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martes, 8 de noviembre de 2011

Cuento: TORMENTA EN LAS ALTURAS.



Dedicado a mi cuñado Aladino Chávez Tirado

Por Macaredo
La visibilidad se redujo casi a cero, nubes negras cargadas de granizo eran llevadas por el gélido viento que zarandeaban mi cabalgadura. Sólo los que han vivido estas tormentas, saben cómo duele el granizo, como si quisiera penetrar en nuestras carnes. Subí el cierre del cuello de mi poncho y seguía conduciendo mi cabalgadura con el máximo cuidado por el camino que conduce de Piobamba a Vigaspampa, y para los que no conocen, tengo que decirles que cabalgaba entre cerros enormes de blanco granizo, todo por la copiosa tormenta que minutos antes había desencadenado.

Una descarga eléctrica ilumino instantáneamente la oscuridad seguido de un ruidoso trueno que rasgó el silencio de la puna. La mula se asustó, se puso tan nerviosa que se encabritó y comenzó a correr sin saber por dónde; yo aturdido por el fenómeno natural a las justas pude controlarlo y hacer que se calme.

La granizada comenzó hacer efecto en mí: mi poncho ya chorreaba agua, mis manos comenzaron a entumecerse, mi cara, pese a que la metía entre el cuello del guayo, era el blanco perfecto de las piedras de granizo y en general mi cuerpo comenzó totalmente a enfriarse. Así era riesgoso disminuir la velocidad, ante el temor de que el frío paralice mi cuerpo.

Así las cosas, de pronto la mula se paró en seco y con un zigzag me lanzó al suelo, no sentí el dolor, pero sentí el crujir de las perlas de granizo debajo de mi cuerpo que se apretaban por el peso, mi cara se incrustó en un montón de hielo, mis orejas y mentón se pusieron rígidos como un palo, ya no podía mover ningún músculo facial. ¡San Isidro!, ¡Dios mío!, ¿Qué ha pasado?

Traté de pararme entre una feroz perdigonada. Apenas podía ver, la oscuridad ya era total. Cubriéndome el rostro con las manos, tropiezo con un montón de hielo mezclado con barro, a unos pasos más allá, encuentro ¡un tremendo boquerón!, como un cráter que impedía el paso total por el camino. La mula no estaba a mi vista y en la oscuridad no sabía en donde encontrarlo.

Nada puede describir la confusión que sentí mientras caminaba por el fangoso sendero, aunque caminaba lentamente, no podía librarme de la perdigonada de granizo. Otro trueno me tiro al suelo, mi corazón palpitaba a cien por segundo, mi mente obnubilada. Comencé a arrastrarme por el suelo, aun así me quedaba un poco de lucidez y de aliento para ponerme en pie y tratar de encontrar a la mula, la cual estaba más cerca de lo que esperaba, antes de que viniera otra ventisca y me tirara nuevamente al suelo. Pronto me di cuenta que no podría evitar que esto sucediera, pues hacia mí venía un manto de granizo, era tan espeso que lo vi grande como una montaña y tan furiosa como un enemigo contra el que no tenía medios ni fuerzas para luchar. Mi meta era llegar hasta la mula, y si podía, tratar de montar y desaparecer de este maldito lugar. Mi gran preocupación consistía en encontrar a la bestia, que se había movido, y que en la oscuridad de la noche no sabía por dónde ir, sentía su respiración, pero no lo localizaba por ningún lugar.

Una nueva descarga, llena de luz y sonido me volvió a derribar por el suelo, mi cuerpo ya no era de mí, mi alma estaba por abandonarme, pero aguanté y trate de caminar hacia adelante con todas mis fuerzas. Estaba a punto de la hipotermia por falta de calor, cuando sentí que a un metro estaba la mula. Con mucho alivio comprobé que tenía la rienda entre mis manos, así estaba unos dos minutos, pude reponerme un poco, recobrar el aliento y el valor. Nuevamente una granizada gélida inundó el paraje, esta vez por menos tiempo, así que pude aguantar hasta tocar el cuello humeante y cálido del equino. Entonces, metí mi cabeza entre las jetas del animal y sentí el calor que venía desde las entrañas de la mula mezclado con ese tufo de pasto fermentado en su panza. No sé cuánto tiempo estuve en ese estado, pero mi cuerpo sentía ese calor tan vital y necesario para mí, recobré un poco de fuerzas, luego traté de montar con las pocas energías que me quedaban. Pero esto no me libró de la furia de la naturaleza que volvió a caer, dos veces más las tuve que soportar antes que me viera sobre el lomo de la acémila.

