Tito
Zegarra Marín
Cuando casi sin darnos cuenta el paso de
los años nos coloca en la adultez mayor, solemos hacernos algunas preguntas sobre
la situación en la que se encuentra el pueblo donde nacimos, crecimos y al que
queremos, pero también sobre lo que hicimos por él.
Creo que muchos de nosotros (hablo de mis
contemporáneos) poco o muy poco hemos hecho a favor de la tierra pequeña, esa
es la conclusión a la que llegamos después de dar una mirada objetiva a nuestro
alrededor. Pero de lo que sí somos conscientes y no se nos puede reprochar, es
que nunca dejamos de preocuparnos y de sentir cariño por ese segundo hogar:
casi permanentemente lo visitamos y, de alguna u otra forma, tratamos de hacer
algo, aunque sea de mínima significación.
La revista El Labrador, que el próximo
año cumple 25 años de publicación anual ininterrumpida; esta misma revista Eco
Sucrense; las Asociaciones de Sucrenses formadas en varias regiones; nuestra
participación fervorosa en las fiestas tradicionales de mayo en honor a San
Isidro; la intervención activa de muchos amigos en la recuperación del fundo
ganadero El Sauco; algunas publicaciones relativas a dar a conocer aspectos
históricos, sociales y culturales del distrito; las acciones para impulsar una
mejor formación educativa y cultural (el Instituto Tecnológico y la Biblioteca
en la Parroquia); nuestras sugerencias e ideas para abordar su problemática y
delinear proyectos de desarrollo, son, entre otras, modestas muestras del
interés que hemos tenido y que seguimos teniendo por el pequeño pueblo.
Y por cierto, varios de esos aportes,
algunos rutinarios, no han sido ni lo mejor ni lo más óptimo. Hubiésemos
querido hacer algo más, sobre todo algo concreto y de utilidad directa, como la
construcción de la piscina que fue impulsada por un grupo de amigos a la que
sería lindo se la implemente de agua temperada, o aquél proyecto trunco de la
escalinata a la cruz que no fue entendido por las actuales autoridades
edilicias, o tal vez algo más importante, haber promovido con más fuerza proyectos
para darle manejo empresarial a los fundos El Común y El Sauco. En fin, tantas
cosas, obras y proyectos que no dejan de dar vuelta por nuestra cabeza y que
quedarán como una deuda impagable.
Sin embargo, algunos pobladores con toda
razón me dirán que muchas cosas se han logrado y que ya no estamos en el Sucre
de antes. Es verdad, hoy tenemos luz eléctrica permanente, agua casi
potabilizada, la mayoría de calles asfaltadas, tv cable e internet, un
instituto tecnológico, una posta médica, electrificación rural, carreteras a
sus caseríos, y otros. Pero todo ello, viéndolo desde un punto de vista
socioeconómico y no obstante su importancia, creo que no ha sido suficiente ni
lo substancial.
Soy un convencido que Sucre reúne las
condiciones necesarias, como para haber dado un gran y mejor salto en su
desarrollo. Entre otras cosas, porque tenemos el privilegio de contar con dos
importantes fundos de 69 y 143 hectáreas, El Común y El Sauco, respectivamente,
dotados de agua, productivos y accesibles. Sobre esa base, era factible (y lo
sigue siendo) mejorar la realidad socioeconómica del distrito, lo que
significa: mejor nivel de vida en sectores importantes de su población,
opciones de trabajo estables para muchos de sus jóvenes, apoyo a sus
posibilidades educativas, menos presiones para migrar casi sin rumbo, el área
urbana dando señales reales de crecimiento y la zona rural favorecida y
articulada a la capital distrital.
Lastimosamente ello no ha sucedido y no
nos eximimos de alguna responsabilidad y culpa, pero tampoco nos inhibimos para
decir con toda claridad que la mayor y directa responsabilidad, recae en los
últimos gobiernos municipales, dedicados más al aprovechamiento personal.
Para que un pueblo cambie y progrese, es
condición indispensable que lo haga a partir de mejorar su economía, es decir, de
la capacidad que tenga para hacer producir sus principales recursos, solo así
estará generando trabajo, empleo, ingresos, comercio, etc. Los pueblos solo son
grandes y tienen futuro cuando han desarrollado sus economías, cuando transforman
e industrializan sus insumos, cuando tecnifican e innovan. A la par, que se
nutren de buenos servicios en especial el educativo.
Por lo dicho y a esta altura de nuestra
vida, hubiésemos querido ver a Sucre con sus predios El Común y El Sauco, ya
convertidos en grandes complejos ganaderos industriales de producción láctea
(queso, yogurt, mantequilla, manjar blanco). Con sus cerros Huishquimuna,
Lanchepata, Las Lajas y colaterales reforestados, como medios rentables a
futuro y elemento de mejora climático. Con su bella campiña, el túnel de más de
500 m y su verde flora acondicionados para la práctica de cortos y agradables
circuitos turísticos. Con sus restos arqueológicos de La Lechuga ya puestos en
valor y motivo de atracción turística con el beneficio económico que ello
implica. Con sus caseríos de las partes altas directamente conectados a la
capital del distrito como lo fue antes, con carreteras que debían seguir las
huellas de los antiguos caminos.
No diré que se han perdido muchos años y
décadas, pero sí que se pudo hacer algo más vital y trascendente. En algún
momento del futuro, nueva sangre y nuevas generaciones de sucrenses se
encargarán de asumir esas demandas y enfrentar esos retos, para que los hijos
del mañana tengan la satisfacción de vivir con mejor bienestar en el suelo que
los vio nacer.
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