Por: Luís Alberto Peláez Pérez.
Más de cientos treinta
años de existencia política tiene Celendín. Su existencia histórica, sin embargo,
contabiliza un período formativo de muchas décadas, desde que fue apenas una villa.
Se hizo así un pueblo con fisonomía propia, tradición y prosapia, y su gente,
por cierto, una estirpe con idiosincrasia definida. Más que hacer un recuento histórico
harto sabido, podría resultar más interesante reflexionar sobre algunas de las características
saltantes del personaje celendino, personaje muy diferente al resto de la comunidad
peruana.
Desde luego, no se
trata aquí de hacer una hiperbólica relación de interminables virtudes que
suelen atribuir a este pueblo ardoroso, celendinistas a ultranza. El autor de
estas líneas se decide por las tomas sorpresivas, aquellas instantáneas lejanas
que ha conservado intactas en su memoria, y esas otras muy recientes que ha ido
captando en la frecuencia del trato diario con sus hijos en Lima, lejos del
escenario natural que presurosos abandonan los celendinos para mirar luego en
perspectiva y con nostalgia al suelo que los vio nacer.
El llamado mestizaje
racial no se cumplió en Celendín en términos de simbiosis étnica y de endose de
las formas culturales, tampoco de la transculturación que operó en el resto del
país. Celendín llegó tardíamente al proceso de mestizaje, cuando éste ya tenía
más de dos siglos de plasmado en el Perú. En Celendín, ni se produjo la
invasión racial y cultural a una raza y a una cultura aborígenes que, por lo demás,
no existían; ni tuvo lugar un progresivo cambio de las formas originarias.
Simple y llanamente, no hubo mestizaje racial ni cultural.
¿Qué hubo, entonces?
¿De dónde venimos? ¿Dónde se ubica la primera raíz de la fisonomía diferente y
la idiosincrasia de excepción de Celendín, con respecto a los otros pueblos
serranos del Perú? Podría decirse que Celendín es un pueblo trasplante, trasplante
de una realidad étnico-cultural remota-la
lusitana-que trajo a su paso por la heredad aborigen algunos atavismos que
van a encontrar un singular desarrollo tardío. Para decirlo ya no
antropológicamente sino históricamente, Europa se saltó a la garrocha a la
cultura aborigen peruana y, entrando por la ruta hábitat de grupos étnicos
esquivos como los shayahuitas, los huitotos, los aguaruna, los iquito y la
interminable red de grupos trashumantes aún supérstites en la milenaria e
insondable realidad selvícola, se instaló en las estribaciones de la cordillera
oriental. Portugal se desplazó así, a través de grupos familiares que venían
huyendo de la persecución política, como esos ríos que discurren sin arrastrar
a su paso relaves mineros, y funda una villa que con el correr de los años se
convertiría en esa pincelada impresionante sobre el ande que se llama Celendín.
Los Silva, los Chávez, los Pereyra, los Rabanal, los Díaz que somos todos y
cada uno de nosotros, los celendinos, fueron manteniendo por muchas décadas
cierta pureza grupal, para llamar de algún modo a la ausencia foránea en el
núcleo central de la comunidad en formación. Todos tenemos de Silva, de Chávez,
de Pereyra, de Rabanal o de Díaz. De allí que, con toda exactitud, cuando
hablamos de los con, décimos que se trata de una gran familia. Tardía es la
llegada de los otros grupos familiares, de los otros apellidos, cuyo proceso de
integración ha sido muy lento y aún no ha concluido. Sólo hemos citado algunos
apellidos de descendencia lusitana, los más resaltantes o los más frecuentes.
Hay algunos apellidos, como el del autor de estas reflexiones, que no ha terminado
de desarraigarse completamente de su tierra-origen y mantienen aún bifurcadas
sus raíces entre la provincia Rodríguez de Mendoza, donde hay Peláez por centenares,
y la hermosa tierra celendina que los atrajo y anidó. La primera
característica-virtud del celendino, que nace precisamente de esta realidad antropológica,
es su ínclita hermandad, a pesar de la fuerza de las tendencias y los
intereses. Repárese, por ejemplo, en la colonia celendina de Lima. Conforman
ella gente de muy diversa ubicación cultural y social; gente con fortuna (relativa,
se diría, pero fortuna al fin) y gente no indigente pero si de limitadas
posibilidades económicas. En conjunto, ingenieros, abogados, albañiles,
médicos, obreros, comerciantes, artesanos, servidores domésticos, industriales,
guardias, etc., etc.; pero a pesar de las diferencias reales -económicos y
culturales-, en todos se constata la alegría del encuentro, del encuentro entre
hermanos.
