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miércoles, 11 de diciembre de 2013

QUINTILIANO VELÁSQUEZ, EN EL CORAZÓN DE LOS SUCREÑOS


"Adáptate a mundo, pues tu cabeza demasiado es pequeña para que el mundo se adapte a ella".
(G.C. Lichtenberg)

Por Herbert Reyna.
En medio de la turbulencia de la vida, Quintiliano Velásquez Díaz, tuvo que venir a laborar como docente en la "Villa del Huauco (Sucre), trayendo consigo sus ilusiones e inquietudes de su amada tierra oxamarquina. Sus progenitores fueron Abel Velásquez Sánchez y Enriqueta Díaz Sánchez.

Es cierto, cuando tuvo conciencia y un profundo amor al terruño que lo vio nacer, cada ladera inclinada, cada caminito zigzagueante, cada cerro encantado y cada río y cada riachuelo bullanguero, le habla en su lenguaje inconmensurable, que sólo los párvulos del lugar saben entender, cada murmullo del río, descifrando, al mismo tiempo, el mensaje arcano que le deparó la vida misma. Como todo niño del campo, aprendió a amar intensamente a los amos tutelares que protegía a su pueblo como: Callejón, Canto Gallo y Poyo Moronte. Quienes lloraron al verlo partir de la tierra amada.

Sus primeras letras, lo aprendió, incuestionablemente, en la Escuela 91 de Oxamarca; mientras que su educación secundaria, lo realizó en el prestigioso Colegio de Educación Secundaria, en el "Javier Prado", de Celendín; cursando sus estudios superiores en la Escuela Normal Rural en "Tingua" (Huaraz).

En ningún momento de su existencia, negó el hecho irrefutable de traer la leña para el hogar paterno, donde se sancochaban las "papas huagalinas", se cocinaba rechinando el cuy, las habas y el olluco. Esa leña alborotada que continuamente le narraba las tradiciones y costumbres de su pueblo milenario, donde todavía se encuentran ruinas prehispánicas.

Siendo todavía un niño desarrolló su amor por los caballos de carga, a quienes atendía por las mañanas y por las tardes. Pero también está su gran estimación y cariño por los caballos de paso; además de su afición por los gallos. Costumbres heredadas de los españoles que nos conquistaron y sometieron.

En más de una ocasión, le escuché decir a un tío mío, Mariano Aliaga que habían compartido sus estudios de docentes del área rural, en tierras ancashinas.

Donde la formación del maestro peruano, exigía, en todo momento, tener "vocación de maestro", esa mística magisterial que se ha perdido con el paso de los tiempos, y con la indiferencia sempiterna de los gobiernos de turno.

Que han maltratado de una manera sistemática y continua los ingresos paupérrimos de miles de maestros que laboran, no precisamente en condiciones de alta competitividad y excelencia educativa.

Sino con el mero hecho cotidiano de encontrarse, sin la ayuda real y verdadera, de una infraestructura y de una tecnología de punta. Lo que llega en la actualidad, son avances tecno científicos con varias décadas de retraso o son declarados obsoletos en otras partes del mundo.

Es oportuno recalcar, una vez más, que Quintiliano Velásquez, dedicó íntegramente su vida, a la enseñanza de la educación, en el distrito de Sucre (Provincia de Celendín).

Era un ser humano de un gran carisma, nunca se le escuchó quejarse de que ganaba muy poco, y por eso tenía que enseñar íntegramente.

De esta manera, siempre se le veía enseñando y dando todo de sí en la Escuelita Primaria N° 83. En un local, de una casona solariega que tenia amplios corredores, numerosas aulas para el estudio y patio de recreo, donde los capulíes y las zarzamoras abundaban.

De alguna manera, todas las promociones que egresaron de su "alma máter", disfrutaron, en cada actuación cívico - patriótico de su buena voz de cantante.

Demostrando, a cada instante, ser un docente equilibrado emocionalmente, no maltratando "por gusto" o "regalada gana", a sus alumnos revoltosos o indisciplinados.

