Por: Gutemberg Aliaga Zegarra.
Los Sucrenses o Huauqueños, como él solía
llamarnos con orgullo, nunca olvidaremos al Padre Mundaca, siempre estará en
nuestros corazones, porque, fue un defensor de los más humildes y amante de la
justicia social. Impresionante fue la Misa concelebraba por 16 sacerdotes de la
Diócesis de Cajamarca en la Catedral de esta ciudad. La Revista "El
Labrador", plasma en sus páginas este recuerdo eterno y estas bellas frases
pronunciadas durante la Homilía en la Misa de cuerpo presente, el 27 de abril
del 2002, por el Reverendo Padre José Alex Urbina Aliaga, para orgullo nuestro,
natural de Sucre y discípulo del R.P. Ántero Mundaca, y, por el Señor Manuel
Quiroz Cortegana, paisano Celendino amigo entrañable del Padre Mundaca.
He aquí, primeramente, las palabras del R.P.
ALEX URBINA ALIAGA.
Queridos familiares de
nuestro hermano Ántero, estimados hermanos sacerdotes, hermanos y hermanas
presentes para dar cristiana sepultura a un Sacerdote de la Diócesis de
Cajamarca: Ántero Mundaca Peralta.
Anunciaré, este
momento de reflexión, con las palabras dichas por nuestro amigo Ántero, unos
meses antes de su partida al Padre: "Sabes escuché a una persona decir:
siempre andamos a un paso de la muerte, y yo, le dije, prefiero decir: SIEMPRE
NOS ENCONTRAMOS CON UN PIE EN LA ETERNIDAD".
Esa eternidad abrió
sus puertas a este gran hermano, amigo y gran sacerdote Ántero y el impacto de
la muerte también abrió una herida de dolor en los corazones de todos los que
hemos conocido y querido a Ántero.
Cuando muere una
persona algo muere en cada uno de nosotros, porque estamos enlazados en
nuestras vidas, en nuestros destinos. Cada vez que se marchita una flor, la
naturaleza pierde algo de belleza, cuando del cerro se resbala una roca, la
montaña pierde algo de su fuerza, cuando nuestros hermanos se nos van, se
llevan con ellos nuestros corazones, en efecto nuestros corazones están con
ellos. Esto podemos decir por nuestra fe, para el que carece de fe, la muerte
no tiene sentido, la despedida es definitiva, la separación es eterna. En
cambio, para el hombre y para la mujer con fe, la despedida es momentánea,
existe el reencuentro del mañana y la muerte es el camino de la eternidad.
Somos conscientes que
Ántero vivió su sacerdocio con muchas luces y sombras, con aciertos y
desaciertos, con grandes soledades y grandes satisfacciones y a veces en el
silencio aparente, supo vivir una espiritualidad no sólo para él, sino una vida
de interés para los demás, especialmente para los más pobres, los campesinos, y
en la ironía de la vida sabía vivirla como tal, impresionando a veces con sus
expresiones de "grandeza", de "superhombre" y de "no
temer a nadie ni a nada" descubríamos paulatinamente la nobleza de un hombre
plenamente sencillo, decidido y sincero. Por lo qué, hasta el final luchó
contra la muerte, esa muerte que para él significaba una llamada a la reflexión
desde su ministerio. Solía mostrar en sus homilías frases que quedaban grabadas
en el corazón y en el eco del recuerdo, se me vienen a la memoria expresiones
que decían: Cuando uno vive desde la fe en la resurrección adopta una actitud
radical de lucha por la vida y combate contra la muerte. La razón es sencilla:
La fe en la resurrección del Señor y en la nuestra propia nos descubre que Dios
es alguien que pon la vida donde los hombres ponen muerte alguien que genera
vida donde nosotros la destruimos. Esta lucha diaria juntamente con Ántero, de
ir contra la muerte, debernos iniciarla en nuestro corazón, desde el interior
mismo de nuestra libertad, vamos decidiendo el sentido de nuestra existencia. O
nos orientamos hacia la vida por los caminos de un amor creador, de una entrega
generosa al servicio de la vida, una solidaridad generadora de vida. O nos adentramos
por caminos de muerte, instalándonos en un egoísmo estéril y decadente, una
utilización parasitaria de los otros, una apatía total ante el sufrimiento
ajeno.
