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miércoles, 18 de noviembre de 2015

INFIDELIDAD

Por Manuel Sánchez Aliaga.

Es noche. Desencadena el viento su silbido agudo en los tímpanos transeúntes del oleaje humano, A lo lejos, en la semioscuridad, se divisa el portón de una vieja casa que parece estar habitada por murciélagos y vampiros. En frente de esa casona se levanta un templo moribundo y desde él los cuervos atisban el paso lento de las horas.


La puerta se abre; un débil candil alumbra el espacioso zaguán que nos conduce hasta unos cipreses hábilmente recortados por manos féminas; son las tres de la mañana. Una figura digitígrada se desliza silenciosa hasta el aposento del costado. En la penumbra alguien la recibe. Después de un penoso silencio cruje un lecho; luego, el silencio absoluto.

¿Desde cuándo esta escena advierten los nocturnos cuervos?

Cuenta el pueblo, generación tras generación, que una tibia noche, un engreído minino era acariciado por una hermosa dama a la luz de las sombras. Palabras tan dulces le decía que, arqueando el lomo, el gatito consentido, amorosamente hacia mil caricias a la encopetada dama.

Traslúcidas cortinas lánguidamente se dejan caer el dintel de la puerta que mira al patio y a través de inquietas auscultan las estrellas las diversas escenas que ambos personajes paladean en la alcoba. Taciturna se encuentra una mesa de noche y las flores antes betas, que uno de los rincones, perfumaban el ambiente, dejan morir sus corolas; y una araña se detiene, cegada ya, sobre das lágrimas de su tela, transida de dolor.

Por el portón medio abierto penetran pisadas rosas y resueltas. Sobresaltada, la dama aleja de sí a su preferido acompañante y ligera, va al sillón más próximo y se deja caer. La mirada inquieta del felino quiere vislumbrar la fuga pero..., ¡oh destino! , en el umbral se yergue imponente la figura del esposo.

Santer, ése es su nombre mira alternativamente a Zemir, su esposa, y al intruso; y sus pupilas reflejan el despecho, la ira y los celos,

¡Cómo es posible que su querida Zemir dispense más caricias y atenciones a un mísero animal hipócrita que siempre lleva las zarpas escondidas! En la cúspide de su furor propina puñetazos y puntapiés al asustado felino y volviendo la cara furibunda, con desgreñado pelo e intensa palidez en el rostro, descarga su enloquecido pecho en las carnes voluptuosas de su adorada Zemir.

Momento tan propicio no pudo desperdiciar el micifuz y a Prisa a toda Prisa, como si fuese un Personal satánico, desapareció. Saciada su venganza, Santer recoge sus pasos y abandona el hogar.

Con guiños asustados las estrellas contemplan los ennegrecidos ojos de Zemir que acaso sean el trasluz de su culpa, el florero caído, las sillas rotas y nuevamente las corolas abiertas. El graznido de los cuervos está ahora lejano, tan lejano como Santer

Y desde entonces, graznado siempre los noctámbulos testigos de aquella historia, cuentan al pueblo que noche tras noche en la tétrica y sombría mansión una figura gatuna se desliza a las 3 de la mañana y se dirige al aposento del costado; una sombra la recibe en la penumbra. Después de un penoso silencio cruje un lecho; luego, el silencio absoluto.


De la revista El Labrador, mayo 2004.

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