En esta querida y afamada escuela primaria, si la memoria no me es ingrata, laboraron distinguidos profesionales tales como: Octavio Reyna, Neptalí Zegarra, Mariano Aliaga, Manuel Marín, Onésimo Silva, Manuel Bazán, quienes integraban un selecto grupo de docentes de alta calidad humana y profesional. Cuyo reconocimiento psico - pedagógico fue aceptado, sin lugar a dudas, fuera de la Provincia de Celendín.

Ese gran cariño por la vida misma, le hizo criar gallos finos, a Quintiliano Velásquez, teniendo o logrando tener casi una veintena de ellos.

Pero a veces, en su profunda emoción por la existencia humana, se olvidaba de prepararlos, adecuadamente, a los futuros campeones, los cuales alcanzaría el "pollón de ese mes", en José Gálvez o el mismo Celendín.

Muchas veces, le acompañé en ese duro oficio gallístico. Ganando unas contadas peleas, otras veces las perdíamos irremediablemente y algunas teníamos la dicha de "empatar". Todo ello se debía, indudablemente, por no conocer la valía del gallo contrincante, ya que muchas veces, eran traídos de otros galpones del Perú.

Acompañados, desde luego, de su tío-abuelo de Quintiliano Velásquez, el Director Araujo, quien no solo criaba gallos finos, sino también le gustaba tener caballos finos de paso.

Siempre iba elegantemente vestido, llevando consigo un sombrero de paño gris.

Sin embargo, la tercera pasión de Quintiliano Velásquez, era la crianza de nobles corceles.

A los cuales no sólo alimentaba, cuidaba con gran esmero, arreglaba con una profunda devoción y le compraba todo tipo de monturas y áperos.

Me acuerdo de uno de ellos, al cual estuvo ligado, a plenitud, muestra transitoria y rápida juventud. Un potro muy altivo, con un hermoso y seductor paso, me refiero al "Gitano", de quien me ocupé en mi novela "El último Otoño" (2001).

Era un hermoso alazán que competía en la "Carrera de Cintas", en las fiestas carnavalescas. Unas veces, era su jinete el "popular" y "bonachón", "Misho Jaime" y otras veces, "Vinchirra" Walter Velásquez Zegarra, quienes tenían a su cuidado, la protección y alimentación de tan noble animal.

En el periplo de su vida, también conoció al gran cantante de música criolla, Luis Abanto Morales, quien por su época se encontraba prófugo de la justicia, por un "lío de faldas". Con quién cantaba, en la casa del abuelo Gumercindo Zegarra Chávez, una melodía que después se impuso o se tocaba continuamente en todas las emisoras del país, como "Matarina" y de "Oxamarca, soy señores".

Pasaron los años, y Quintiliano Velásquez, empezó a sufrir una serie de enfermedades como la próstata que le tenía tendido en la cama, encima le vino la ceguera, con lo cual ya no podía desplazarse de un lugar a otro, pero el "alzhéimer" terminó por diezmar su salud física y mental.

Cada vez que salía de su casa, ya no podía regresar a la misma, le era imposible recordar por dónde había pasado. Su memoria retrocedía, a la etapa de su niñez y adolescencia, y a veces, se le daba por cantar como un ruiseñor o establecer diálogos con sus familiares fallecidos. Como queriendo recuperar el tiempo perdido.

Se le ha caído la tiza de las manos, porque ya no escuchará más las sonrisas de sus niños cuando dictaba sus clases, ni tampoco oirá el canto varonil de sus gallos de pelea, ni relinchar altanero de "Gitano" yendo al solar.

Mientras su guitarra, fiel compañera de su mundo sentimental, dejó de tocar su última melodía, mientras sus hijos y su esposa van limpiando el retrato que está en la sala.

En conclusión, he tratado de transmutar el vano silencio del tiempo transcurrido y su gran cariño por el pueblo de Sucre.


De la revista El Labrador, mayo 2013.

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