Por Hébert Reyna Zegarra
« (...) La ilusión de
una felicidad que siempre creí inherente a mi naturaleza».
(A.B.E.)
La literatura
Latinoamericana de estos últimos años, y en forma muy especial, la peruana,
está alcanzando un alto nivel de aceptación internacional. A ello han
contribuido no sólo a exquisitez literaria de sus creadores, sino la
elevadísima calidad literaria de sus obras. Ahora bien, «Reo de Nocturnidad» de
Alfredo Bryce Echenique, no es una excepción, todo lo contrario por que apunta,
en cierto modo, a una soledad ontológica, manifestada de diversas maneras, es
decir, de distintos ángulos mirados por el ojo de novelista. Puntualizando, una
vez más, que todo ello se da, vertiginosamente, en una sola clase. Planteando,
en seguida, otro tipo de interrogantes: La literatura como entretenimiento o
compromiso. Ahora bien, un
compromiso con los demás, o simplemente consigo
mismo. Y en cierta medida, el abanico de posibilidades de interpretación queda
abierto, y con ella la necesaria controversia. Al final de cuentas, sólo es
explicable o se justifica alrededor de varios personajes que viven en Montepllier,
que giran como un gran remolino en la mente atormentada y casi desequilibrada
de Maximiliano Gutiérrez. Desde luego, es un docente peruano que llega a
laborar en el Sur de Francia, en la Universidad de Sorbona, pero al mismo
tiempo es un paciente asiduo del pabellón de neuropsiquiatría. De algún modo,
pasa inadvertido en esa clínica, gracias a la complicidad del Doctor Lanusse
que le permite salir algunos días de la semana. A larga la historia va
cautivando al lector, ávido de sucesos nuevos.
De este modo, se puede
explicar como la mente y el corazón del protagonista sigue obsesionado por los
infortunios de un amor no correspondido. Aunque a veces, recibe esas migajas de
cariño cuando pasa una corta temporada en la Isla de Ischia, algunas solemnes trasnochadas
en los bares de Montnochadas, en los bares de Montparnasse y Rosebud; logrando
algunas pinceladas de felicidad no culminadas.
A nivel más profundo,
podremos darnos cuenta que esos desatinos de un mal amor, por el cual se
muestra un incurable en este tipo de relaciones, porque al no sentirse un perdedor,
a veces, esas relaciones tienen un mar de tranquilidad, por eso Ornella
Manuzio, intenta reanudar sus relaciones amorosas en un pequeño departamento de
la du Bac, y no contento con todo eso, continuará como un trotamundos del amor,
en un viaje a Prugiac, itinerante del amor buscará otro refugio para ese
ensueño truncado que se desvanece con las primeras luces del sol.
En gran parte, un
cariño que es compartido con Olivier Sipriot, un francés que continuamente está
metido en robos y compartiendo la venta de estupefacientes. Podría decirse un
personaje que más se perfila a un proxeneta. Por lo tanto, el triángulo amoroso
se da entre Max, Ornella y Olivier, que sólo es entendido con una lectura
atenta de la obra, y gracias a esas peripecias narrativas descubrimos, al final
de la misma, que ambos embaucadores son capturados por la policía en la ciudad
de Brasil, para la inmensa desventura de Max.
Es más, esas
espantosas crisis de ternura esa incapacidad de soñar con nada, de considerarse
un loco de remate, y en último extremo, identificarse como un cachivache
humano, se debe sobre todo, a esa obsesión enfermiza por Ornella Manuzio;
mostrándose, de algún modo, un émulo de Orfeo, pero sin perderse en el mundo de
Creonte. En este caso, va surgiendo el mito de la soledad ontológica amorosa, a
partir de las vicisitudes del protagonista de la obra. En efecto, las nuevas
relaciones sentimentales que aparezcan de hoy en adelante, estarán marcados por
ese signo de la derrota y de la incomprensión. Así, emergerán en la agitada
vida de Max, la estudiante francesa, Maryse; o la cara opuesta de Ornella.