No conozco, por lo
menos a partir de mi comprobación personal, los odios o los grandes abismos que
separen a las familias celendinas. Los bandos de los Capetto y de los Montesco
de la inmortal obra "Romeo y Julieta", no han existido jamás en
Celendín. Las rivalidades familiares, si las hubo, no pasaron del episodio intranscendente,
de la disputa pasajera.A1 final se impuso el sentimiento de la gran familia
que, a pesar de las distancias, mantiene unidos a todos los celendinos y los
hace reaccionar como uno sólo. Por eso, es muy difícil que el celendino rehúya
el compromiso pues lo emplazan su linaje y su honor, virtudes propias de los
grandes y perdurables grupos familiares. "El
shilico es tacaño”, se oye decir a quienes probablemente no han calado lo
suficiente en el comportamiento del personaje. Deben existir merecedores del
término peyorativo, pero seguramente son muy pocos esos que nos han dado tamaña
celebridad. Se nos moteja como los "judíos
peruanos". Aclaro: no en alusión a una característica del avaro hebreo,
sino a un lejano y no suficientemente esclarecido origen sefardita, que nos ha
modelado más bien trashumantes y aventureros La avaricia o la tacañería es el
atesoramiento por el atesoramiento: el olvido de las atenciones que como
personas requieren los individuos, para ver amontonarse el dinero y gozar de su
inoficiosa acumulación. Si este es el verdadero sentido de lo tacaño,
definitivamente los celendinos no somos tacaños Lo que si existe en el
celendino es un férreo sentido de la seguridad y la previsión."Guardar pan para mayo", es
una expresión que seguramente debió acuñarse en Celendín. Sin que sea una
paradoja, constatamos que existen celendinos ricos que viven como ricos y
celendinos pobres que también viven como ricos. He allí, pues, la mejor
demostración de una mayoritaria presencia del hombre desprendido, pero que da
al dinero su justa función. Pero en unos y en otros, ricos y pobres, se impone
el sentimiento del grupo familiar y la reacción del honor convocado.
Poquísimos deben ser,
los celendinos que digan no ante una convocatoria para cooperar en aquello que
se vincule a su pueblo. El problema de la abstención o la negativa radica en
otra circunstancia que, para el caso, no es una virtud sino un defecto de la
idiosincrasia celendina la inoportunidad de la convocatoria, y al celendino
bien plantado no le gusta, paradójicamente -y eso sí es una virtud-, que se le
importune cuando está embargado en algún proyecto que compromete todas sus
energías y todos sus amores.
Si quieres conocer a
un pueblo, empieza por saber cómo son sus mujeres, sugieren algunos estudiosos.
Nuestro pueblo no podría ser una excepción.
La celendina es -lo
digo con real orgullo- seguramente el personaje que mantiene incólumes aquellas
virtudes que en las culturales más exigentes contribuyeron a su grandeza. La
celendina es la mejor madre que Pisa la tierra, con un amor filial que tiene
más de instintivo que de cultural. Yo no he oído de algún caso de abandono de
los hijos: a lo mejor, si al revés. La celendina muere al lado de sus hijos, da
la vida si con ella tiene que salvarlos.
La celendina es
también la compañera más ejemplar y sacrificada al lado del hombre, que no sabe
siempre -y esto sí es un grave defecto del varón celendino-valorar
adecuadamente a su compañera y ubicarla en el sitial que se merece. No se
necesitaría usar los dedos de la mano para contar casos -yo diría de
excepción-de esposas que no se mantuvieron fieles y abnegadas al lado del
esposo, a pesar de las circunstancias y de las veleidades de éste. Buena esposa
como la mejor, se dice que no tanto por su belleza -que es mucha-los hombres
las prefieren por su consecuencia y lealtad.
En honor de la mujer
celendina, hago una afirmación que a muchos les podría sorprender y producir el
rubor que cosas como ésta suelen causar a los ignaros y también a las
simplemente no preparadas en cultura sexual. Yo jamás conocí en Celendín una
sola mujer del lugar que se dedicara a la prostitución: las pocas que hubieron
en mi época (cuyos apodos gracejos todos recuerdan aun) no era exactamente
oriundas de Celendín emigraron de otras tierras, aun cercanas, para agregar una
tonalidad gris al folklore celendinos los varones de entonces disiparon en esas
complacientes sus veleidades salvando su acendrado respeto a la amiga o a la
novia. Una característica resaltante del celendino es su laboriosidad, su apego
al trabajo. A ello debe atribuirse que en nuestra provincia, por lo menos hasta
hace una década, no existieran la pobreza extrema ni la mendicidad.E1
caray-caray.mas que un mendigo, fue un personaje pintoresco que se acercaba al transeúnte
para promover con su reclamo una circunstancia alegre y festiva Y en esa
laboriosidad, desde luego.la mujer le saca larga ventaja al varón. Doblada
sobre la horma donde teje primorosos sombreros junto a sus sueños u a sus
ilusiones pérdidas, creó una actividad artesanal y un producto que representan
el símbolo de la laboriosidad y la creatividad celendinas.
