De la revista Eco Sucrense, año 2007.
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