Clarise, y complementando a ese mosaico de pasiones, está una Nadine Auriol,
una francesita nacida en Marruecos, tan destinada y obsesiva como Maximiliano
Gutiérrez.
A consecuencia de esa
desesperación ciega y al no poder soportar esos fantasmas en su cerebro, harán
que un buen día de esos, deje la pomposa Universidad de Sorbona, y se
establezca, aunque temporalmente, en otro centro de estudio superior, Paul
Valery, en donde empieza a manifestarse la doble vida del personaje, que no le
permite alcanzar una buena coordenada sentimental.
En efecto, en el día
es un excelente catedrático de Literatura Hispanoamericana, preocupado en
ganarse el amor y la simpatía de sus alumnos, en hacer amena cada una de sus
clases. Depositando, en todo momento, el máximo de sus energías.
La otra cara de la
medalla se daba por las noches, en el consagrado bar Bernard y las célebre
Taberna de Velázquez que son testigos de sus pantagruélicas borracheras. De
este modo, uno se va adentrando en el submundo parisino para conocer al
Monstruo, a Elisa, a Gitano, a Tutú, Laura, el Inefable Escritor Inédito,
Francine, Sylviane, Marie, Passeparrout y Francois, entre los más celebérrimos
concurrentes.
Subrayemos una vez
más, lo que une a todos esos parroquianos, es el hecho de ser trotamundos y
bohemios sin límites como Maximiliano Gutiérrez. En cierta manera, una banda de
parlanchines parroquianos que alteraban la tranquilidad de Montpellier, hasta
las primeras horas de la madrugada.
De forma similar, hay
que introducirnos, en la vida de Nieves Solórzano, una exiliada chilena que trabaja
como asistente en el Departamento de Español, de alguna manera, acerquémonos,
cautelosamente, para tener una idea más cabal de este personaje.
« (...) había hecho
del exilio y político una muy cómoda y rentable profesión (...) experta en
exilios políticos latinoamericanos.
Nuestro personaje
central, Maximiliano Gutiérrez, a manera de un largo desahogo político, muy
propio de su estrato social, nos explica:
«Mi larga experiencia
en cuatro universidades francesas me permitía detectar a la perfección a estos
indignos subproductos del exilio chileno, argentino, uruguayo, por el que tan
caro pagaban muy a menudo otros dignos compatriotas y hasta los
latinoamericanos en general»
Sin lugar a dudas, es
un golpe bajo, a las aspiraciones tercermundistas. Otro tanto, podemos decir de
Pierrot Martín, esposo de Michele, nacida en Génova, quien poseía una doble
personalidad. Entonces sigamos los vericuetos de esta ironía, y conjuntamente
descubramos los rasgos psicológicos de este comportamiento dualitativo de
Martín.
(...) el inefable
profesor de la autoescuela, un gordo de ojos muy negros y saltones, con cara de
sapo, y una inmensa boca siempre dispuesta a soltar una larga y feroz
carcajada.» «Comprendí que también mi buen amigo y colega tenía una doble vida:
la de un brillante profesor e intelectual, abierta, cosmopolita, culta y
tolerante, y la vida provinciana, cerrada, llena de prejuicios, e intolerante,
que empezaba cada día cuando regresaba a su hogar»
A nivel más profundo,
podremos percatamos de que existe una constante que se repite en cada una de
sus obras de Bryce Echenique, Verbigracia, su apego e identificación con el
pasado, muchas veces, para satirizarle, cuestionarle o asumirle de una manera
indirecta; tal como sucede con su novela «Un Mundo para Julius», «Tantas veces
Pedro», «No me esperes en Abril y nuevamente, en «Reo de Nocturnidad». Una
buena muestra de todo lo dicho, puede ser este parágrafo:
« (...) ellos se
inclinaban ante la vaciedad de mis conocimientos y la osadía total de mi
pasado, que diablos, pues, que el presente no fuera ya tan brillante, aunque
qué pena...»
Y, en cierta medida,
también le gusta tomarse el pelo, pero tomando las distancias del caso.