Sin embargo, a
despecho de esa laboriosidad, son muy contados los celendinos que han
descollado en el proceso productivo del país. Su frontera, en la generalidad de
los casos.es el mercado mayorista: la del comerciante mayorista medio con
éxito. No han incursionado en la banca, en las finanzas, en los procesos
industriales en series, en la mediana minería o en la ganadería seriada. Los
comerciantes más destacados de mi tierra, allá en Celendín, constituían una
cuasi clase social de artesanales sistemas de comercialización, apenas alejados
del atávico trueque; por ello alguien, con buen humor, la denominó "la tocuyocracia".
En cambio, en los
lares del espíritu los celendinos han tenido destacada participación. La
creación literaria ha sido el campo más prolífico. Bastaría con citar los
nombres de Julio Garrido Malaver, sin lugar a dudas uno de los grandes poetas
peruanos de todos los tiempos; Alfonso Peláez Bazán, galardonado narrador de prestigio
nacional, traducido a varios idiomas, David Sánchez Infante, maestro de
profunda obra pedagógica: Armando Bazán, Periodista y escritor reconocido
internacionalmente; Manuel Pereyra (Perseo), periodista fecundo y bohemio
inolvidable. Las ciencias y la tecnología han sido igualmente otros campos
donde destacaron profesionales celendinos. Médicos como Octavio González, Teófilo
Rocha, César Merino y Horacio Cachay, sin duda han existido pocos en la
medicina peruana.
Estas breves
reflexiones estarían incompletas si no se tocara también el presunto
sentimiento mayoritario de religiosidad celendina más precisamente el referido
al culto a la Virgen del Carmen. Lo que sigue es un intento de interpretación
de ese sentimiento, nada más que un intento. Nadie deberá sentirse agraviado o
menoscabado en sus íntimas convicciones por este que no es, en otros términos,
sino un ensayo de interpretación etnográfica antes que ontológica.
Me atrevo a sostener,
contrariamente a lo que suele afirmarse corrientemente entre celendinos, que no
somos personas con acendrado sentimiento de religiosidad: si ha de entenderse
ese sentimiento como una profunda adhesión a la doctrina mística, que debería traducirse,
a la vez, en entrega espontánea y total a los demás, en amor por el que sufre,
en piedad por el desdichado, en sacrificio de yo propio en favor de los otros.
En este sentido, digámoslo con franqueza los celendinos no somos
mayoritariamente religiosos.
Hemos adherido a la
adoración de una imagen, la Virgen del Carmen a partir del símbolo evocador y
tradicionalista que representa para los celendinos la peregrina del Monte Carmelo.
De repente también reconocemos en ella. Inconscientemente, las virtudes que
desearíamos poseer. Por eso la celebramos,
en su onomástico, de un modo que ha perennizado un estilo cultural antes que
una inclinación espiritual. Paradójicamente al sentimiento de religiosidad que
nos atribuimos, no estaríamos dispuestos a posponer una festividad a nuestra
virgen por el urgente auxilio, por ejemplo, en favor de quienes en estos mismos
momentos y en nuestra propia tierra carecen de pan, medicinas y otros bienes
para aliviar su sufrimiento.
Esta interpretación no
debe entenderse sino como eso, .como una interpretación. De ningún modo como
una crítica. Todo lo contrario. Si como una advertencia y un llamado al
cumplimiento de la solidaridad social a partir de la profunda incitación al
bien y al amor que significa la santa imagen que Celendín escogió para ponerse
bajo su égida Si algún día, acaso, lo cultural se hiciera esencia, los ojos
llorosos de esa imagen se trocarían en sonrisa de divina aprobación.
De la revista El Labrador, 1994.
Me llamó darwin mauricio Silva vasquez mi padre severo silva picon mi abuelo Anastasio silva sanchez y mi bisabuelo silva gonzales y mi bisabuela raimunda sanchez diaz ...soy de moyobamba y me inquieta saber sobre mis orígenes ...gracias
ResponderBorrarMuy interesante su artículo; pero también hay mitos que he oído y seguramente otras personas también, a lo mejor son sólo eso; pero me gustaría saber por ejemplo que tan cierto es eso de los matrimonios entre parientes cercanos y por ello mismo se han oído casos de personas con discapacidad o el apasionamiento sensual de los pobladores, en especial las mujeres, ¿será por la cercanía con otras regiones como Chachapoyas...?
ResponderBorrarMI FAMILIA VIENE DE LOS SANCHEZ QUEVEDO.. SIENDO NIETA DE BERNARDITA SANCHEZ QUEVEDO QUE NACIO EN 1903 Y FALLECIO EN EL 2017... INTERESADA EN CONOCER MI ORIGEN,,,
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