"Adáptate a mundo, pues tu
cabeza demasiado es pequeña para que el mundo se adapte a ella".
(G.C. Lichtenberg)
Por Herbert Reyna.
En medio de la
turbulencia de la vida, Quintiliano Velásquez Díaz, tuvo que venir a laborar
como docente en la "Villa del Huauco (Sucre), trayendo consigo sus
ilusiones e inquietudes de su amada tierra oxamarquina. Sus progenitores fueron
Abel Velásquez Sánchez y Enriqueta Díaz Sánchez.
Es cierto, cuando tuvo
conciencia y un profundo amor al terruño que lo vio nacer, cada ladera
inclinada, cada caminito zigzagueante, cada cerro encantado y cada río y cada
riachuelo bullanguero, le habla en su lenguaje inconmensurable, que sólo los
párvulos del lugar saben entender, cada murmullo del río, descifrando, al mismo
tiempo, el mensaje arcano que le deparó la vida misma. Como todo niño del
campo, aprendió a amar intensamente a los amos tutelares que protegía a su
pueblo como: Callejón, Canto Gallo y Poyo Moronte. Quienes lloraron al verlo
partir de la tierra amada.
Sus primeras letras,
lo aprendió, incuestionablemente, en la Escuela 91 de Oxamarca; mientras que su
educación secundaria, lo realizó en el prestigioso Colegio de Educación
Secundaria, en el "Javier Prado", de Celendín; cursando sus estudios
superiores en la Escuela Normal Rural en "Tingua" (Huaraz).
En ningún momento de
su existencia, negó el hecho irrefutable de traer la leña para el hogar
paterno, donde se sancochaban las "papas huagalinas", se cocinaba
rechinando el cuy, las habas y el olluco. Esa leña alborotada que continuamente
le narraba las tradiciones y costumbres de su pueblo milenario, donde todavía
se encuentran ruinas prehispánicas.
Siendo todavía un niño
desarrolló su amor por los caballos de carga, a quienes atendía por las mañanas
y por las tardes. Pero también está su gran estimación y cariño por los
caballos de paso; además de su afición por los gallos. Costumbres heredadas de
los españoles que nos conquistaron y sometieron.
En más de una ocasión,
le escuché decir a un tío mío, Mariano Aliaga que habían compartido sus
estudios de docentes del área rural, en tierras ancashinas.
Donde la formación del
maestro peruano, exigía, en todo momento, tener "vocación de
maestro", esa mística magisterial que se ha perdido con el paso de los
tiempos, y con la indiferencia sempiterna de los gobiernos de turno.
Que han maltratado de
una manera sistemática y continua los ingresos paupérrimos de miles de maestros
que laboran, no precisamente en condiciones de alta competitividad y excelencia
educativa.
Sino con el mero hecho
cotidiano de encontrarse, sin la ayuda real y verdadera, de una infraestructura
y de una tecnología de punta. Lo que llega en la actualidad, son avances tecno
científicos con varias décadas de retraso o son declarados obsoletos en otras
partes del mundo.
Es oportuno recalcar,
una vez más, que Quintiliano Velásquez, dedicó íntegramente su vida, a la
enseñanza de la educación, en el distrito de Sucre (Provincia de Celendín).
Era un ser humano de
un gran carisma, nunca se le escuchó quejarse de que ganaba muy poco, y por eso
tenía que enseñar íntegramente.
De esta manera,
siempre se le veía enseñando y dando todo de sí en la Escuelita Primaria N° 83.
En un local, de una casona solariega que tenia amplios corredores, numerosas
aulas para el estudio y patio de recreo, donde los capulíes y las zarzamoras
abundaban.
De alguna manera,
todas las promociones que egresaron de su "alma máter", disfrutaron,
en cada actuación cívico - patriótico de su buena voz de cantante.
Demostrando, a cada
instante, ser un docente equilibrado emocionalmente, no maltratando "por
gusto" o "regalada gana", a sus alumnos revoltosos o
indisciplinados.
