Por:Tito
Zegarra Marín
Por
pocos días he tenido la oportunidad de visitar a la ciudad más poblada de
América, México, con más de 22 millones de habitantes. A primera vista: una
gran urbe cosmopolita que ha sabido valorar sus recursos históricos, que
practica una intensa actividad cultural y que trata de ocultar sus graves
problemas sociales.
Mirando
brevemente el pasado de México como país, fue imposible no relacionarlo con el nuestro, pues ambos fueron cuna de culturas
emblemáticas desarrolladas en la época prehispánica: la Azteca y la Incaica,
donde el maíz fue fruto alimenticio común a esos pueblos y donde la piedra
labrada sirvió para levantar monumentales edificaciones: Teotihuacán (Azteca) y
Chichén Itzá (Maya), y Machu Picchu (Inca) y Kuélap, en el norte (Chachapoyas).
México,
tiene el privilegio de estar entre los 10 países que reciben el mayor número de
turistas en el mundo (el segundo en América), con más de 28 millones al año. Nos
hemos quedado estupefactos de esa inmensa movilidad social motivada por sus
atractivos turísticos y una envidiable vida cultural.
El
espléndido Palacio de Bellas Artes (exponiendo las pinturas de Miguel Ángel y
Leonardo da Vinci), el complejo de la Basílica de la Virgen de Guadalupe, los
más de 300 Museos (el Antropológico en especial) y la regia arquitectura
piramidal de Teotihuacán, entre otros, más que atraer, tonifican el alma.
Nuestro
país, con similar historia, riqueza paisajista, hidrográfica, clima y otros, solo
recibe a no más de 4 millones de turistas al año. Menuda cantidad, que sin duda
desalienta y desafía, pero que también obliga a pensar en la ceguera e
ineptitud de quienes desde el gobierno central, regiones y municipalidades, no
hacen nada por invertir en ese campo. Mi tierra, Celendín y otras, sufren de
ese mal.
Cómo
no admirar a México, por esa capacidad para darle vida y sostenibilidad al
movimiento turístico y cultural, y por esa predisposición para no permitir que
sus problemas sociales lo opaquen: ni el narcotráfico y la corrupción, ni la inseguridad
y la delincuencia, ni el caos en el transporte urbano, ni los actos
violentistas. Pero no por ello y como aquí, cerca del 80 % de su población cree
que sus gobernantes son corruptos.
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