Agarrado con todas mis fuerzas en la crin del animal, emprendí la marcha. No sabía porque lugar ir, era la primera vez que caminaba por este sendero y la noche la dificultaba todo. Mis dos compañeros y el guía se habían adelantado en sus briosos caballos, y de seguro que la tormenta los había cogido cerca al poblado de Vigas, así que ellos estaban a salvo. El mulo trotaba muy despacio y a su libre albedrío. No había señales de vida humana cerca, salvo la de los animales salvajes que de seguro estaban guarnecidos en sus cubiles. Mientras avanzaba sin rumbo fijo, mi mente era un torbellino de recuerdos; el más cercano de hace pocas horas, comiendo un exquisito ruco frito con picante hecho de papa Guagalina, después del grandioso mitin realizado en el Centro Poblado de Piobamba, donde el postulante a la alcaldía de la provincia shilica dio el discurso de fondo, precedido por el jefe de PRONAMACH, quien fue a entregar un tractor Shangay y una trilladora; maquinarias, gestionadas por el Congresista Vito Aliaga, y con estos pensamientos cabalgaba sin saber en qué lugar me encuentro ni por donde voy.

Después de cabalgar un poco, con lo poco que había avanzado, empecé a sopesar mi situación, comencé a mirar a mí alrededor para ver en qué clase de sitio me encontraba y por donde debía cabalgar. Muy pronto la situación de alivio se desvaneció y comprendí que me había extraviado, pues estaba empapado y no tenía fuerzas para gritar, no tenía nada con que abrigarme, no tenía una linterna con que alumbrarse, ni tenía alternativa que no fuese morir de hipotermia. Mientras más avanzaba, más me angustiaba por lo que sería de mí en estas tierras solitarias y frías.

Cabalgaba ya sin rumbo, la oscuridad de la noche, cómplice de la granizada, convertían al paraje en tétrico y silencioso, además de gélido y húmedo. No escuché ni siquiera el más lejano ladrido de un perro, que me diera indicios de vida humana; nada, nada a mi alrededor. Mi pensamiento se desvió y creía que estoy remontando las alturas de Huanico rumbo a la cordillera de Cumullca y con estos pensamientos seguía cabalgando mientras mi cuerpo había llegado al límite, no podía mover los labios, porque todos mis músculos estaban rígidos como una barreta expuesta a las más bajas temperaturas.

Perdí la noción del tiempo. No sé cuanto había cabalgado, de pronto sin saber cómo saqué fuerzas de donde no hay, y grité como única solución que se me ocurrió, el grito se mezcló con el silbido del viento y no sé hasta donde llegó. Grito que me quitó toda la energía y me vi en el suelo, tirado sobre un montón de granizo. Me arrastre cual lombriz, tratando de llegar a un lugar donde hay montículos de paja, al arrastrarme saboreé sin querer el estiércol de los animales que se había mezclado con el granizo y así comencé a agachar la cabeza preparándome para morir. Mi pensamiento se fue directo a San Isidro y le dije: ¡ayúdame patrón!

Estaba a punto de cerrar los ojos para expirar mi último aliento, cuando vi que la espesa neblina era rasgada por los faros potentes de la camioneta. Casi no lo podía ver por la posición en que me encontraba, vi al vehículo estacionado a unos cien metros delante de mí. Unos brazos cálidos levantaron mi cuerpo y como quien carga a un muerto fui trasladado hacia la camioneta. Inmediatamente me sacaron el poncho, me desnudaron completamente, me pusieron un polo y me taparon con una manta y en la cabina con el calor del aire acondicionado, cerré los ojos y me desvanecí profundamente y sólo desperté al segundo día abrigado en mi cama.

De la revista El Labrador, 2011.

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