En esta querida y
afamada escuela primaria, si la memoria no me es ingrata, laboraron
distinguidos profesionales tales como: Octavio Reyna, Neptalí Zegarra, Mariano
Aliaga, Manuel Marín, Onésimo Silva, Manuel Bazán, quienes integraban un
selecto grupo de docentes de alta calidad humana y profesional. Cuyo
reconocimiento psico - pedagógico fue aceptado, sin lugar a dudas, fuera de la
Provincia de Celendín.
Ese gran cariño por la
vida misma, le hizo criar gallos finos, a Quintiliano Velásquez, teniendo o
logrando tener casi una veintena de ellos.
Pero a veces, en su
profunda emoción por la existencia humana, se olvidaba de prepararlos,
adecuadamente, a los futuros campeones, los cuales alcanzaría el "pollón
de ese mes", en José Gálvez o el mismo Celendín.
Muchas veces, le
acompañé en ese duro oficio gallístico. Ganando unas contadas peleas, otras
veces las perdíamos irremediablemente y algunas teníamos la dicha de "empatar".
Todo ello se debía, indudablemente, por no conocer la valía del gallo
contrincante, ya que muchas veces, eran traídos de otros galpones del Perú.
Acompañados, desde
luego, de su tío-abuelo de Quintiliano Velásquez, el Director Araujo, quien no
solo criaba gallos finos, sino también le gustaba tener caballos finos de paso.
Siempre iba
elegantemente vestido, llevando consigo un sombrero de paño gris.
Sin embargo, la
tercera pasión de Quintiliano Velásquez, era la crianza de nobles corceles.
A los cuales no sólo
alimentaba, cuidaba con gran esmero, arreglaba con una profunda devoción y le
compraba todo tipo de monturas y áperos.
Me acuerdo de uno de
ellos, al cual estuvo ligado, a plenitud, muestra transitoria y rápida
juventud. Un potro muy altivo, con un hermoso y seductor paso, me refiero al
"Gitano", de quien me ocupé en mi novela "El último Otoño"
(2001).
Era un hermoso alazán
que competía en la "Carrera de Cintas", en las fiestas carnavalescas.
Unas veces, era su jinete el "popular" y "bonachón",
"Misho Jaime" y otras veces, "Vinchirra" Walter Velásquez
Zegarra, quienes tenían a su cuidado, la protección y alimentación de tan noble
animal.
En el periplo de su
vida, también conoció al gran cantante de música criolla, Luis Abanto Morales,
quien por su época se encontraba prófugo de la justicia, por un "lío de
faldas". Con quién cantaba, en la casa del abuelo Gumercindo Zegarra
Chávez, una melodía que después se impuso o se tocaba continuamente en todas
las emisoras del país, como "Matarina" y de "Oxamarca, soy
señores".
Pasaron los años, y
Quintiliano Velásquez, empezó a sufrir una serie de enfermedades como la
próstata que le tenía tendido en la cama, encima le vino la ceguera, con lo
cual ya no podía desplazarse de un lugar a otro, pero el "alzhéimer"
terminó por diezmar su salud física y mental.
Cada vez que salía de
su casa, ya no podía regresar a la misma, le era imposible recordar por dónde
había pasado. Su memoria retrocedía, a la etapa de su niñez y adolescencia, y a
veces, se le daba por cantar como un ruiseñor o establecer diálogos con sus
familiares fallecidos. Como queriendo recuperar el tiempo perdido.
Se le ha caído la tiza
de las manos, porque ya no escuchará más las sonrisas de sus niños cuando
dictaba sus clases, ni tampoco oirá el canto varonil de sus gallos de pelea, ni
relinchar altanero de "Gitano" yendo al solar.
Mientras su guitarra,
fiel compañera de su mundo sentimental, dejó de tocar su última melodía,
mientras sus hijos y su esposa van limpiando el retrato que está en la sala.
En conclusión, he
tratado de transmutar el vano silencio del tiempo transcurrido y su gran cariño
por el pueblo de Sucre.
De la revista El Labrador, mayo 2013.
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