Por: Tito Zegarra Marín
Pocas son las mesetas,
pequeñas o medianas, formadas en medio de la accidentada geografía andina del
norte del país. Una de ellas, casi pegada a la carretera que nos une a
Cajamarca a la altura de Cruzconga, es la pampa de Tincat. Flanqueada por los caseríos Cruzconga y Calconga (norte y sur), y por las colinas donde se asienta el
yacimiento arqueológico La Lechuga (lado oeste), ha dado lugar, en muy poco
tiempo, al nacimiento del pequeño pueblo bautizado también como Tincat. De allí,
se está muy cerca del caserío La Quinuilla, lado sureste, a no más de 20
minutos en movilidad.
Siendo niño e invitado
por los amables tíos Lisímaco y Libia a pasar unas semanas de vacaciones en su
pequeño fundo de nombre Anchurco (costado este de Tincat), tuve la oportunidad
de conocer, casi al vuelo, La Quinuilla; pero por haber pasado más de medio
siglo, pocos eran los recuerdos. En más
de una ocasión mi padre nos hizo saber
que allí nació y pasó su niñez y adolescencia cuidando manadas
de ovejas. En los últimos años, previos a su muerte, nuestro querido “Viejo”, insistentemente nos pidió llevarlo a esa su tierra añorada, tal vez, para despedirse. Lástima no pudimos cumplir.
Por ello y porque
requería una visión más precisa de su situación socioeconómica y explorar el
sitio donde nos habían confirmado
existen restos arqueológicos, en especial chulpas, es que decidimos visitarlo. Viernes 14 de septiembre, conjuntamente
con los amigos comprometidos en estas correrías y en horas de la tarde,
llegamos a la pampa de Tincat. La recorrimos por una de sus inmediaciones, y qué
pena, comprobarla totalmente seca y con
grupos de ganado vacuno, soportando la prolongada sequía. Por la noche
nos acogió con mucha amabilidad el pariente Renán Torres, cuyo padre (ya
fallecido) fue dueño de algunas tierras.
Muy temprano al día
siguiente, salimos hacia La Quinuilla protegidos de un buen amanecer, fresco y anunciante de mucho sol. La entrada a ese antiguo pueblito se
muestra bellamente orlada de eucaliptos y cipreses y cercos de piedra dividiendo
a los pequeños predios. Poco más adentro, en medio de cerros inclinados que
parecen resguardarlo y brindarle cierto abrigo, sus casitas de adobe y tapial junto
a los huertos escampados para el cultivo y cría de
animales menores, y su atractiva capilla e institución educativa, al centro del
poblado. Escasos moradores, pues al parecer andaban tras su ganado apremiados de pasturas. Uno de
ellos, joven aún, se ofreció hacer de
guía para ir al sitio arqueológico.
Ya sobre el caminito hacia las chulpas
(extremo opuesto a la entrada), éste se presentaba acordonado de arbustos y plantaciones de alisos; de contextura suave, con pocos tramos empedrados
y sin mayores subidas. A ambos costados tierras con pocos pastizales para el
ganado, y otras (las menos) para las siembras estacionales de algunos
tubérculos y cereales. Al poco rato y a cierta distancia se divisó los caseríos
San Pedro, El Porvenir y Santa Rosa, y tras hora y media de caminata eludiendo al final algunas chacras y verjas de piedra,
llegamos a una cresta compacta denominada Ventanilla, donde se asienta el centro arqueológico.
Se nos había hecho
conocer que allí existieron 6 chulpas de piedra, pero que el dueño de ese
predio destruyó a cinco con el propósito
de ampliar y cercar su terreno. Efectivamente eso ha sucedido, solo una chulpa
queda casi intacta, las otras ya no existen, salvo sus piedras formando
parte de sus linderos. Del borde de la
colina (lado sur), concita la atención un regular abismo que se extiende hasta la hondonada de nombre El Molino, donde nace el río
Cajapotrero, afluente del Cantange. Desde ese lugar, también conocido como La Quesera, se está proyectando sacar el agua con
dirección a Conga de Urquía, Sucre y Jorge Chávez para irrigar sus tierras sedientas. Hermoso es el
cuadro paisajista que se observa desde allí a ambos lados de la hondonada, con sus parcelas cultivadas y el río deslizándose por la parte
intermedia.
La chulpa conservada
tiene similitud con las de La Chocta en lo relativo a su forma y uso: levantada
a cielo abierto sobre la base de piedras unidas por pachillas y barro, gruesas
vigas de piedra al interior, techo de dos aguas armado de lajas, cornisas por
todo el pie del techo, y dos pequeñas entradas o ventanas en el frontis de la
misma y una más grande al lado izquierdo. Las medidas son 1.20 metros de alto por 2.10
de ancho y 1.10 de profundidad, sin divisiones al interior y, como en La Chocta, destinada para inhumar sus muertos. Al ser más de una, es creíble que fuera un cementerio o necrópolis al servicio de los grupos
dirigentes de pequeñas llactas establecidas en sus alrededores. También encontramos fragmentos de cerámica
desperdigados por las chacras contiguas, y es probable existan otras evidencias
tapadas de tierra y matorrales.
Muy poco se sabe de
este interesante yacimiento arqueológico, de su valor e importancia, y en
especial de la semejanza con La Chocta, que
permite colegir la existencia
de relaciones y conectividad entre ambas poblaciones
prehispánicas. La Quinuilla, nombre que sugiere
el cultivo intenso de quinua en
tiempos pasados, tiene el privilegio de guardar esa riqueza histórica en medio
de su agradable topografía paisajista y
productiva. Al retornar del sitio de las chulpas, subimos a conocer una
simpática lagunita rodeada de eucaliptos y zarzales, de nombre El Agujero,
donde el ganado de la zona bebe sus aguas. Más adelante, observamos un horno para quemar
cal de regular dimensión, aunque por el momento colapsado.
Ya muy cerca de la
capilla, uno de los pobladores nos señaló el sitio (parte baja de una pequeña
colina del lado izquierdo) donde vivía y estaba
la casa de su tío Idelso (mi padre), a su costado dos cuevas naturales
donde criaban sus chanchos. Nos acercamos allí: su imagen, como nunca, en
nuestra memoria. Antes de retornar, el
amigo y pariente Arquímedes Mendo, que regresaba de pastar su ganado,
cariñosamente nos invitó a departir el almuerzo. Gracias a él y a la madre
naturaleza por darnos tantas satisfacciones.
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