Por: Alfonzo Peláez Bazán
En una oportunidad,
con candoroso orgullo, le referí a José María Arguedas que las calles de mi
ciudad (ocho laterales y 16 transversales) eran todas anchas y rectas. Y, José
María Arguedas habló así: «Hermosa Ciudad, pero - ¡qué pena! - son calles sin
alma. Recuerda, Alfonso, esas callecitas tortuosas y estrechas...». Nada tenía
yo que replicar. Arguedas, además de brillante escritor, era poeta de verdad.
Después por mi propia cuenta varié la frase de Arguedas.
Celendín, con sus
calles rectas y anchas, es una ciudad que ha olvidado su alma. A pesar,
inclusive, de la belleza de su cielo, de sus gentes y la alegría de sus
campos, pues un pueblo que olvida a sus maestros, a sus escritores, a sus
aristas es un pueblo que envejece. En ningún punto de la ciudad se encuentra
algo que los recuerde dignamente. Entonces pude comprender que Arguedas, desde
su alma, reconocía la poesía de los pueblos.
De Café al Paso, Lima, 1997.
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