Ántero optó por lo
primero, siempre vivió y compartió la fe en la resurrección que lo ha impulsado
a hacerse presente allí, donde se produce muerte, para luchar contra todo lo
que ataque a la vida, ha testimoniado con hechos, que la vida del Resucitado ha
roto el dominio universal de la muerte.
Esta lucha del
cristiano contra la muerte, no nace sólo de imperativos éticos, sino de su fe
en la resurrección y en la vida.
Ántero siempre apostó
como ministro (servidor), por saber que desde ahora y aquí mismo se nos llama a
la resurrección y a la vida. En este camino hacia la resurrección era una entrega
constante y crucificada a los demás por parte suya. Sabemos que la fe en la
resurrección, daba a los primeros creyentes, capacidad de vivir sin reservas y
de manera incondicional el amor al hermano.
Quien cree desde su
corazón en la resurrección es un hombre libre que no puede ser detenido en su
amor liberador con nada ni con nadie.
Gracias Padre Ántero,
por tu entrega y consagración al Señor y a la Iglesia de Cajamarca como
sacerdote diocesano, gracias por tu testimonio en la tanto amada y querida
Parroquia de Celendín, gracias por ser un hermano en el sacerdocio, gracias
porque hoy estás junto al Señor, intercediendo por los que aún nos quedamos en
el caminar del que tú ya llegaste a la meta.
Al final de la Misa de cuerpo presente, el
Señor MANUEL QUIROZ CORTEGANA con palabras emocionadas hizo una breve reseña de
su vida, en los términos siguientes:
Nació el 11 de
Setiembre de 1925, en la Provincia de Chota, hijo de José María Mundaca Castro
y de María del Rosario
Peralta Mundaca. Hizo
sus estudios primarios entre Querocoto, comprensión de Chota y Querocotillo,
compresión de Cutervo. Fue el segundo de siete hermanos.
Examinando su vocación
a Dios y su servicio al hombre, estudió su sacerdocio en el Seminario de
"San José" de Cajamarca y "Santo Toribio" de Lima.
En 1954, un 11 de
diciembre, se ordenó como sacerdote, siendo su primera ocupación la Capellanía
del Hospital Belén de Cajamarca, luego se trasladó a la Parroquia de la
Asunción, para luego seguir a Cristo en Bambamarca, y posteriormente llevar
gran parte de su vida en Celendín, donde permaneció por más de 35 años,
preocupándose mucho por los más necesitados, especialmente por los campesinos.
Fue amante al trabajo y la comunidad.
Entre sus obras por
Celendín tenemos: La organización campesina para el trabajo y el bienestar
social, su dedicación por Celendín hizo posible la municipalización del agua
potable; y, quedando inconclusa su gestión por la municipalización de la luz
eléctrica.
En su misión pastoral,
renovó la tradicional filosofía de la Iglesia por aquella del liberalismo, la
misma que renovó las jóvenes mentes de los que estuvimos bajo su tutela y
enseñanza, aumentando en nosotros el espíritu de lucha por la justicia y la paz
con nuestros semejantes, el amor entre nosotros sin ver credo religioso y
condición social.
En síntesis, buen
pastor, entregado a romper esquemas de aquellos que llamó
"hipócritas" o "Sepulcros blanqueados", por la actitud de
no tener amor a los más necesitados.
En 1981 fue becado por
Monseñor Dammert Bellido, para seguir estudios en Alemania, donde desarrolló su
Tesis de Liberación y Catequesis Social. Trabajó en el Colegio Coronel
Cortegana como Profesor de Educación Religiosa, de igual manera en el Colegio
de Mujeres Nuestra Señora del Carmen y Agropecuaria de Celendín. Llevó su
Misión de Sacerdote, Maestro y Guía, a la formación magisterial en la Escuela
Normal de Celendín. Un terrible cáncer acabó con su existencia, dándole el
sufrimiento de Rosa de Lima. Con paciencia esperó la muerte, para encontrarse
con Dios un 26 de Abril del 2002, una madrugada fría y lluviosa.
Tomado de la revista El Labrador, mayo 2002.
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