Por Sachama.
Corrían los años de
1930 al 1940, en que la muchacha del Huauco, cuyos años fluctuaban entre los 7
y 10 años.
Hermosos tiempos en
que la inocencia campeaba y nuestros sueños no eran ininterrumpidos, porque
nuestras conciencias estaban limpias.
Unos de esos días en
que brillaba el Sol y sus rayos de oro se posaban sobre las aguas cristalinas
de la Poza Brava; su cascada se parecía a una cabellera de hilos de plata de
las ninfas y estas al zambullirse en las profundidades, acariciaban a nuestras
ilusiones. Eran más o menos las 10 a.m. en que un grupo de bañistas, legamos
cautelosamente a gozar de las aguas misteriosas de la Poza Brava; sacamos
nuestras camisas y pantalones únicos atuendos de los muchachos de aquellos
tiempos. Los capos saludamos a nuestra piscina natural con sendos mortales; los
demás, lo hacían con su característico nado de perro.
Habían transcurrido
unos 15 minutos de la tal algarabía y todos decidimos mashaquearnos; no pasó ni tres minutos en que estábamos comentando
de lo agradable del baño: unos shuturaos
y otros sentados; es en este instante cuando sucede algo insólito. Un ave de
mil colores, salió del agua, corriendo de Oeste a Este, corrió sobre el agua y
al retornar al sitio de donde salió, se hundió en las aguas de la Poza Brava y
no volvimos a verla jamás; lo raro de esta ave es que no nado, sino corrió
sobre las aguas. Todos asustados agarramos nuestros trastes y despavoridos
corríamos, gritando: ¡La madre de la Poza Brava! Luego tiramos piedras en
cantidades, pensando en nuestra inocente actitud, que con esos petardos íbamos
a matar a la tal ave misteriosa. Desde aquel día, al menos el autor de esta
nota, no volvió a bañarse más. Si todavía vive algún Huauqueño que estuvo en este grupo de muchachos, dará fe de lo que
narro. Esto es un secreto más de los Andes.
De libro Irikana, Sachama.
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