Dedicado a mi cuñado Aladino
Chávez Tirado
Por Macaredo
La visibilidad se
redujo casi a cero, nubes negras cargadas de granizo eran llevadas por el
gélido viento que zarandeaban mi cabalgadura. Sólo los que han vivido estas
tormentas, saben cómo duele el granizo, como si quisiera penetrar en nuestras
carnes. Subí el cierre del cuello de mi poncho y seguía conduciendo mi
cabalgadura con el máximo cuidado por el camino que conduce de Piobamba a
Vigaspampa, y para los que no conocen, tengo que decirles que cabalgaba entre
cerros enormes de blanco granizo, todo por la copiosa tormenta que minutos
antes había desencadenado.
Una descarga eléctrica
ilumino instantáneamente la oscuridad seguido de un ruidoso trueno que rasgó el
silencio de la puna. La mula se asustó, se puso tan nerviosa que se encabritó y
comenzó a correr sin saber por dónde; yo aturdido por el fenómeno natural a las
justas pude controlarlo y hacer que se calme.
La granizada comenzó
hacer efecto en mí: mi poncho ya chorreaba agua, mis manos comenzaron a
entumecerse, mi cara, pese a que la metía entre el cuello del guayo, era el
blanco perfecto de las piedras de granizo y en general mi cuerpo comenzó
totalmente a enfriarse. Así era riesgoso disminuir la velocidad, ante el temor
de que el frío paralice mi cuerpo.
Así las cosas, de
pronto la mula se paró en seco y con un zigzag me lanzó al suelo, no sentí el
dolor, pero sentí el crujir de las perlas de granizo debajo de mi cuerpo que se
apretaban por el peso, mi cara se incrustó en un montón de hielo, mis orejas y
mentón se pusieron rígidos como un palo, ya no podía mover ningún músculo
facial. ¡San Isidro!, ¡Dios mío!, ¿Qué ha pasado?
Traté de pararme entre
una feroz perdigonada. Apenas podía ver, la oscuridad ya era total. Cubriéndome
el rostro con las manos, tropiezo con un montón de hielo mezclado con barro, a
unos pasos más allá, encuentro ¡un tremendo boquerón!, como un cráter que
impedía el paso total por el camino. La mula no estaba a mi vista y en la oscuridad
no sabía en donde encontrarlo.
Nada puede describir
la confusión que sentí mientras caminaba por el fangoso sendero, aunque
caminaba lentamente, no podía librarme de la perdigonada de granizo. Otro
trueno me tiro al suelo, mi corazón palpitaba a cien por segundo, mi mente
obnubilada. Comencé a arrastrarme por el suelo, aun así me quedaba un poco de
lucidez y de aliento para ponerme en pie y tratar de encontrar a la mula, la
cual estaba más cerca de lo que esperaba, antes de que viniera otra ventisca y
me tirara nuevamente al suelo. Pronto me di cuenta que no podría evitar que
esto sucediera, pues hacia mí venía un manto de granizo, era tan espeso que lo
vi grande como una montaña y tan furiosa como un enemigo contra el que no tenía
medios ni fuerzas para luchar. Mi meta era llegar hasta la mula, y si podía,
tratar de montar y desaparecer de este maldito lugar. Mi gran preocupación
consistía en encontrar a la bestia, que se había movido, y que en la oscuridad
de la noche no sabía por dónde ir, sentía su respiración, pero no lo localizaba
por ningún lugar.
Una nueva descarga,
llena de luz y sonido me volvió a derribar por el suelo, mi cuerpo ya no era de
mí, mi alma estaba por abandonarme, pero aguanté y trate de caminar hacia
adelante con todas mis fuerzas. Estaba a punto de la hipotermia por falta de
calor, cuando sentí que a un metro estaba la mula. Con mucho alivio comprobé
que tenía la rienda entre mis manos, así estaba unos dos minutos, pude
reponerme un poco, recobrar el aliento y el valor. Nuevamente una granizada
gélida inundó el paraje, esta vez por menos tiempo, así que pude aguantar hasta
tocar el cuello humeante y cálido del equino. Entonces, metí mi cabeza entre
las jetas del animal y sentí el calor que venía desde las entrañas de la mula
mezclado con ese tufo de pasto fermentado en su panza. No sé cuánto tiempo
estuve en ese estado, pero mi cuerpo sentía ese calor tan vital y necesario
para mí, recobré un poco de fuerzas, luego traté de montar con las pocas
energías que me quedaban. Pero esto no me libró de la furia de la naturaleza
que volvió a caer, dos veces más las tuve que soportar antes que me viera sobre
el lomo de la acémila.