Helo aquí un ejemplo:
« (...) yo era tan
sólo un afrancesado peruanito y un verdadero agua fiestas que siempre andaba
buscándole tres pies al gato y que, no bien terminada sus clases desaparecía de
la universidad»
Estos desaforados
actos amatorios pueden alcanzar sus equivalentes en un Florentino Ariza, uno de
los personajes centrales del «Amor en los tiempos del Cólera del colombiano
García Márquez o en «La Juventud en la otra ribera» de Julio Ramón Ribeyro. Con
la única diferencia que Maximiliano experimenta, todo esto, en París; mientras
que Florentino Ariza el longevo amante, en un país sudamericano, la zona
costera de Colombia.
En líneas generales,
ambas obras son válidas para entender el indescifrable mundo de los amantes
latinos.
Valga aquí sólo dejar
anotadas, algunas coincidencias y discrepancias, en cuanto se refiere a la obra
de Henry Miller, «El trópico de Cáncer», que hizo también de París el escenario
de una extraordinaria novela, desde luego rompiendo los paradigmas de su época
y llegando con una increíble fuerza hasta el presente. Aquí algunos ejemplos
sueltos: «Siendo palpitar la ciudad, como si fuera un corazón recién sacado de
un cuerpo caliente»
«París se apodera de
ti, podría decir que te agarra de los cojones, como una puta enamorada que
prefiere morir al soltarte»
Oigámoslo atentamente:
« (...) Olivier
Sipriot era el más ruin y sucio, moral y corporalmente, de todos los habitantes
de la cloaca humana.
Y ese humor sentido
por un hombre postergado en sus sentimientos amorosos, lo encontramos en este
parágrafo:
«Aquel inmundo animal
sin sexo definido, con cara de camello picado de viruela, cuello de jirafa y piernas
de ave zancuda».
Y otras veces, lo hace
para interiorizarse en la vida pasional de Claire, alumna de la Universidad de
Sorbona, quien está muy enamorada de su profesor de Literatura, Maximiliano
Gutiérrez, que en cierto modo hemos podido extraer del texto literario.
« (...) Créeme que
entonces no sólo huía de la universidad. Huía de ti, también. Sobre de ti y de
maldita Or...»
A esta altura de
nuestro comentario es conveniente hacer algunas aclaraciones, referente al
título de la obra. De algún modo, permítame husmear en las entrañas de este
mundo verbal; a guisa de comentario, señalamos algunas razones como estas:
El mismo hecho de no
poder conciliar el sueño por quince días. En cierto modo, el sentirse un
prisionero que deambula por una ciudad dormida a los rayos de la luna y el ser
un eterno insomne, y sin darnos cuenta siquiera, nos encontramos con un ser que
lleva tatuado en la carne y en el alma, ese epicentro de pasiones que se llama
amor.
Para reforzar y dar
mayor consistencia a lo dicho anteriormente, valgámonos de algunas citas más: «
(...) en el deambular de las nocturnas mañanas, las otoñales primeras, los
crepusculares veranos y ya siempre la muerte en vida del reo de nocturnidad».
«La verdad, creo que, sin la ayuda de Caire, esto no lo hubiera contado ni en
el libro que ha resultado ser reo de nocturnidad».
« (...) se ha
convertido en un importante rasgo de nuestro carácter, y cuando la vivimos como
segunda naturaleza, por sencilla razón de que, sin darnos cuenta, nos hemos convertido
en reos de nocturnidad». Al final de la novela, recién podemos captar ese
remolino de pasiones y recuerdos, de ese maremoto de sentimientos desaforados,
todo esto ocurrido en la mente de Maximiliano Gutiérrez, y por feliz coincidencia
en el transcurso de una sola clase, de esta manera, el autor de Reo de
Nocturnidad, se burla, nuevamente, del lector. Aquí una sorprendente
revelación: «Todo sucedió, ahora que lo puedo contar, en una sola clase. Yo
dicté esa clase. Volví a mirar en el aula: Claire estaba al fondo porque quería
terminar su carrera»
De la revista El Labrador, mayo 1988
No hay comentarios.:
Publicar un comentario