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jueves, 17 de enero de 2013

Lima: LA CIUDAD DE LOS REYES



Escribe: Aurelio Miro Quesada S.

Pero, de pronto, sobre las tierras extendidas del curaca del Rímac aparecieron unos hombres extraños. Iban en unos animales vibrantes, los caballos, y avanzaban con brío, luciendo sus largas barbas negras, sus armaduras relumbrantes y sus fuertes espadas. Los primeros en llegar a la región estuvieron simplemente de paso. Eran Hernando Pizarro y sus contados compañeros, que, en enero de 1533, se dirigieron desde Cajamarca cabalgando por sierras y por llanos hasta el santuario tradicional de Pachacámac, para allegar tesoros y activar el rescate de Atahualpa, el Inca Emperador que había sido aprehendido por el conquistador Don Francisco Pizarro. El año siguiente transitaron por el valle limeño nuevas gentes: Rodrigo de Mazuelas y Francisco Martín de Alcántara, que se encaminaban hacia el Cuzco; Miguel de Rojas y Diego de Vega, que llevaban noticias de la expedición de Pedro de Alvarado; Nicolás de Ribera, el "Viejo", que se hallaba de paso a San Gallón. Los habitantes del lugar vieron de tiempo en tiempo semejantes rostros barbados y los mismos corceles arrogantes. Y sobre todo se les fue haciendo familiar la estampa de tres caballeros que, en los primeros días de un verano trascendental, recorrieron de extremo a extremo la región, siendo luego seguidos por un nutrido grupo de hombres blancos, que ya no sólo transitaron, sino que se establecieron definitivamente entre los indios.

En efecto, después de haber vencido y dado muerte a Atahualpa, último jefe del Tahuantinsuyo, el capitán Don Francisco Pizarro continuó por el largo camino de la sierra hasta llegar al Cuzco, capital del Imperio de los Incas. Allí fundó una ciudad española, distribuyó solares, e hizo crecer las nuevas construcciones sobre las pétreas sillerías incaicas. Pero aunque la ciudad imperial fue para él entonces —y siguió siéndolo oficialmente varios años— "cabeza de los Reinos y Provincias del Perú" conquistados por las armas de España, su sentido político le hizo buscar, como nueva y efectiva capital, una ciudad equidistante entre el Cuzco y el lago sagrado de Titicaca por el sur y Cajamarca y San Miguel de Piura por el norte, en una zona rica y de fácil defensa, y discretamente apartada de los antiguos centros tradicionales de los Incas.

Para ello pensó al principio en Jauja, en la sierra central. Pero luego, por uno de esos movi­mientos tan comunes en los primeros asientos españoles, que resultaban a la postre tan andariegos como sus fundadores cambió de idea y decidió buscar un sitio junto al mar. Las razones que en su apoyo alegaron los vecinos no nos parecen hoy muy valederas. Se decía que la tierra primitivamente escogida era fría, de muchas nieves y de muy poca leña, con pobres condiciones de defensa en el caso posible de una rebeldía de los indios, y tan desfa­vorecida por el clima que no se podía "criar puercos, ni yeguas, ni aves, por razón de las muchas frialdades y esterilidad de la tierra". (Pasadas las conveniencias del momento, a Jauja se le ha considerado después, por lo contrario, como un lugar de clima admirable y en el centro de un valle feracísimo, hasta el punto de dar nacimiento a la leyenda del ideal y feliz "país de Jauja".)

Los conquistadores españoles no se quedaron fijos, sin embargo, al llegar a la costa. Detenidos un tiempo en San Gallán, Pizarro volvió a sentir a poco la urgencia íntima de buscar un lugar más favorable. Se diría que, sin él suponerlo, era la voz del oráculo del Rímac la que lo estaba envolviendo en su llamado. Llegado a Pachacámac comisionó a tres de los suyos para que partieran a ver por "vista de ojos" la zona propicia de la costa donde la nueva ciudad podría fundarse, sugiriendo la comarca de Lima, que se halla "en comedio de la tierra", y que debió de haber apreciado y conocido en fecha indeterminada pero cierta. Acicateando sus cabalgaduras fueron Ruy Díaz, Juan Tello y Alonso Martín de Don Benito quienes salieron en exploración por la comarca, y opinaron a favor del "asiento del cacique de Lima", en un sitio llano y extendido, "con muy buena agua e con leña, e tierra para sementeras, cerca del puerto de la mar, e asyento ayroso, e claro, e desconbrado". El propio Pizarro, para cerciorarse, recorrió varias veces, acuciosamente, la región. Y obtenido el acuerdo general de los iniciales pobladores, se- fundó la ciudad, solemnemente, el lunes 18 de enero de 1535, firmando el acta, junto con el Gobernador Don Francisco Pizarro, el tesorero Alonso Riquelme, el veedor García de Salcedo, el comisionado especial del Cabildo Rodrigo de Mazuelas, los testigos Ruy Díaz y Juan Tello, y el escribano Domingo de la Presa.

El acta, que revela una firme y orgullosa con­fianza en la perduración de la nueva ciudad, decía textualmente (aunque no se mantenga en esta copia la ortografía de la época):

" Y después de esto, en el dicho pueblo de Lima, lunes 18 días de enero del dicho año, el señor Gobernador, en presencia de mí el dicho escribano y testigos y uso escritos, dijo que por cuanto, visto el dicho pedimento a él hecho por la Justicia y Regimiento y vecinos de la dicha ciudad de Jauja, él proveyó a los dichos Ruy Díaz y Juan Tello y Alonso Martín de Don Benito, para que viniesen, como vinieron, a ver el dicho asiento y pasear el dicho cacique de Lima, cerca de lo cual dijeron sus pareceres según que todo de suso se contiene, y que ahora él ha venido juntamente con los señores oficiales de Su Majestad, Alonso Riquelme, tesorero, y García de Salcedo, veedor, y Rodrigo Mazuelas, que fue nombrado juntamente con el dicho veedor por el dicho Regimiento para hacer lo susodicho, y ha visto y paseado ciertas veces la tierra del dicho cacique de Lima y examinado el mejor sitio; les parecen y han parecido que el dicho asiento del dicho cacique es el mejor, y junto al río de él, y contiene en sí las calidades susodichas que se requieren tener los pueblos y ciudades para que se pueblen y ennoblezcan y se perpetúen y estén bien sitiados, y porque conviene al servicio de Su Majestad y bien y sustentación y población de estos dichos sus Reinos, y conservación y conversión de los caciques e indios de ellos, y para que mejor y más presto sean industriados y reducidos al conocimiento de las cosas de nuestra santa fe católica. Por lo cual, en nombre de Sus Majestades, como su Gobernador y Capitán General de estos dichos Reinos, después de haber hallado el dicho sitio, con acuerdo y parecer de los dichos señores oficiales de Su Majestad que presentes se hallaron y del dicho Rodrigo Mazuelas, mandaba y mandó que el dicho pueblo de Jauja, y asimismo el de San Gallán, porque no está en asiento conve­niente, se pasasen al dicho asiento y sitio; por cuanto cuando el dicho pueblo de Jauja se fundó él sabía que la tierra no estaba vista, para que el dicho pueblo estuviese mejor fundado él hizo la dicha fundación de él con aditamento y condición que se pudiese mudar en otro lugar que mejor le pareciese. Y porque ahora, como dicho es, conviene que de los dichos pueblos se haga nueva fundación, acordó y determinó de-fenecer y hacer y fundar el dicho pueblo, al cual mandaba y mandó que se llame desde ahora para siempre jamás la ciudad de Los Reyes; el cual hizo en nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios, sin el cual, que es principio y creador de todas las cosas y hacedor de ellas, ninguna cosa que buena sea se puede hacer ni principiar ni acabar ni permanecer; y porque el principio de cualquier pueblo o ciudad ha de ser en Dios y por Dios y en su nombre, como dicho es, conviene principiarlo en su iglesia, comenzó la fundación y traza de la dicha ciudad y de la que puso por nombre Nuestra Señora de la Asunción, cuya advocación será. En la cual, como Gobernador y Capitán General de Su Majestad de estos dichos Reinos, después de señalado plan hizo y edificó la dicha iglesia, y puso por su mano la primera piedra y los primeros maderos de ella; y en señal y tornamiento de la posesión, ven casi, que Sus Majestades tienen tomadas en estos dichos Reinos, así de la mar como de la tierra, descubierto y por descubrir. Y luego repartió los solares a los vecinos del dicho pueblo, según parecerá por la traza que de la dicha ciudad se hizo; la cual espera en Nuestro Señor y en su bendita Madre que será tan grande y tan próspera cuanto conviene, y la conservará y aumentará perpetuamente de su mano, pues es hecha y edificada para su santo servicio y para que nuestra santa fe católica sea ensalzada, aumentada y sembrada entre estas gentes bárbaras que hasta ahora han estado desviadas de su conocimiento y verdadera doc­trina y servicio, para que la guarde y conserva y libre de los peligros de sus enemigos y de los que mal y daño la quisiesen hacer. Y confío en la grandeza de Su Majestad, que, siendo informado de la funda­ción de la dicha ciudad, confirmará y aprobará la dicha población por mí y en su real nombre hecho, y le hará muchas mercedes por que sea ennoblecida y se conserve en su servicio. Y los dichos señores Gobernador y oficiales de Su Majestad lo firmaron de sus nombres, y asimismo el dicho Rodrigo Mazuelas. Testigos que fueron presentes: Ruy Díaz y Juan Tello, y Domingo de la Presa, escribano de Su Majestad. Estando en el dicho asiento y cacique de Lima.

Francisco Pizarro. — Alonso Riquelme. — García de Salcedo — Rodrigo de Mazuelas".
Se realizaron de tal modo, de acuerdo con el acta, las ceremonias rituales y acostumbradas de las fundaciones: trazo de la ciudad; elección del lugar para la plaza y en ella los asientos de la casa del Gobierno, el Cabildo y —ante todo— la Iglesia; reparto de solares entre los primeros fundadores, no por sorteo, como se estipulaba teóricamente, sino más cerca o más lejos de la plaza según el mérito o las circunstancias de cada uno; denominación de la nue­va ciudad, como para culminar la fundación y realizar en el vivo organismo que nacía la ceremonia cristiana del bautismo. Año y medio después, por carta fechada en Valladolid el 3 de noviembre de 1536, Carlos V y la Reina madre, Doña Juana, confirmaron el establecimiento así efectuado. Y el 7 de diciembre de 1537 el Emperador concedió armas a la nueva ciudad, con un "escudo en campo azul con tres coronas de oro de Reyes puestas en triángulo, y encima de ellas una estrella de oro la cual cada una de las tres puntas de la dicha estrella toque a las tres coronas, y por orla unas letras de oro que digan Upe Signum Vere Regum Est en campo colorado, y por timbre y divisa dos águilas negras de corona de oro de Reyes que se miran la una a la otra, y abracen una I y una K, que son las primeras letras de nuestros nombres propios, y encima de estas dichas letras una estrella".

¿Por qué se le puso el nombre de Ciudad de Los Reyes? Los historiadores no han podido todavía ponerse de acuerdo en tal respecto. Unos afirman que fue por los Reyes Carlos y Juana, cuyas iniciales aparecen precisamente en el escudo. Otros sostie­nen, con más razones, que por los Reyes Magos, insinuando que fue en la Epifanía, el día 6 de enero, cuando se decidió el definitivo lugar de la ciudad, recordando que hasta la Independencia el estandar­te de Lima se paseaba, con toda solemnidad, el 6de enero (o la víspera en la tarde), y poniendo tam­bién como ejemplo el escudo, en el que lucen tres coronas reales y por encima de todo una estrella, que sólo puede ser la de Belén.

Aceptemos por la emoción y por la lógica esta segunda y bella hipótesis. Al nacimiento de Lima acudieron así con sus ricos presentes los tres Reyes, que llegaron, guiados por la luz misteriosa de una estrella, para tender ante las plantas de la ciudad recién nacida el oro, la mirra y el incienso de las preseas materiales. Manteniendo su destino de síntesis, en la iniciación de la Lima española se unieron de tal modo lo celestial y lo terreno, como Melchor. Gaspar y Baltasar (el Rey blanco, el Rey "cholo" y el Rey negro) iban a ser también el símbolo del encuentro armonioso de tres razas.

De libro Lima, Tierra y Mar.

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