Agarrado con todas mis
fuerzas en la crin del animal, emprendí la marcha. No sabía porque lugar ir,
era la primera vez que caminaba por este sendero y la noche la dificultaba
todo. Mis dos compañeros y el guía se habían adelantado en sus briosos
caballos, y de seguro que la tormenta los había cogido cerca al poblado de
Vigas, así que ellos estaban a salvo. El mulo trotaba muy despacio y a su libre
albedrío. No había señales de vida humana cerca, salvo la de los animales
salvajes que de seguro estaban guarnecidos en sus cubiles. Mientras avanzaba
sin rumbo fijo, mi mente era un torbellino de recuerdos; el más cercano de hace
pocas horas, comiendo un exquisito ruco frito con picante hecho de papa
Guagalina, después del grandioso mitin realizado en el Centro Poblado de
Piobamba, donde el postulante a la alcaldía de la provincia shilica dio el
discurso de fondo, precedido por el jefe de PRONAMACH, quien fue a entregar un
tractor Shangay y una trilladora; maquinarias, gestionadas por el Congresista
Vito Aliaga, y con estos pensamientos cabalgaba sin saber en qué lugar me
encuentro ni por donde voy.
Después de cabalgar un
poco, con lo poco que había avanzado, empecé a sopesar mi situación, comencé a
mirar a mí alrededor para ver en qué clase de sitio me encontraba y por donde
debía cabalgar. Muy pronto la situación de alivio se desvaneció y comprendí que
me había extraviado, pues estaba empapado y no tenía fuerzas para gritar, no
tenía nada con que abrigarme, no tenía una linterna con que alumbrarse, ni
tenía alternativa que no fuese morir de hipotermia. Mientras más avanzaba, más
me angustiaba por lo que sería de mí en estas tierras solitarias y frías.
Cabalgaba ya sin
rumbo, la oscuridad de la noche, cómplice de la granizada, convertían al paraje
en tétrico y silencioso, además de gélido y húmedo. No escuché ni siquiera el
más lejano ladrido de un perro, que me diera indicios de vida humana; nada,
nada a mi alrededor. Mi pensamiento se desvió y creía que estoy remontando las
alturas de Huanico rumbo a la cordillera de Cumullca y con estos pensamientos
seguía cabalgando mientras mi cuerpo había llegado al límite, no podía mover
los labios, porque todos mis músculos estaban rígidos como una barreta expuesta
a las más bajas temperaturas.
Perdí la noción del
tiempo. No sé cuanto había cabalgado, de pronto sin saber cómo saqué fuerzas de
donde no hay, y grité como única solución que se me ocurrió, el grito se mezcló
con el silbido del viento y no sé hasta donde llegó. Grito que me quitó toda la
energía y me vi en el suelo, tirado sobre un montón de granizo. Me arrastre
cual lombriz, tratando de llegar a un lugar donde hay montículos de paja, al
arrastrarme saboreé sin querer el estiércol de los animales que se había
mezclado con el granizo y así comencé a agachar la cabeza preparándome para
morir. Mi pensamiento se fue directo a San Isidro y le dije: ¡ayúdame patrón!
Estaba a punto de
cerrar los ojos para expirar mi último aliento, cuando vi que la espesa neblina
era rasgada por los faros potentes de la camioneta. Casi no lo podía ver por la
posición en que me encontraba, vi al vehículo estacionado a unos cien metros
delante de mí. Unos brazos cálidos levantaron mi cuerpo y como quien carga a un
muerto fui trasladado hacia la camioneta. Inmediatamente me sacaron el poncho,
me desnudaron completamente, me pusieron un polo y me taparon con una manta y
en la cabina con el calor del aire acondicionado, cerré los ojos y me desvanecí
profundamente y sólo desperté al segundo día abrigado en mi cama.
De la revista El Labrador, 2011.
Uffff, busquen alguien que la haga mejor
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