Por Palujo.
Cuando, por
coincidencias de la vida, se encuentran; ella lo esquiva. En cualquier reunión
cuida de ubicarse a cuatro metros de distancia, y, desde allí, lo mira. Él
sonríe, como siempre, encerrando los dientes entre sus cachetes gordos.
El día en que, por la
misma calle, estuvieron frente a frente, ella, con el corazón de pajarita
atrapada, le dio la espalda y desapareció al doblar la esquina. Él sonrió.
Habían pasado más de treinta años. El primer beso que recibieron sus labios
llegó en los de ella. Cómo le temblaba el cuerpo, de pies a cabeza, mientras
sus ojos negros lo miraban con ternura...
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