Por. José Luis Aliaga Pereyra
Hacía tiempo que Don
Salamuel no probaba un trago. Sus noches de insomnio, su garganta, su estómago
y los "muñecos", le exigían, con desesperada insistencia, un
"moje".
Aquel día se levantó
muy temprano y sin esperar el desayuno, salió en busca de su colega, amigo y
compañero de "buchas".
Pareciera que, en
casos como este, ante la falta de alcohol, el cuerpo humano reacciona igual,
pues el profesor Manuel ya lo esperaba en la esquina, puntual y como en
verdadera cita de amor.
Ambos, desde lejos y
al verse, como si tuviera frío, frotáronse las manos.
- Hola pues Manuelito
y ahora... ¿a dónde vamos?- preguntó don Salamuel.
- Tú dirás – respondió
su colega y amigo –tu sabes que como asalariados del estado, a esta altura,
estamos como pollos a la brasa: “calatos y dando vueltas, sin un sol en el
bolsillo”.
- No hay más que ir a
"De Lepanto" –Sugirió Don Salamuel, señalando la bodega que quedaba
en la Plaza de Armas, donde atendía César, un joven que sufría de una pequeña
deformidad en el brazo izquierdo y que, por ese motivo, le apodaron "De
Lepanto".
Ingresaron al
mencionado lugar, celebrando ocurrencias que ellos mismos hacían, para meter en
ambiente a César y obtener así el crédito más fácil.
- Yo les doy con la
condición de que me cancelen el cinco o seis del mes que viene – advirtió
seriamente César.
- Ni un días más, ni
un día menos –respondieron los amigos.
Dos horas después, ya
un poco cariñosos, metieron en el cuento al atento cantinero, no sin antes
sacarle otra cajita más de cerveza.
- Son veinticuatro
botellas – señaló "De Lepanto" con la cabeza medio
"turumba".
- Ni un día más, ni un
día menos –contestaron los colegas abrazados, arrastrando pies y palabras.
Llegó el día cinco y
pasó el día seis. Pasó el día siete y llegó el día ocho. Así pasaron los días y
ni don Salamuel, ni su amigo Manuel, asomaban las narices por la bodega César,
por lo que éste resolvió ir a cobrarles personalmente, sin esperar un minuto
más.
El profesor Manuel
olímpicamente dijo:
Cesítar, anda
pregúntale a Salamuel porque yo no me acuerdo nada; pero si de pagar se trata,
yo te pagaré mi parte.
Molesto, "De
Lepanto", se dirigió al domicilio de don Salamuel que lo atendió de lo más
tranquilo.
-¿Qué pasa Cesítar? –
le habló cantando y con gallito incluido.
- Vengo por la
cuentita – "De Lepanto" habló con el ceño fruncido.
- ¿Ya le cobraste al
Manuel? – preguntó don Salamuel con airecito reclamón.
- Sí, el ya me pagó su
parte – mintió "De Lepanto" marcando mil.
- ¿Y cuanto pues se te
debe? – dijo Don Salamuel.
- ¡Son dos cajas de
cerveza, doce botellas cada uno, mejor dicho treinta soles por
"cabeza"! – "De Lepanto" habló agitando el brazo derecho,
decidió en arreglar el asunto de una vez por todas.
- ¿Y cuántos pues
hemos chupau? –preguntó don Salamuel.
-¡Tú y el Manuel! –
gritó "De Lepanto", saliendo de sus casillas.
- ¡Un momentito mi
querido Cesítar! – Dijo Don Salamuel sin cambiar de expresión –hay algo que no
te acuerdas.
- ¡Qué! – gritó
"De Lepanto".
- Don Salamuel mirándolo
a los ojos preguntó:
- ¿Y lo que te
soplaste?
De la revista El Labrador, 2006.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario