Por Gutemberg Aliaga Zegarra.
De los celendinos, se dicen muchas virtudes: trabajador, negociante y honrado; como también divertidas y picantes anécdotas, algunas ciertas y otras como se dice "achacadas" o atribuidas.
En mi primer día de trabajo en el Instituto Superior Pedagógico Hno. Victorino Elorz Goicoechea de Cajamarca, donde he tenido la suerte de relacionarme con verdaderos y recordados amigos, me sucedió algo como para contar en velorio.
En uno de los recreos de mis primeras horas de clase, el recordado educador Carlitos Sánchez Espinoza — Que de Dios Goce y en Paz Descanse—, me presentó a un grupo de Colegas que muy alegres departían sus inquietudes en el anchuroso Patio de Honor. Cordialmente nos saludamos, Gutemberg es mi nombre y soy de Sucre, Celendín — sentencié. Al instante, el más pícaro y palomilla me inquirió la siguiente pregunta:
— Colega... ¿Es cierto que, cuando los norteamericanos llegaron a la luna, ya estaban allí los shilicos vendiendo sombreros y anilinas?
Las risas burlonas y mesuradas, debido a que recién me conocían, no se hicieron esperar. Pero mi reacción, a Dios gracias, fue casi instantánea.
— Es cierto — le dije—, pero también encontraron a un cajacho — añadí enérgicamente.
Del grupo de colegas surgió un murmullo de interrogantes. Uno de ellos, por supuesto, que no era de Cajamarca, me lanzó su inquietud:
— Disculpe, coleguita — me dijo inquisidoramente— y... ¿qué hacía el cajacho en la luna?
— ¡Pidiendo limosna! — le contesté burlonamente.
Risas, felicitaciones y casi aplausos no se hicieron esperar de los colegas que allí nos habíamos reunido, y, desde aquel instante, llegué a congraciarme, modestia aparte, y ganarme el cariño y la estima de todos los trabajadores de este recordado centro de formación magisterial cajamarquino.
Del libro Avatares… y relatos al paso.
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